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https://iclfi.org/spartacist/es/43/editorial
Traducido de Tough Times Ahead (inglés), Spartacist (English edition) No. 69

Nuestro último número de Spartacist, que representó un giro crucial para nuestra tendencia, estuvo dedicado a la situación mundial y a exponer cómo el declive de la hegemonía estadounidense es la característica general de nuestra época. Repasando la historia del periodo postsoviético hasta la década de 2020, planteamos la gran pregunta de nuestros tiempos: ¿el declive del orden estadounidense se producirá a través de una espiral de guerras, reacción política y conflictos étnicos, como hemos visto hasta ahora, o la clase obrera será capaz de aprovechar esta oportunidad para fortalecer su posición y abrir una vez más la posibilidad de establecer un orden socialista? Como hemos explicado, este último curso depende enteramente de la calidad y la capacidad de la dirección de la clase obrera, que en todas partes está dirigida por liberales y burócratas que han supervisado una derrota tras otra. Así pues, la tarea de los socialistas es forjar una nueva dirección revolucionaria mediante la lucha por una ruptura con los defensores del orden mundial dirigido por Estados Unidos y sus conciliadores en el movimiento obrero.

Los acontecimientos del último año y medio han hecho más urgente esta lucha. Sin embargo, las condiciones para la batalla son cada vez más difíciles. La oleada de huelgas y luchas sociales que siguió a las conmociones iniciales de la pandemia y la guerra en Ucrania ha retrocedido. En cuanto al movimiento pro palestino, ahora está perdiendo impulso, empantanado en un liberalismo impotente y en el nacionalismo islámico. A pesar de estallidos aquí y allá, la clase obrera no ha podido establecerse en ninguna parte como una fuerza política seria capaz de dar forma a la situación y poner sus intereses en primer plano contra los de la clase dominante.

Lo mismo ocurre con los movimientos de izquierda y socialistas, que, en casi todas las sociedades, son cada vez más irrelevantes. En lugar de explotar el debilitamiento de la posición de los imperialistas estadounidenses, los socialistas de todo tipo se han liquidado en coaliciones reaccionarias con políticos liberales y “progresistas”, como el Nuevo Frente Popular en Francia y la coalición encabezada por el Congreso en la India. O bien siguen un curso sectario, separándose de la masa de trabajadores. En ambos casos, el movimiento obrero acaba atado a las fuerzas del statu quo, paralizado y desacreditado a los ojos de millones de personas.

Como resultado, la única fuerza política que ha logrado algunos avances reales es la extrema derecha, que está en ascenso en todo el mundo. Capas cada vez mayores de obreros ven a los demagogos derechistas como los únicos que se oponen al insoportable statu quo. Y crecientes sectores de la clase dominante ponen su destino en manos de éstos, ya que el consenso liberal de décadas se ha mostrado incapaz de resolver la crisis que sacude al mundo.

El deterioro de la situación política de la clase obrera sucede en vísperas de grandes sacudidas. En primer lugar, está la economía mundial. Aunque ha experimentado una relativa estabilización en el último año, sigue siendo extremadamente inestable, teniendo como base un frenesí especulativo. Cabe esperar una desaceleración económica o incluso un desplome en un futuro próximo. Con sociedades ya plagadas de conflictos y polarización, esto provocará necesariamente una profunda crisis política. En segundo lugar, Ucrania está siendo derrotada en el campo de batalla. Una victoria rusa, ya sea militarmente o a través de un acuerdo con Estados Unidos, parece ser el resultado más probable, ya que Trump no ha ocultado su preferencia por llegar a un acuerdo para poner fin a la guerra. Esto tendría un impacto importante en todo el orden político y militar en Europa y más allá.

En tercer lugar, está China. Su modelo de crecimiento, construido sobre los cimientos de la estabilidad postsoviética, está chocando contra un muro, con el país sometido a una creciente presión militar y económica por parte de Estados Unidos y experimentando tensiones internas que se exacerban. Cada vez más estrujada entre el imperialismo y el gigantesco proletariado chino, la camarilla dirigente del Partido Comunista reaccionará ante las crisis de la manera caótica y brutal típica de las burocracias estalinistas. Esto planteará aún más tajantemente la disyuntiva para China: la restauración capitalista o el arribo de la clase obrera al poder político, regenerando la República Popular. Para guiar al proletariado en los conflictos venideros, es crucial tener un entendimiento materialista correcto, el tema que nuestro artículo de la página 68, “La naturaleza de clase de China”, trata a profundidad.

Ya sea que se trate de una depresión económica, de los resultados de las guerras en Ucrania y el Medio Oriente o del terreno cambiante en Asia Oriental, estos acontecimientos están destinados a provocar nuevas conmociones económicas y geopolíticas. Pero dada la posición de la clase obrera en todo el mundo y su ausencia como fuerza contendiente, se corre el riesgo de que estos acontecimientos beneficien, en primera instancia, a la derecha política y aceleren aún más la reorganización del orden mundial liderado por Estados Unidos, la cual se alejaría de los valores e instituciones liberales hacia una configuración más reaccionaria a expensas de los trabajadores y los oprimidos. A su vez, esto ejercerá aún más presión sobre los defensores del statu quo liberal —a los que todavía se aferra la mayor parte de la izquierda—, provocando el pánico y la histeria habituales.

La lucha de la clase obrera y su entrada en escena es el único elemento que puede cambiar esta dinámica en una dirección progresista. La necesidad candente para los socialistas es luchar en cada etapa por este resultado. De lo contrario, nos dirigimos hacia un periodo de mayor reacción y ataques contra la izquierda y el movimiento obrero —de ahí el título de este editorial—. Sin duda, las conmociones que se avecinan generarán nuevas posibilidades de lucha e incluso explosiones sociales con potencial revolucionario, algo que se puede ya vislumbrar en Nigeria, Kenia y Bangladesh. Pero es completamente ilusorio creer, como hacen algunos en la izquierda, que las tendencias generales favorecen al movimiento revolucionario y que las ofensivas audaces están en el orden del día.

Más bien, la tarea de los revolucionarios en el periodo inmediato es preparar luchas defensivas contra la creciente reacción, hacer el paciente trabajo de implantación en la clase obrera y llevar a cabo luchas políticas con otras organizaciones de izquierda, que muy probablemente verán crisis en sus filas. De manera crucial, el próximo periodo debe ser utilizado para avanzar la lucha contra los dirigentes de la clase obrera que han llevado al proletariado a esta situación, así como contra sus acólitos de “izquierda” que los han protegido en todo momento. Debe librarse una lucha resuelta contra quienes, bajo los golpes de la reacción, intentarán atar aún más el movimiento obrero a la pequeña burguesía liberal y repetir las traiciones que nos han conducido hasta aquí.

Sólo se puede avanzar hacia estos objetivos sobre la base de una comprensión correcta de la situación mundial. En muchos sentidos, el contenido de este número de Spartacist es nuestra contribución a estas luchas venideras.

Oportunidades traicionadas

Aunque el mundo ha estado en incesante crisis durante años, sería un error que los marxistas nos cegáramos por la “crisis permanente” y dejáramos de ver los flujos y los reflujos de nuestros tiempos: cuándo las luchas de la clase obrera están maduras para la ofensiva y cuándo hay que replegarse y ocupar una posición defensiva. Por ejemplo, las conmociones económicas y sociales que iniciaron en 2022 y se extendieron hasta 2023, provocadas por la pandemia, el fin de los confinamientos y el estallido de la guerra en Ucrania, dieron lugar a un repunte de las luchas sociales y de clase, proporcionando importantes oportunidades para que la clase obrera pasara a la ofensiva y pusiera el viento a su favor. Importantes movimientos huelguísticos sacudieron Francia, Gran Bretaña, Estados Unidos y muchos otros países, al mismo tiempo que explosiones sociales estremecieron Irán y Sri Lanka.

Las huelgas en Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos siguen siendo aclamadas por muchos izquierdistas como un gran ejemplo (“la clase obrera ha vuelto” es el refrán), omitiendo convenientemente que esta oleada de lucha fue saboteada y traicionada por sus propios dirigentes. Como el movimiento obrero está dirigido por los hombres de ayer, que apoyan todos el sistema imperialista, éstos se negaron a montar una ofensiva seria contra la clase dominante cuando llegó el momento. En Gran Bretaña y Francia las huelgas fueron sofocadas y contenidas hasta que se agotaron y se encaminaron hacia la derrota y la desmoralización. En Estados Unidos, los burócratas sindicales descarrilaron las luchas de los principales sindicatos (Teamsters, ILWU, UAW) aceptando acuerdos salariales que eran literalmente sobornos, entregados bajo la presión de la Casa Blanca para pacificar el movimiento obrero y evitar que irrumpiera en la escena política como una fuerza independiente. En el otoño de 2023, el poderoso movimiento obrero de Quebec era probablemente el mejor posicionado en Occidente para librar una ofensiva, sólo para ver cómo su aparato burocrático arrollaba al medio millón de militantes sindicales que estaban entonces en negociaciones contractuales y vendía su lucha.

De esta manera, se sabotearon las mejores oportunidades para cambiar el equilibrio de las fuerzas de clase, debilitando la posición de la clase obrera en su conjunto. En todos estos casos, la tarea de los revolucionarios consistía en formar grupos de oposición dentro de los sindicatos para impulsar una amplia ofensiva basada en una estrategia completamente opuesta a todas las alas de la burocracia sindical. En lugar de ello, el grueso de la extrema izquierda apoyó a los burócratas sindicales y los políticos de retórica izquierdista, aclamando las luchas y limitando sus críticas a cuestiones tácticas (cuándo hacer huelga, durante cuánto tiempo, etc.). Como resultado, estas derrotas aceleraron aún más el giro político hacia la derecha. Todos los países mencionados anteriormente vieron el surgimiento de venenosas polarizaciones antiinmigrantes tras la derrota de las huelgas.

En Irán, el asesinato de Mahsa Amini desencadenó un poderoso movimiento de protesta. Aunque se enfrentó a una tremenda represión a manos del brutal régimen clerical, políticamente el movimiento no consiguió ganarse a capas más amplias de la población porque se asoció con fuerzas pro imperialistas y monárquicas. El régimen pudo entonces apelar al arraigado sentimiento antiimperialista de las masas para mantener su dominio y neutralizar el apoyo popular a la revuelta. A su vez, esto solidificó a la oposición detrás de una política pro imperialista. Ahora, muchos izquierdistas iraníes se niegan a retomar la causa de Palestina precisamente porque persiguen una alianza traicionera con el imperialismo occidental.

El ejemplo de Irán muestra el problema más amplio de los izquierdistas del llamado “Tercer Mundo”, que se ven constantemente atrapados entre apoyar a nacionalistas de todo tipo en nombre del “antiimperialismo” o hacer un bloque con los liberales, las ONGs y otras fuerzas pro imperialistas. En ambos casos, los supuestos revolucionarios acaban liquidándose en fuerzas hostiles a los intereses de las masas trabajadoras y se hunden en la irrelevancia y el descrédito. Esto demuestra que el único camino progresista en Irán, y en el Sur Global en general, pasa por la oposición revolucionaria al imperialismo y también a los nacionalistas —sean de izquierda o conservadores—, debido a su incapacidad para combatir al imperialismo y su inherente tendencia a conciliarlo.

La lucha por la liberación palestina en un punto muerto

La guerra genocida de Israel tras la Operación Inundación de Al Aqsa de Hamás, del 7 de octubre de 2023, ha sido el foco de la mayoría de los movimientos de protesta de los últimos meses. Pero la lucha está en un punto muerto. A pesar de meses de protestas masivas en el mundo árabe, Occidente y más allá, el movimiento se ha mantenido impotente, incapaz de poner un alto a Israel o de detener el apoyo que recibe de las potencias occidentales. Sin embargo, la mayor parte de la izquierda mundial afirma que la lucha está en auge, y algunos incluso corean que “¡Palestina casi es libre!”. Este análisis delirante sirve para evitar confrontar los problemas políticos del movimiento, que, como detalla el artículo principal de este número, se remontan a un siglo atrás (ver página 26).

La causa palestina es una lucha de liberación nacional. Desde este punto de vista, es obvio que Palestina nunca ha estado más lejos de la liberación. Gaza ha sido arrasada, se está desarrollando una nueva Nakba y el terror sionista en Cisjordania ha alcanzado nuevos extremos. Muchos señalan el hecho de que la reputación internacional de Israel se ha deteriorado o que la causa palestina ha acaparado ahora más atención en todo el mundo. Esto es cierto, pero secundario. Mucho más relevante es el hecho de que el objetivo del movimiento sionista —es decir, el desplazamiento y el exterminio de los palestinos desde el río hasta el mar— avanza a un ritmo mucho más acelerado que antes. La destrucción de Gaza y la profunda unidad nacional detrás de la guerra en Israel demuestran que la estrategia de Hamás —provocar una fuerte respuesta israelí para luego contar con la intervención de la ONU, la “comunidad internacional” y los traicioneros regímenes árabes— ha traído el desastre para los palestinos.

En Occidente, el movimiento se ha visto obstaculizado por las ideas liberales y los vínculos con las mismas clases dirigentes y partidos que apoyan el genocidio. En Gran Bretaña, las manifestaciones masivas están dirigidas por políticos y burócratas sindicales que apoyan al Partido Laborista pro Israel. En Estados Unidos, los políticos de “izquierda” del Partido Demócrata están a la cabeza, junto con los Democratic Socialists of America que apoyan y hacen campaña por el Partido Demócrata del genocidio. En Alemania, a pesar de la valentía de los activistas que se enfrentan a un consenso sionista casi total, el movimiento sigue vinculado a Die Linke y al gobierno dirigido por el SPD, los cuales apoyan a Israel a ultranza. Como resultado, en todos estos países el movimiento obrero no ha entrado a la refriega, y los llamados a acciones obreras para detener los envíos de armas a Israel —algo que realmente podría cambiar la situación— se han quedado en letra muerta.

En el Sur Global, la dinámica es distinta, pero no fundamentalmente. En el Medio Oriente, el movimiento pro palestino suele estar dirigido por los propios regímenes —como en Türkiye, Irán, Arabia Saudita o Egipto—, que declaman bellas palabras a favor de los palestinos al mismo tiempo que buscan equilibrar las relaciones con el imperialismo estadounidense y mantener la estabilidad política interna. A menudo, las únicas fuerzas que se oponen frontalmente a los regímenes son los islamistas o grupos liberales, cuyas estrategias no pueden liberar a Palestina y cuyos programas dividen a la clase obrera.

Ya sea en el Sur Global o en Occidente, los objetivos, las reivindicaciones y los métodos del movimiento (por ejemplo, peticiones a la ONU, campamentos en las universidades, manifestaciones patrocinadas por los regímenes) están todos limitados por una alianza con un ala de la clase dominante. Esto garantiza la impotencia, producirá desmoralización y separará aún más al movimiento obrero de la causa palestina, permitiendo a fuerzas derechistas dirigir una reacción contra el movimiento y reprimirlo incluso más. Ya estamos siendo testigos de ello.

Teniendo en cuenta todo esto, es criminal que los revolucionarios se limiten a vitorear al movimiento. En lugar de ello, los revolucionarios deben luchar por un curso de acción fundamentalmente distinto, contra los callejones sin salida liberales y nacionalistas. Por algo titulamos nuestro artículo “Los marxistas y Palestina: Cien años de fracasos”. Mientras el movimiento socialista siga pintando la lucha de color de rosa y se niegue a confrontar su impasse político, el combate por la liberación de Palestina estará condenado a repetir los mismos errores. Los nacionalistas acaban conciliando al imperialismo estadounidense y el estado sionista y luego son sustituidos por islamistas más radicales, cuyas acciones refuerzan la fortaleza sionista, mientras los liberales en el extranjero vitorean a quienquiera que dirija el movimiento.

Los resultados electorales y la clase obrera

Este año está siendo testigo de un gran número de elecciones. Aunque ciertamente no son el motor del cambio, sus resultados indican las tendencias en la sociedad y dan una idea de las polarizaciones actuales. Es en este ámbito donde los avances de la extrema derecha son más evidentes, con victorias en Italia, los Países Bajos y Argentina e importantes avances en Alemania, Austria, Francia y muchos países más. Sudáfrica verá una coalición del Congreso Nacional Africano con la Alianza Democrática, un partido abiertamente pro imperialista y dominado por los blancos.

Los ojos de todos los think tanks derechistas están puestos en Argentina, donde Javier Milei ganó la presidencia el año pasado con una agenda abiertamente pro estadounidense de ataques a todas las conquistas de la clase obrera y las industrias estatales. Como detallan nuestros artículos de las páginas 3, 7 y 9, Milei sigue adelante con su plan reaccionario y se enfrenta a dirigentes del movimiento obrero que se niegan a organizar una lucha seria. Esos dirigentes sindicales están vinculados a la odiada camarilla de peronistas que asolaron el país durante décadas y cuyo gobierno allanó el camino a Milei. Mientras tanto, el considerable movimiento trotskista argentino sigue un rumbo sectario y estéril, rehusándose a enfrentar a los dirigentes sindicales mientras niega que la clase obrera se encamina hacia una derrota histórica a menos que cambie radicalmente de estrategia.

En todo el mundo, muchos en la izquierda celebran los resultados electorales en la India y Francia. La reelección de Modi se produjo con una mayoría muy reducida, lo cual lo obligó a formar una coalición, algo que muchos izquierdistas y liberales consideran una gran victoria para la “democracia” india y la alianza de frente popular liderada por el partido Congreso Nacional Indio. La razón de la reducción de votos para Modi radica en los límites y los fracasos del modelo de crecimiento del Partido Bharatiya Janata (BJP) y no es en absoluto obra de la impotente alianza de “izquierda” liderada por el Congreso, que abarca desde los partidos comunistas hasta chovinistas hindúes. La supuesta ala liberal de la burguesía india, a la que se aferra la izquierda, no tiene respuesta alguna a los problemas del desarrollo indio, que tienen sus raíces en la dependencia al capital extranjero y la propiedad capitalista. Sólo puede fomentar las mismas fuerzas derechistas que dice obstruir. (Por razones de espacio, no hemos podido incluir en el presente número el artículo “La lucha contra Modi: ¿Qué sigue?”, aparecido en la edición más reciente de Spartacist en inglés. Planeamos publicarlo próximamente.)

El mismo trompeteo triunfalista se emite desde Francia, y se plantea el mismo problema. El Nuevo Frente Popular, que quedó primero en las elecciones legislativas, es una gran coalición que abarca desde la extrema izquierda hasta algunos de los representantes más reaccionarios del imperialismo francés, quienes promulgaron brutales ataques antiobreros cuando estuvieron en el poder. Su programa abiertamente pro imperialista es un proyecto incoherente cuyo único propósito es mantener unido a este inestable bloque. Como expone el artículo de la página 20, nuestros camaradas franceses fueron los únicos en oponerse a esta coalición reaccionaria, a la que la extrema izquierda se unió abiertamente (PCF, NPA-A, etc.) o capituló ante ella en la segunda vuelta de las elecciones (LO, NPA-R y RP). Mientras los liberales y los izquierdistas celebran, lo que estamos viendo es otra trágica edición del “frente republicano”: la sucesión de acuerdos colaboracionistas de clase en nombre de “bloquear a la extrema derecha”, cuyos únicos logros han sido atacar a la clase trabajadora y...echar agua al molino de la extrema derecha.

Desde la India hasta Francia y Argentina, los resultados electorales ponen de relieve el hecho de que el movimiento obrero está constantemente encadenado a un ala de la clase dominante responsable de la pauperización, la cual, a su vez, alimenta a las fuerzas de la reacción. A medida que crece la amenaza de la reacción de extrema derecha, también lo hace la presión por la unidad con elementos de la burguesía. Muchos “revolucionarios” se ofrecen como cemento para esas alianzas nefastas en lugar de valerse por sí mismos, denunciar toda esta empresa reaccionaria y seguir un curso independiente para luchar por lo que la clase obrera realmente necesita.

Sin embargo, algunos países no corresponden a la tendencia que hemos esbozado, siendo México el principal ejemplo. Las recientes elecciones en ese país resultaron en una rotunda victoria del Morena populista para un segundo mandato, derrotando a la derecha por mucho. Pero esta excepción no se debe a las acciones de los dirigentes del movimiento obrero, liquidados en el populismo burgués de Morena, sino a la particular posición de México en el actual orden mundial. A medida que los imperialistas alejan su capital de China, México se ha convertido en un faro para la inversión extranjera, superando a China como el mayor exportador de mercancías a EE.UU. el año pasado. Esto ha permitido al gobierno reforzar su posición frente a Estados Unidos, que tolera un gobierno populista de izquierda (por ahora). Pero también ha propiciado el crecimiento del proletariado mexicano, que trabaja en grandes y modernas fábricas y tiene en sus manos una proporción cada vez mayor de la economía estadounidense. En otros países se ha producido un proceso similar, sobre todo en el sureste asiático.

Es esta tremenda fuerza, que todavía tiene que flexionar sus músculos, la que tiene la llave del progreso y el potencial para cambiar el mundo en una dirección progresista. En julio, los poderosos mineros de Lázaro Cárdenas, Michoacán, México, llevaban a cabo una combativa huelga contra el conglomerado imperialista de Arcelor Mittal, para luego ser apuñalados por la espalda por sus dirigentes sindicales, detrás de los cuales se encuentra el gobierno de Morena. Los mineros han dado al mundo una muestra de su poder, pero también han aprendido y demostrado que la cuestión de la dirección determinará todas las demás. Esto se plantea concretamente en México con la necesidad de romper la camisa de fuerza del populismo, la cual frena la lucha contra la esclavitud del país al capital extranjero.

Un año de trabajo, la izquierda y las tareas por delante

Hemos señalado anteriormente que muchos marxistas ven los movimientos actuales en colores brillantes y predicen levantamientos revolucionarios en el futuro inmediato. La recién formada Internacional Comunista Revolucionaria es probablemente la que mejor encarna esta tendencia, interpretando la creciente agitación y su reciente reclutamiento entre capas de estudiantes y la pequeña burguesía como prueba de que las masas del mundo están volteando al comunismo. Seguro que nos acusarán de pesimistas.

No es pesimista afirmar que la clase obrera se enfrenta a tiempos difíciles. Ser revolucionario requiere optimismo. Pero el optimismo revolucionario no significa vender ilusiones y falsas esperanzas, como hace el resto de la izquierda. La única base para el optimismo es el realismo revolucionario, arraigado en una comprensión materialista de las condiciones sociales y políticas. Como marxistas, evaluamos el curso general de la lucha de clases basándonos en si la posición del proletariado se fortalece frente a la burguesía. Nuestro optimismo revolucionario procede de nuestra comprensión de las leyes de la lucha de clases y de nuestra confianza en la clase obrera como fuerza decisiva para el progreso histórico mundial. Ésta es una base mucho más sólida que el optimismo inflado por el impresionismo y la fatuidad.

Mientras que el cambio de la situación mundial ha llevado a ciertas organizaciones de extrema izquierda a mirar el mundo con un iluso sentido de optimismo, otras encarnan literalmente la crisis de la izquierda. Aquí encontramos grupos como el Comité por una Internacional de los Trabajadores (CIT), Alternativa Socialista Internacional (ASI), la Corriente Socialista Internacional y otros que ataron su destino a movimientos ya desaparecidos en torno a Syriza, Jeremy Corbyn y Bernie Sanders. Estas organizaciones se encuentran desorientadas y desmoralizadas, con la esperanza de resucitar la “magia” pasada de mediados de la década de 2010. Por último, están los innumerables grupos sectarios que se aferran a dogmas rígidos y fórmulas totalmente divorciadas de las realidades de la lucha de clases, lo que los hace irrelevantes para los acontecimientos políticos actuales.

Ya sea las impresionistas, las desmoralizadas o las irrelevantes, lo que todas estas tendencias rechazan es precisamente lo que nuestra propia organización reafirmó en su reciente e importante reorientación: que la tarea de los marxistas es plantear una estrategia revolucionaria para hacer avanzar las luchas de los trabajadores y los oprimidos contra sus direcciones burocráticas, liberales y nacionalistas. En el fondo, nuestra diferencia central con todas las demás organizaciones de izquierda se reduce a la cuestión de la dirección revolucionaria.

Durante el último año, las secciones de nuestra internacional han tratado de intervenir en las diversas luchas de sus sociedades para cohesionar polos revolucionarios, no arrojando verborrea revolucionaria, sino proponiendo un curso de acción que haga avanzar la lucha en contra del sabotaje de sus dirigentes actuales. Hemos intervenido en las oleadas de huelgas británica, francesa y estadounidense proponiendo un camino hacia la victoria y confrontando a las burocracias en cuestiones fundamentales de estrategia. Hemos intervenido en la lucha pro Palestina, ya sea tratando de organizar huelgas estudiantiles en EE.UU., participando en acciones de defensa de frente único en Alemania o construyendo contingentes que llaman a romper la conexión con EE.UU. en Australia —en cada caso buscamos promover una escisión respecto a las fuerzas pro imperialistas que encadenan al movimiento—.

Nuestros camaradas griegos intervinieron enérgicamente en las luchas estudiantiles de principios de este año, enfrentándose directamente al sabotaje de las cúpulas estalinistas del KKE, buscando orientar la lucha contra la UE y vinculándola a la clase obrera. También hemos tratado de aumentar nuestras intervenciones en el Sur Global, donde sólo tenemos una pequeña presencia, con viajes a Argentina, Brasil, Filipinas, Nigeria y otros lugares.

De importancia central han sido nuestras intervenciones en el proletariado industrial. En particular, nuestros camaradas alemanes han trabajado con un comité combativo de trabajadores portuarios de Hamburgo, creado para luchar contra la privatización del puerto y el apoyo criminal de la burocracia sindical a este ataque. Nuestros camaradas se están dando a conocer allí como “los que no se rinden”. En EE.UU., nuestra sostenida intervención en la huelga del UAW consiguió que Workers Vanguard tuviera una audiencia real, con cientos de suscripciones vendidas a los trabajadores automotrices. En la Costa Oeste, hemos apoyado la campaña contra la segregación por niveles en el sindicato de estibadores, campaña dirigida por Emily Turnbull, miembro de la junta ejecutiva del Local 10 del ILWU. Otras tentativas para construir polos de lucha de clases contra las burocracias sindicales están en marcha en industrias clave.

Uno de nuestros mayores esfuerzos en el último año ha sido luchar dentro del movimiento socialista para reorientarlo fundamentalmente. Hemos buscado llevar a cabo acciones de frente único con otros grupos siempre que ha sido posible y hemos debatido con otras organizaciones para aclarar las diferencias políticas sobre cuestiones clave para el movimiento marxista. El artículo sobre China de este número es el resultado de esos esfuerzos. El artículo “Los principios marxistas y las tácticas electorales reevaluados” (página 10) está en la misma línea. Aparte de corregir nuestro anterior enfoque sectario a las elecciones, el artículo proporciona una explicación más amplia del uso que los marxistas pueden hacer de ellas y de la aplicación de tácticas de manera revolucionaria. A raíz de la discusión sobre esta cuestión, hemos podido llevar a cabo intensas y fructíferas intervenciones en las campañas electorales en Gran Bretaña, Francia, Sudáfrica y la actual contienda en EE.UU.

Al centro de todo ello han estado nuestros esfuerzos por comprender el mundo y las sociedades en las que trabajamos y profundizar la reorientación política de la LCI. El otoño pasado, nuestra sección sudafricana lanzó el primer número de su nuevo periódico, AmaBolsheviki Amnyama, con un extenso documento sobre las lecciones de la lucha contra el apartheid (ver “¡Por la liberación nacional y el poder proletario negro!”, octubre de 2023). Nuestra sección australiana se fusionó recientemente con el grupo Bolshevik-Leninist sobre la base de intervenciones clave en el movimiento obrero y documentos de alto nivel que abordan cuestiones fundamentales de la política australiana, publicados en su nuevo periódico, Red Battler. Nuestros camaradas italianos produjeron un artículo sustancial que detalla cómo los lazos del movimiento obrero con el orden euroatlántico, los cuales se remontan al final de la Segunda Guerra Mundial, están paralizando sus luchas hoy en día, sobre todo contra Meloni. Estos avances se produjeron tras las conferencias nacionales celebradas en los últimos años en Estados Unidos, México y Gran Bretaña, en las que buscamos afianzar a nuestras secciones nacionales sobre las cuestiones candentes de sus sociedades.

La intervención activa en diversos movimientos para proporcionar una dirección revolucionaria; la búsqueda de oportunidades para acciones de frente único con otras organizaciones del movimiento obrero; la implantación paciente en la clase obrera para construir polos de lucha contra la burocracia sindical; y, lo que es crucial, el debate y la lucha dentro de la izquierda para lograr claridad sobre lo que está ocurriendo en el mundo y establecer las tareas de los revolucionarios. Éste es el trabajo que hemos llevado a cabo, y esto es lo que se plantea para todo revolucionario serio en el periodo que tenemos por delante. Por supuesto, somos una organización pequeña, y sabemos que este trabajo es de proporciones modestas. Sin embargo, no es modesto en sus objetivos.

Se avecinan tiempos difíciles. La reacción está levantando la cabeza en el fracturado mundo liberal postsoviético. Los grupos de izquierda que se encuentren sin brújula y desmoralizados serán hechos añicos. Quienes cierren los ojos ante la dinámica del periodo y crean que el desafío que se avecina puede superarse gritando por el comunismo aprenderán por las malas que el movimiento comunista no puede crecer independientemente del movimiento general de la clase obrera.

No pretendemos tener todas las respuestas. Pero sí creemos que hemos desentrañado problemas clave que plagan a la izquierda hoy en día. Esperamos que este número de Spartacist, junto con el anterior, pueda ayudar a quienes se toman en serio la lucha por la revolución a prepararse para los tiempos venideros y para las inevitables conflagraciones que se avecinan.