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En marzo, el Comité Ejecutivo Internacional (CEI) de la LCI votó corregir la posición que tomamos en 2007 de que era antiprincipista que los marxistas participaran en elecciones para puestos ejecutivos de gobiernos capitalistas y que asumieran dichos puestos. Repudiando el artículo “Los principios marxistas y las tácticas electorales” (Spartacist No. 36, noviembre de 2009), la moción del CEI enfatizó que contender por puestos ejecutivos era necesario para “romper las ilusiones de la clase obrera en la democracia burguesa, fortalecer la lucha de clases contra la burguesía y avanzar la lucha por el poder proletario”.

A continuación reproducimos el documento de Vincent David que sirvió de base para la moción. Éste ha sido editado para Spartacist, con una ligera adición basada en la discusión durante la reunión del CEI. Lo dedicamos a la memoria de Ed Kartsen (1953-2023) y Marjorie Stamberg (1944-2024), quienes lucharon por el comunismo en las elecciones burguesas y más allá.

En el año 2024 se celebrará un número récord de elecciones nacionales. En la medida en que el declive de la hegemonía estadounidense trae consigo mayor agitación e inestabilidad, todas estas elecciones reflejarán una creciente polarización y un profundo descontento social. Veremos la participación y, en algunos casos, la posible victoria de candidatos que desafían abiertamente el statu quo liberal de las últimas décadas, principalmente provenientes de la derecha populista. El aumento de la actividad política que ofrecen los periodos electorales nos brinda la oportunidad de propagar nuestras ideas y avanzar la lucha por construir un polo marxista contra los defensores del frágil orden liberal y sus adversarios reaccionarios. Para hacerlo correctamente, la LCI debe primero deshacerse de los restos del método sectario y doctrinario que son una losa para nosotros.

Muchos camaradas han argumentado que el artículo “Los principios marxistas y las tácticas electorales” es incorrecto. En efecto, lo es. Pero una cosa es decirlo y recolectar citas de Engels, Lenin y la Comintern para exponer la falsedad de sus distintos argumentos, y otra cosa es atacar adecuadamente todo su método y contraponerle uno marxista.

La tarea de la revolución proletaria con respecto a la democracia burguesa fue aclarada por nuestro movimiento hace mucho tiempo. La democracia burguesa es una fachada del dominio del capital, que debe ser sustituida por la democracia obrera (soviets), junto con el remplazo de la maquinaria estatal capitalista por la dictadura del proletariado. Pero la mayoría de los obreros políticamente avanzados en diversos países sigue teniendo ilusiones en la democracia burguesa. Tales ilusiones van desde la creencia de que la elección de políticos favorables a la clase obrera puede hacer avanzar las condiciones de los trabajadores hasta pensar que el socialismo puede alcanzarse por medios parlamentarios. Por lo tanto, la cuestión central para los comunistas es cómo romper esas ilusiones. Cualquier discusión sobre nuestro enfoque respecto a las elecciones que no tenga este punto de partida es parloteo sin sentido.

Y eso es precisamente el artículo de Spartacist. Su enfoque respecto a los puestos ejecutivos y las elecciones no tiene nada que ver con la lucha contra las ilusiones en la democracia burguesa. A pesar de reconocer lo generalizadas que están, el artículo no propone absolutamente nada para combatirlas, aparte de propaganda abstracta y la falsa respuesta de abstenerse de participar en las elecciones a puestos ejecutivos. El propósito de este artículo era repudiar la antigua posición de la LCI de que los comunistas podían postularse para puestos ejecutivos siempre y cuando declararan que no aceptarían tales puestos. Pero esa posición tampoco tenía nada que ver con la cuestión principal: cómo romper las ilusiones en el estado capitalista y el parlamentarismo. Ambas posiciones, y crucialmente el método que estaba detrás de ellas, son ejemplos clásicos de pensamiento formalista y escolasticismo completamente ajenos al marxismo.

Escolasticismo vs. marxismo

El método del artículo de Spartacist consiste en propagar principios marxistas abstractos y evaluar las posiciones políticas sobre esta base, de manera totalmente divorciada de las luchas vivas de las masas y de las ilusiones burguesas que albergan. Esta gimnasia idealista se apoya en una vasta serie de escritos marxistas del pasado, empleados no como guía para la acción, sino como escrituras eternas.

Todo se considera en el vacío, y cada nueva supuesta “extensión” del trabajo de la Internacional Comunista sólo consigue alejarnos más de la realidad y las luchas de la clase obrera. Esto se debe a que la principal preocupación que impulsa este método no es la lucha por la dirección de las masas, sino la búsqueda de un talismán que pueda evitar un potencial oportunismo de nuestra parte. La lógica es: si no quieres ahogarte, no te metas al agua.

Un problema en la discusión hasta ahora ha sido criticar el artículo de Spartacist simplemente a un nivel teórico, mostrando cómo su narrativa de la historia del movimiento marxista sobre esta cuestión era falsa y contraponiendo lo que la Comintern y Lenin realmente dijeron. El efecto ha sido repetir los principios marxistas pero dejando de lado la cuestión clave, que es cómo luchar por ellos. En el proceso, muchos camaradas se han perdido en argumentos históricos o teóricos particulares y en especulaciones sobre tal o cual situación sin exponer el método antimarxista del artículo.

Por el contrario, el método marxista consiste en abordar cada cuestión desde el punto de vista del avance de la lucha de clases hacia la revolución proletaria. Los principios marxistas deben aplicarse concretamente. La estrategia y la táctica deben basarse en los intereses objetivos de la clase obrera, partiendo de su experiencia real y volviendo siempre a ella, con el fin de atacar sus ilusiones existentes y a su dirección actual. La dirección revolucionaria no consiste en sostener principios fijos o textos del pasado, sino en la capacidad de la vanguardia de utilizar principios que guíen a la clase obrera a través de los acontecimientos, destilando sus lecciones y planteando un camino de lucha que corresponda a la coyuntura actual y haga avanzar los intereses de los trabajadores.

Con este marco debemos abordar la cuestión de las elecciones, y de los puestos ejecutivos de manera más particular. En el mundo real, y no en la ficción de los formalistas para quienes los principios flotan en el vacío, la inmensa mayoría de los trabajadores sigue aferrada a la democracia burguesa. Aquéllos que podrían llegar a aceptar la necesidad de atacar la propiedad burguesa o incluso de expropiar a la clase capitalista quieren saber por qué no es posible hacerlo a través de los puestos ejecutivos del estado capitalista y por medios democrático-burgueses.

Los trabajadores no se acercarán a nuestro punto de vista simplemente por medio de argumentos teóricos sobre el carácter de clase del estado y la democracia. Más bien, quieren y necesitan poner a prueba las cosas en la realidad viva, a través de la experiencia práctica. Una organización revolucionaria, que aspire a convertirse en algo más que un minúsculo grupo de discusión, debe estar preparada y dispuesta a acompañar a los obreros en este proceso, no compartiendo sus ilusiones, sino ayudándolos a llegar a la conclusión de que la democracia burguesa es un guardián del dominio del capital y que ellos necesitan sus propios órganos de dominio de clase.

Es imposible guiar a la clase obrera y hacer añicos sus ilusiones en la democracia burguesa si nos apartamos de la contienda electoral. Para demostrar cómo el parlamentarismo es una herramienta de engaño que debe ser sustituida por la democracia obrera, debemos estar dentro del parlamento. Los comunistas trabajamos en esa arena para desenmascarar la hipocresía del parlamentarismo, de la burguesía y de sus lacayos en el movimiento obrero, buscando demostrar y exacerbar la inevitable oposición entre las necesidades candentes de las masas y el obstáculo que el parlamentarismo erige en el camino hacia su resolución. Como Lenin argumentó contra los ultraizquierdistas:

“Mientras no tengan ustedes fuerza para disolver el Parlamento burgués y las instituciones reaccionarias de otro tipo, cualesquiera que sean, tendrán el deber de actuar en ellas precisamente porque allí hay todavía obreros idiotizados por el clero y por la vida en los más perdidos rincones rurales. De lo contrario correrán el riesgo de convertirse en simples charlatanes”.

La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo (1920)

El mismo método aplica a los puestos ejecutivos. Existen profundas ilusiones entre los trabajadores de todos los países sobre la posibilidad de lograr un cambio radical —incluso una transformación socialista— mediante el control del estado capitalista, ya sea al nivel nacional o municipal. Sin importar lo que deseemos, es casi una ley de la historia que las agudas crisis sociales y políticas que impulsarán a las masas proletarias a la lucha también las empujarán a intentar “tomar posesión de la máquina del estado tal como está, y a servirse de ella para sus propios fines” (Karl Marx, La guerra civil en Francia [1871]).

El papel de los revolucionarios no es mantenerse al margen y denunciar tales iniciativas como antiprincipistas, sino guiar a los trabajadores a través de esas experiencias. Eso no significa ir a su cola, sino aprovechar cada crisis para facilitar el que se den cuenta de que sus aspiraciones requieren una ruptura con el reformismo y una confrontación inevitable con la burguesía.

Es grotesco rechazar “por principio” la participación en un determinado tipo de elecciones o puestos. Mientras las masas pongan sus esperanzas en las elecciones a puestos ejecutivos, debemos buscar participar en ellas y guiar a los trabajadores en esta etapa de su despertar político. Y si los obreros nos eligen y exigen que luchemos en ese puesto, ¡debemos hacerlo! No como reformistas que se adaptan a los puestos y alimentan las ilusiones de los trabajadores, sino para plantear lo más claramente posible que una vía gradualista hacia la conquista del poder está bloqueada por la dictadura de la burguesía y su maquinaria estatal.

En pocas palabras, y esto es lo que habíamos repudiado, el propósito del partido revolucionario es guiar a la clase obrera hacia la revolución. Los camaradas que están sopesando si podemos o no postularnos o aceptar tal o cual puesto ejecutivo en general deben dejar de plantear la cuestión de forma tan idealista (y hablo aquí de todos los puestos ejecutivos, incluyendo jefe de policía, juez, etc.). El método consistente en enredar al partido en dogmas rígidos y abstractos, cuyo único efecto práctico es apartarnos de los movimientos de masas, es típico de organizaciones minúsculas y aisladas que se encuentran cómodas en su posición. Es pequeñoburgués hasta la médula.

Mientras no seamos lo suficientemente fuertes como para disolver los puestos ejecutivos —es decir, mientras no seamos lo suficientemente fuertes como para establecer un gobierno obrero—, debemos trabajar dentro de estas instituciones reaccionarias y participar con los trabajadores en ese terreno. De lo contrario, no seremos más que charlatanes.

La relación dialéctica entre los principios y las luchas políticas

El método del artículo de Spartacist es un rechazo del materialismo dialéctico. Sin embargo, se podría argumentar que el ataque más frontal al método marxista no es tanto la posición de negarse a postularse para puestos ejecutivos sino la forma en que dimos a luz un nuevo “principio”. El artículo afirma:

“Nuestra práctica anterior [de postularse para puestos ejecutivos] estaba acorde con la de la Comintern y la IV Internacional. Ello no significa que hayamos actuado de manera antiprincipista en el pasado: ni nuestros antecesores ni nosotros mismos habíamos reconocido jamás tal principio. Los programas evolucionan conforme surgen nuevas cuestiones y hacemos un escrutinio crítico del trabajo de nuestros predecesores revolucionarios”.

Contra el Grupo Internacionalista (GI), que denunció la confección de este “principio” y defendió nuestra práctica pasada, argumentamos:

“Siguiendo la práctica de nuestros antecesores revolucionarios, nuestra posición anterior no era subjetivamente antiprincipista. Sin embargo, el que el GI siga defendiendo esas campañas, sí lo es”.

Así, debemos creer que la línea que separa la acción principista de la antiprincipista en el ámbito electoral es... una moción de la Conferencia Internacional de la LCI de 2007. Desde el momento en que se adopta esta moción, el principio es “reconocido” y cualquiera que no lo acate traiciona al marxismo. En cuanto a nuestra práctica del pasado, así como la de todo el movimiento marxista antes de 2007, no era “subjetivamente antiprincipista” (¿quizás era “objetivamente” antiprincipista?) ¡porque la moción aún no había sido adoptada!

Es cierto que “los programas evolucionan”. Pero no según las mociones votadas por pequeñas organizaciones que súbitamente reconocen principios cuando se les revelan en la cabeza. Los programas y los principios evolucionan con el desarrollo de la lucha de clases. El nacimiento del proletariado fue la precondición para el nacimiento del socialismo científico. Las revoluciones de 1848 mostraron la necesidad de un partido independiente del proletariado. La Comuna de París dio pie al entendimiento de que el proletariado necesita destruir el estado existente y crear el suyo propio. La Primera Guerra Mundial marcó la era del imperialismo y la necesidad de una ruptura con el socialchovinismo. Y así sucesivamente a través de la Revolución Rusa y su degeneración hasta el nacimiento de los estados obreros deformados, las contrarrevoluciones capitalistas, etc.

¿Cuál fue el acontecimiento innovador en la lucha de clases que nos llevó a codificar que postularse para puestos ejecutivos se había vuelto incompatible con la revolución proletaria? La cuestión ni siquiera se planteó en estos términos. Lo mismo ocurría con la posición que habíamos sostenido anteriormente.

Los principios marxistas son lecciones condensadas de las victorias y las derrotas del proletariado revolucionario. Son, por definición, abstracciones que deben aplicarse constantemente a las realidades de la lucha de la clase obrera en una coyuntura dada para guiar las acciones de la vanguardia. A su vez, los trabajadores no pueden ser ganados al marxismo a menos que lleguen a ver sus principios como una herramienta vital para conducir sus luchas y avanzar sus intereses. Una relación dialéctica inseparable vincula los principios del marxismo a la lucha de clases. Como escribió Trotsky en “Sectarismo, centrismo y la Cuarta Internacional” (octubre de 1935):

“Aunque nombre a Marx en cada frase, el sectario es la negación directa del materialismo dialéctico, que siempre toma la experiencia como punto de partida para luego volver a ella. El sectario no comprende la acción y reacción dialéctica entre un programa acabado y la lucha viva —es decir, imperfecta y no acabada— de las masas”.

Esta brillante observación capta con precisión nuestro método anterior. Partiendo de principios correctos —la naturaleza del estado capitalista y la lección de Marx sobre la Comuna de París—, ese método rechaza completamente y tacha de reformista la necesidad de participar en la lucha “imperfecta y no acabada” de las masas para combatir por estos principios. En cambio, sólo importa el programa acabado y, con tal de no alimentar las ilusiones en el estado capitalista, dictamos que los marxistas deben retirarse de las elecciones a los puestos ejecutivos de dicho estado. El resultado práctico es dejar esta esfera a las fuerzas burguesas y reformistas, lo que a su vez garantiza el continuo predominio e incluso el fortalecimiento de las ilusiones a las que decimos oponernos. Esto no es más que la liquidación del partido revolucionario.

Ciertamente, intentamos revestir este escolasticismo con lenguaje marxista. Por ejemplo, así es como planteamos la cuestión en las primeras líneas del artículo:

“Detrás de la cuestión de postularse para puestos ejecutivos yace la contraposición fundamental entre el reformismo y el marxismo: ¿puede el proletariado usar la democracia burguesa y el estado burgués para lograr una transición pacífica al socialismo, o bien, por el contrario, debe aplastar la vieja maquinaria estatal y remplazarla con un nuevo estado para imponer su propio dominio de clase —la dictadura del proletariado— para suprimir y expropiar a los explotadores capitalistas?”.

Cualquiera que pierda de vista el punto fundamental podría sentirse atraído por tal despliegue de ortodoxia. ¿Quién podría rebatir semejante abecé del marxismo? Pero esta colección de formulaciones ortodoxas sólo sirve para oscurecer el punto fundamental respecto a la “cuestión de postularse para puestos ejecutivos”: ¡que antes de que el proletariado pueda establecer su propia dictadura, primero debe romper con el reformismo! En lugar del proceso dialéctico que conecta estas dos cuestiones —es decir, en lugar de plantear el problema de cómo lograr que la clase obrera rompa con el reformismo y ganarla al marxismo—, el artículo las presenta como dos objetos estáticos, puestos uno al lado del otro sin que nunca colisionen.

Para resumirlo en términos más sencillos: no se puede separar el principio de que el parlamentarismo debe ser sustituido por el poder soviético de la lucha por ganar a la clase obrera a este entendimiento. Cualquiera que rompa la relación entre los principios y la lucha política está condenado a vegetar en el aislamiento.

Esto se aplica también a la posición adoptada en 2019 de que era antiprincipista que los revolucionarios se postularan para el Parlamento Europeo (ver Espartaco No. 52, diciembre de 2019). Por el contrario, mientras haya ilusiones en la Unión Europea, los marxistas deben llevar a cabo un trabajo revolucionario dentro de su parlamento, con el objetivo de preparar a la clase obrera para dispersar a toda esa institución reaccionaria.

¿Cómo se rompen las ilusiones democrático-burguesas?

¿Qué recomienda exactamente el artículo de Spartacist a los revolucionarios? En el mejor de los casos, argumenta que podemos postularnos para puestos legislativos y tener parlamentarios como oposicionistas. Pero el método del artículo también sabotearía cualquier campaña seria para puestos legislativos, al ignorar la tarea central de combatir las ilusiones en la democracia burguesa, así como la necesidad de guiar a la clase obrera, partiendo de su propia experiencia y ofreciendo un camino a seguir para sus luchas inmediatas. Basta con considerar cuál sería la respuesta de nuestro candidato a la pregunta más sencilla de todas: “¿Qué haría de forma diferente si estuviera en el gobierno?”. “¡Oh! No aceptamos puestos ejecutivos, gracias. Después de establecer el poder soviético, sin embargo,...”. Ningún trabajador se tomaría eso en serio.

Las elecciones a puestos ejecutivos suelen ser las que más atención reciben por parte de los trabajadores y las que más ilusiones generan (como las elecciones presidenciales en Francia, México, EE.UU., etc.). Sin embargo, el artículo no propone hacer absolutamente nada más que escribir propaganda o, en el mejor de los casos, dar apoyo crítico a otros, señalando al mismo tiempo que presentarse a estas elecciones es antiprincipista. Dejando a un lado lo absurdo que es esto, la concepción de la política que subyace es profundamente antimarxista.

Las ilusiones en la democracia burguesa, y de hecho en cualquier otra ideología burguesa, no se rompen con propaganda y teoría. Aunque éstas son esenciales para consolidar a nuestro partido, ni una sola organización revolucionaria en la historia de la sociedad de clases se ha hecho de un grupo de seguidores serio sólo con ellas. Las masas son ganadas en la acción y despojadas de sus ilusiones a través de los grandes acontecimientos y su propia experiencia. Para que la clase obrera pierda la fe en la democracia burguesa se requiere una crisis de gran magnitud que ponga en primer plano el conflicto entre sus necesidades más candentes e inmediatas y el orden político y económico existente. Los diversos mecanismos de la sociedad burguesa, que entre crisis pueden amortiguar este conflicto de clase, se ven de repente sometidos a una tremenda presión por la situación objetiva, provocando la irrupción de las masas en la arena política y sus rápidos cambios de conciencia.

Incluso en tales circunstancias, la experiencia demuestra que la conciencia no evoluciona en consonancia con la situación objetiva. Vale la pena citar extensamente lo que Trotsky escribió en el Prefacio a su Historia de la Revolución Rusa (1930):

“Por tanto, esos cambios rápidos que experimentan las ideas y el estado de espíritu de las masas en las épocas revolucionarias no son producto de la elasticidad y movilidad de la psiquis humana, sino al revés, de su profundo conservadurismo. El rezago crónico en que se hallan las ideas y relaciones humanas con respecto a las nuevas condiciones objetivas, hasta el momento mismo en que éstas se desploman catastróficamente, por decirlo así, sobre los hombres, es lo que en los períodos revolucionarios engendra ese movimiento exaltado de las ideas y las pasiones que a las mentalidades policiacas se les antoja fruto puro y simple de la actuación de los ‘demagogos’.

“Las masas no van a la revolución con un plan preconcebido de la sociedad nueva, sino con un sentimiento claro de la imposibilidad de seguir soportando la sociedad vieja. Sólo el sector dirigente de su clase tiene un programa político, programa que, sin embargo, necesita todavía ser sometido a la prueba de los acontecimientos y a la aprobación de las masas. El proceso político fundamental de una revolución consiste precisamente en que esa clase perciba los objetivos que se desprenden de la crisis social y en que las masas se orientan de un modo activo por el método de las aproximaciones sucesivas. Las distintas etapas del proceso revolucionario, consolidadas por el desplazamiento de unos partidos por otros cada vez más extremos, señalan la presión creciente de las masas hacia la izquierda, hasta que el impulso adquirido por el movimiento tropieza con obstáculos objetivos”.

Las masas entran en la escena política no con un plan preconcebido, sino con la certeza de que el régimen actual no puede continuar. Adquieren una comprensión cada vez mayor de la crisis al experimentar fuertes sacudidas. Los partidos y los dirigentes son puestos a prueba; el movimiento de las masas hacia la izquierda se produce a través de aproximaciones sucesivas.

Es casi una ley de la historia que, en cada crisis grave, la masa de trabajadores lleve el sistema existente a su límite extremo intentando utilizar la vieja maquinaria estatal para sus propios fines. Desde el Gobierno Provisional en Rusia en febrero de 1917 y la coalición SPD-USPD de 1918 en Alemania hasta los frentes populares en Francia, España, Chile y otros lugares y el gobierno laborista de Attlee en Gran Bretaña: todos ellos fueron llevados al poder por la clase obrera creyendo que estaban despejando el camino hacia el socialismo mediante la toma del estado capitalista. Ésta es una etapa casi inevitable en el despertar político de las masas.

El reto para un partido revolucionario es no etiquetar estos diversos intentos como callejones sin salida reformistas, y luego declarar “se los dijimos” cuando el proletariado sea aplastado. Cualquier diletante puede hacer esto desde su escritorio. El verdadero reto, y lo que es necesario, es ayudar a la clase obrera a pasar por esta experiencia de forma que pueda fortalecer su posición y avanzar en la ruptura con el reformismo.

Esto requiere la capacidad de utilizar todas las armas disponibles para exacerbar la contradicción fundamental entre lo que hay que hacer para resolver la crisis —la lucha independiente de la clase obrera hacia la expropiación de la burguesía— y lo que está bloqueando su consecución —la conciencia y la dirección existentes del movimiento obrero—. Este problema sólo puede resolverse en el curso de la lucha, a través de la experiencia práctica. Lo que se necesita es una dirección que vea validada su perspectiva por la prueba de los acontecimientos, ganando así autoridad entre los trabajadores, y que empuje los prejuicios de las masas al punto de hacerlos añicos ante las necesidades objetivas de la situación. Éste es el elemento clave que distingue la experiencia rusa de todas las demás.

El método de cargar al partido con supuestos principios que rechazan de antemano el uso de tal o cual arma en la lucha contra la burguesía es un método que no entiende nada de la dinámica de la lucha de clases y la lucha por la dirección comunista. Postularse para puestos ejecutivos y ocupar tales puestos es una de las armas que el partido revolucionario debe aprender a utilizar.

Este enfoque es crucial no sólo en periodos de crisis revolucionaria. El estallido de una crisis aguda pone en primer plano a los dirigentes y los partidos preparados durante todo el periodo precedente. En tiempos reaccionarios y de estancamiento, el partido revolucionario debe ser capaz de aprovechar al máximo cualquier experiencia, por modesta que sea, para formar a sus cuadros, emprender el trabajo común y la batalla política con organizaciones contendientes, introducirse en la lucha de clases y empezar a echar raíces en las capas avanzadas del movimiento obrero. Un partido que se encadene a la propaganda abstracta y los dogmas seudorradicales, aislado de la lucha de clases, será barrido en la primera conmoción. Ése fue nuestro método, puesto a prueba en marzo de 2020 con la pandemia, y todos conocemos el resultado: colapsamos.

Sí, los comunistas pueden asumir puestos ejecutivos

El camarada Jim Robertson, que propuso por primera vez que rechazáramos postularnos para puestos ejecutivos en 2004, planteó la cuestión diciendo que en dichas elecciones “puedes hablar con la gente, pero hablar con ella para decirle ‘quiero ser presidente del imperialismo estadounidense, pero mejorarlo’ tiene ya sus problemas”. Un pilar del método antimarxista detrás de nuestro planteamiento era la idea de que “asumir un puesto ejecutivo u obtener el control de una legislatura burguesa o un ayuntamiento municipal burgués, ya sea independientemente o como parte de una coalición, exige tomar responsabilidad por la administración de la maquinaria del estado capitalista”, como decía el artículo de Spartacist. En otras palabras, si el estado es capitalista, entonces cualquiera que sea elegido para un puesto de responsabilidad se convierte en un político capitalista. Esta lógica es puro formalismo. De repente, la lucha de clases y el actuar de la vanguardia revolucionaria desaparece en una ecuación matemática simplista.

La perspectiva de que la única campaña posible para un puesto ejecutivo es la que dice “quiero mejorar el imperialismo”, y que la única manera de asumir tal puesto es dirigir la maquinaria del estado capitalista y asumir la responsabilidad de la misma, se basa en rechazar la lucha de clases como factor decisivo y liquidar el partido revolucionario. Es perfectamente posible hacer lo que han hecho generaciones de revolucionarios antes que nosotros y contender con una campaña que diga a los trabajadores: “Me estoy postulando para presidente (o alcalde, o cualquier otro puesto ejecutivo). Lo que nuestro partido quiere es nacionalizar todas las industrias importantes y los bancos, disolver la policía y el ejército y armar a los obreros, acabar con el imperialismo y que sean los trabajadores y no los capitalistas quienes dirijan el país de arriba a abajo y disfruten de los frutos de su trabajo. Sin embargo, sabemos que la clase capitalista nunca nos dejará hacerlo y opondrá una fuerte resistencia. Por eso nuestro movimiento sólo puede triunfar si los obreros se movilizan y están dispuestos a luchar por su propio poder contra la clase capitalista”.

Esto no tiene nada de reformista. No significa que si ganamos administraremos el capitalismo, sino exactamente lo contrario. Hacer campaña de esta manera es la única forma de establecer un vínculo con los trabajadores y enfrentar sus ilusiones de frente. Consideremos la alternativa: “Nos postulamos para estas elecciones, pero no tomaremos el puesto”. Ésta no es más que otra forma de decir: “Voten por mí, pero si gano, no voy a luchar”. ¿Se imaginan que ganáramos realmente unas elecciones y nuestro primer acto en el cargo fuera... ¡renunciar!? Esto traería un daño y un descrédito irredimible a nuestro partido y entregaría a los trabajadores a los reformistas.

Wall Street enjuicia al socialismo de James P. Cannon, que consiste en su testimonio en el juicio en 1941 de 28 dirigentes trotskistas y de los Teamsters de Minneapolis, nos ofrece un excelente ejemplo de cómo explicar pedagógicamente a los trabajadores lo que queremos, cómo pretendemos conseguirlo y por qué necesitan establecer su propio estado. Cannon explica:

“Cuando nosotros decimos que es una ilusión esperar que se realice la transformación social mediante la acción parlamentaria, no significa que nosotros no queramos que así sea, o que nosotros aceptemos tal método gustosamente. Nosotros no consideramos, sobre las bases de nuestro conocimiento de la historia y sobre las bases de nuestro conocimiento de la rapacidad de la clase dirigente norteamericana, que ellos permitan dicha forma de solución”.

¿Hablaba Cannon aquí, o en algún otro lugar de su testimonio, de asumir la responsabilidad de administrar el capitalismo? Por supuesto que no. Explicó qué tipo de transformación es necesaria para liberar a la clase obrera y dijo que, aunque estaríamos contentos si eso ocurriera a través de la democracia burguesa, la historia ha demostrado que la clase dominante no abandonará la escena sin luchar. En el hipotético caso de que un partido revolucionario fuera elegido a la presidencia, los revolucionarios harían, en palabras de Cannon, lo que Lincoln hizo con los esclavistas: “Lincoln hizo lo que pudo y reclutó algunos más y luchó, y yo siempre he pensado que fue esa una admirable acción”. Sólo un formalista sin remedio podría pensar que esta explicación sencilla y popular es reformista.

Los revolucionarios y los municipios

Las posibilidades de que un partido revolucionario gane la presidencia parecen tan remotas que es fácil descartarlas. No puede decirse lo mismo de los municipios, a los que los comunistas (no sólo estalinistas y reformistas, sino auténticos revolucionarios) han sido elegidos en el pasado. No es inconcebible que un partido algo pequeño con modestas raíces en el movimiento obrero consiga la mayoría en una localidad. ¿Qué hacer entonces? Una vez más, debemos empezar por la lucha contra las ilusiones imperantes. La ilusión tradicional en este campo es el socialismo municipal, es decir, la idea de que el socialismo puede introducirse gradualmente tomando el control de los municipios y utilizando esas posiciones para crear burbujas “socialistas” promulgando medidas sociales mezquinas.

El artículo de Spartacist señalaba el apartado 13 de las tesis sobre “El partido comunista y el parlamentarismo”, aprobadas por el II Congreso de la Comintern en 1920, que dice:

“Los comunistas, si obtienen mayoría en los municipios, deben: a) formar una oposición revolucionaria en relación al poder central de la burguesía; b) esforzarse por todos los medios en prestar servicios al sector más pobre de la población (medidas económicas, creación o tentativa de creación de una milicia obrera armada, etc….); c) denunciar en toda ocasión los obstáculos puestos por el estado burgués contra toda reforma radical; d) desarrollar sobre esta base una propaganda revolucionaria enérgica, sin temer el conflicto con el poder burgués; e) remplazar, en ciertas circunstancias, a los municipios por soviets de diputados obreros. Toda acción de los comunistas en los municipios debe, por lo tanto, integrarse en la obra general por la destrucción del sisma capitalista”.

—“El partido comunista y el parlamentarismo”, impreso en Los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista (Córdoba: Ediciones Pasado y Presente, 1973)

Me parece excelente. Contrariamente a las afirmaciones espurias de nuestro artículo, esto no era socialismo municipal; era su opuesto directo. El propósito del apartado 13 era guiar las acciones de los comunistas para demostrar de mejor manera la bancarrota del socialismo municipal y utilizar esos puestos para mostrar la necesidad de que los trabajadores tomaran el poder al nivel nacional.

El propósito de las Tesis, que nuestro artículo caracteriza como un “amasijo contradictorio que permitía el ministerialismo” (!), era precisamente trazar una línea tanto contra la oportunista II Internacional, cuyos parlamentarios se adaptaron a la sociedad burguesa y actuaron como vulgares lacayos de los capitalistas, como contra los antiparlamentarios ultraizquierdistas que, en reacción a las traiciones de la II Internacional, rechazaban toda forma de actividad parlamentaria. El preámbulo de Trotsky a las tesis proclama: “El viejo parlamentarismo de adaptación es remplazado por un nuevo parlamentarismo, que es una de las formas de destruir el parlamentarismo en general”. No se trata de elegir entre el parlamentarismo oportunista y el rechazo de toda actividad parlamentaria, sino de participar en la lucha parlamentaria como revolucionarios.

El apartado 13 no se escribió en el vacío. Tampoco formaba parte de “enmiendas antimarxistas” que diluían las tesis originales, como pretende nuestro artículo. Fue extraído de la experiencia de los propios bolcheviques, que hicieron campaña en los municipios locales entre febrero y octubre de 1917. El artículo de Lenin “Han olvidado lo principal” (mayo de 1917) fue uno de los múltiples artículos escritos en esa época sobre la plataforma de los bolcheviques para las elecciones municipales. Escribió:

“A la cabeza de esa plataforma, al frente de la lista de reformas, deben figurar, como condición básica para su realización efectiva, los siguientes tres puntos fundamentales:

  1. Ningún apoyo a la guerra imperialista (ya sea bajo la forma de apoyo al empréstito o bajo cualquier otra forma).
  2. Ningún apoyo al gobierno capitalista.
  3. Impedir el restablecimiento de la policía, que debe ser remplazada por una milicia popular.

“Sin concentrar la atención principal en estos problemas básicos, sin esclarecer que ellos condicionan todas las reformas municipales, el programa municipal se convertirá inevitablemente (en el mejor de los casos) en un deseo inocente”.

La intención de Lenin era desenmascarar a los mencheviques y los socialrevolucionarios, que proponían todo tipo de reformas pero cuya posición traicionera en estos tres puntos era un obstáculo fundamental para su realización. Insistió especialmente en el tercer punto, defendiendo la necesidad de disolver la policía y crear una milicia popular. En otras palabras, instruyó a los comunistas que obtuvieran la mayoría en los municipios a que utilizaran sus puestos para avanzar la ruptura con los reformistas y convirtieran estos puestos en bastiones de la clase obrera para facilitar la obtención del poder estatal por los soviets.

Por el contrario, nuestra opinión era que cualquier actividad parlamentaria en el ámbito de los puestos ejecutivos sólo podía ser reformista. Esto sólo es cierto si se piensa que, una vez elegidos, nosotros, los comunistas, entraríamos en la alcaldía y dirigiríamos la maquinaria estatal local, con su burocracia enquistada, sus matones en la policía, sus reglamentos mezquinos y su escaso presupuesto, e intentaríamos hacer lo mejor para la gente pobre en este marco. Sí, en ese caso, el llamado alcalde comunista se convertiría en un alcalde burgués: un administrador de la escasez y un lacayo del gobierno central.

Pero la cuestión se vuelve completamente diferente y se abren nuevas posibilidades si uno se niega a restringirse a los límites de la propiedad privada. En lugar de considerar los puestos ejecutivos desde el punto de vista de la administración de la maquinaria estatal local, los comunistas se basarían en la organización y la movilización del movimiento obrero, aliado con la pequeña burguesía pobre y los desempleados. Entonces queda claro que nos postularíamos para esos puestos con una plataforma revolucionaria clara que diga a la clase obrera lo que pretendemos hacer y lo que no se puede hacer sin el poder estatal. Se vuelve obvio que no administraríamos el capitalismo local, sino que buscaríamos construir órganos de poder dual y movilizar a la clase obrera contra la burguesía, que no dirigiríamos la policía local, sino que trabajaríamos para disolver dicha institución.

Muchos camaradas se encuentran atascados en el escenario de ser elegidos al frente de un municipio en una situación que no es revolucionaria, preguntándose cómo trataríamos tal o cual cuestión sin caer en el reformismo. Ésta no es una forma dialéctica de abordar la cuestión porque es totalmente especulativa. Creo que refleja nuestra casi nula experiencia en el movimiento de masas.

Plantear el problema de esa manera significa necesariamente ignorar otros mil factores imposibles de predecir: el contexto social, económico y político local, nacional e internacional; la profundidad de la lucha de clases; nuestras propias raíces y autoridad en el movimiento obrero; la situación de la clase dominante. Todos estos elementos y otros más son clave para evaluar la relación de fuerzas, lo que es posible o no y, de manera crucial, cómo llegaría un partido revolucionario al gobierno.

Mi respuesta al escenario hipotético anterior es: lucharemos por nuestro programa como lo haríamos en cualquier otro lugar, con los métodos de la lucha de clases. Haríamos todo lo posible por guiar y fortalecer al proletariado mientras socavamos sus ilusiones reformistas bajo las condiciones que se nos impongan.

Preparando la batalla

La LCI no heredó un problema no resuelto por nuestro movimiento, como afirmaba el artículo de Spartacist. El hecho de que la Comintern, Lenin, Trotsky, Cannon y muchos otros no hicieran una distinción fundamental entre los puestos ejecutivos y los legislativos no fue un gran descubrimiento nuestro. Nuestros antepasados simplemente no veían la cuestión a través de una lente tan formalista. Filosofar sobre la separación de poderes, así como descartar terrenos y armas para librar la batalla es algo que no se permitían el lujo de hacer y un método que rechazaban totalmente.

Los bolcheviques declararon la guerra a la sociedad burguesa en su conjunto y comprendieron que había que llevar la batalla a todas las esferas de la vida social. Los comunistas elegidos para el parlamento o para dirigir municipios, para puestos sindicales, cooperativas, milicias obreras, o cualquier otro puesto de responsabilidad, debían luchar por el comunismo y actuar en consecuencia bajo la disciplina del partido, y punto.

Los bolcheviques comprendieron que las acciones del partido revolucionario no debían basarse en abstracciones, sino en las exigencias de la lucha de clases. Comprendieron la necesidad de que el partido se vinculara al movimiento obrero y se mantuviera flexible en todas las situaciones, capaz de adaptarse a lo que fuera necesario para alcanzar la meta final. Trataron de enseñar a los revolucionarios en ciernes que el papel del partido era guiar al proletariado en cada etapa de su conciencia política, haciendo uso de su experiencia para educarlo en la bancarrota del reformismo y en la necesidad de la dictadura del proletariado. Eso es lo que nuestro partido debe aprender para las batallas que tiene por delante, y por eso debemos ser implacables con respecto a nuestro pasado.