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El siguiente artículo está basado en la presentación de Lital Singer a una reunión del Comité Ejecutivo Internacional de la LCI en marzo.

Gaza ha sido reducida a escombros. Nueve meses de bombardeos y ofensivas terrestres israelíes han masacrado a incontables palestinos y convertido esta prisión a cielo abierto en un verdadero infierno. En Cisjordania, tropas israelíes y turbas sionistas están expulsando a los palestinos de sus hogares, los cuales arrasan para levantar nuevos asentamientos judíos. Las protestas masivas que han estallado en todo el mundo desde la ofensiva de Hamás del 7 de octubre no han detenido este genocidio y el movimiento está perdiendo impulso. Por su parte, el apoyo de los estados árabes a los asediados palestinos se ha limitado a unos cuantos gestos vacíos. Las negociaciones por el cese al fuego respaldadas por EE.UU., las resoluciones de la ONU y las investigaciones de la Corte Penal Internacional no han aportado más que una hoja de parra diplomática, al tiempo que los estadounidenses y otras potencias imperialistas siguen armando y apoyando al estado sionista. Mientras tanto, Israel está avanzando hacia la meta sionista de ocupar toda Palestina, desde el río hasta el mar.

Mientras esta catástrofe se desarrolla, la mayoría de los izquierdistas, haciendo eco de los nacionalistas palestinos, proclaman con fatuidad que la lucha está progresando de manera favorable y se dirige a la victoria. Una consigna frecuente es “Palestina ya casi es libre”. Es verdad que existe una extendida simpatía pública por la causa palestina, que Israel ha perdido cientos de soldados y que su reputación internacional ha sufrido. Pero lo que los palestinos afrontan no es su liberación, sino su exterminio. Para ofrecer un camino a la lucha palestina, es necesario empezar por decir la verdad sobre la situación actual. Lejos de hacer esto, la mayoría de los grupos marxistas al nivel internacional vitorean al movimiento mientras avanza hacia la derrota. En vez de luchar por cambiar su curso, se ponen a la cola de su dirección, ya sea liberal o nacionalista. En consecuencia, aunque los supuestos marxistas han sido omnipresentes en la lucha, prácticamente no han incidido en su resultado.

Este problema no es nuevo. Por el contrario, no es más que otra iteración de la ya larga incapacidad del movimiento marxista de formular una estrategia revolucionaria para la lucha por la liberación de Palestina. Desde los zigzagueos del primer Partido Comunista de Palestina (PCP) y el apoyo de Stalin a la Nakba en 1948 a las ovaciones a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) de Yasser Arafat en los años setenta, el movimiento marxista ha tenido un historial desastroso respecto a la cuestión palestina y no ha logrado establecerse como un polo serio contra el sionismo, el nacionalismo y el imperialismo. Ahora, más que nunca, es urgente aprender las lecciones de estos fracasos y aportar un curso que pueda derrotar al estado sionista y abrir el camino a la liberación palestina y la emancipación social.

Ése es el fin del presente documento. Con base en un análisis materialista de la cuestión palestina, éste buscará explicar la causa de los fracasos previos, ofreciendo un camino genuino a la victoria.

La naturaleza de la cuestión palestina

Para comprender la cuestión palestina, hace falta conocer su origen y su desarrollo. Los británicos arrebataron el territorio de Palestina al decadente Imperio Otomano durante la Primera Guerra Mundial. En ese entonces, la población judía era una pequeña minoría, que en su mayor parte llevaba mucho tiempo establecida ahí. Sin embargo, con la Declaración Balfour de 1917 los británicos dieron su apoyo al proyecto colonial sionista de crear una “patria” judía a partir de este país árabe. Esto fue una maniobra cínica para atizar el conflicto nacional en la región y reforzar así el dominio británico. Colonos judíos europeos emigraron a Palestina, compraron tierra a los grandes terratenientes árabes y desalojaron a las masas campesinas. Como el sionismo requería para sobrevivir del apoyo imperialista —primero británico y después estadounidense—, la colonia de asentamiento judía se erigió como una fortaleza de reacción imperialista dirigida contra el resto del Medio Oriente.

Desde su origen, el sionismo fue una repuesta reaccionaria y nacionalista a la opresión judía, y siempre tuvo como premisa el despojo y la expulsión del pueblo palestino de su patria. Los sionistas fueron a Palestina bajo las consignas de “conquistar el trabajo” y “conquistar la tierra”, sabiendo bien que el trabajo y la tierra se conquistarían desalojando a la población árabe. Los sionistas de derecha, que solían conocerse como “revisionistas”, siempre han sido consecuentes con este fin. El sionismo liberal, que era conocido en el pasado como “socialista” o como sionismo laborista, siempre ha sido hipócrita, buscando reconciliar los lindos principios del “socialismo” y la democracia liberal con la lógica genocida del proyecto sionista.

Naturalmente, la expansión sionista de la primera mitad del siglo XX provocó una creciente reacción entre la población árabe, que estalló en revueltas cada vez más violentas. Fue mediante estas luchas que los palestinos desarrollaron una conciencia nacional distinguible de la de la población árabe del resto de la región. Originalmente, los líderes de la lucha palestina procedían de estratos de la élite tradicional árabe, cuyos intereses se veían directamente amenazados por los sionistas. Sin embargo, esos estratos también estaban atados a los británicos, que garantizaban su posición privilegiada sobre las masas árabes. Desde las viejas élites hasta los nacionalistas modernos, la dirección del movimiento palestino siempre ha representado los intereses de una capa superior, que se ve obligada a enfrentar el proyecto sionista, pero que, debido a su posición de clase, es incapaz de derrotar al imperialismo y el sionismo.

La brutal explotación que sufren los palestinos y su heroica resistencia los ubican en la vanguardia de la lucha contra el imperialismo en el Medio Oriente. Sin embargo, las masas árabes, turcas e iraníes están divididas, separadas en estados rivales gobernados por una camarilla de monarcas, clérigos y dictadores que ponen sus reaccionarios intereses por encima de la lucha contra el imperialismo y el sionismo. El problema histórico del movimiento de liberación palestina ha sido la búsqueda de apoyo entre estas capas superiores a costa de unir a toda la población trabajadora del Medio Oriente en una lucha contra sus propios gobernantes y sus amos imperialistas. Este problema es inherente al nacionalismo, que ve los conflictos estrictamente desde el punto de vista del antagonismo nacional. Así, los nacionalistas palestinos sólo pueden concebir luchar contra la nación israelí entera, una batalla que no pueden ganar; confían en los regímenes árabes, con quienes no pueden contar; y maniobran entre las grandes potencias que se benefician directamente de la opresión palestina.

El quid de la cuestión palestina es que dos naciones reclaman el mismo territorio, y ninguna de las dos tiene otro lugar a donde ir. Las injusticias históricas infligidas a los palestinos no pueden corregirse con la creación de un estado palestino residual, establecido en una fracción del territorio palestino histórico y bajo la amenaza permanente de un estado sionista mucho más poderoso. Tampoco puede lograrse confrontando a toda la nación israelí, que sin duda luchará hasta la muerte por su existencia nacional. Por el contrario, el estado sionista debe quebrarse desde dentro, rompiendo las ataduras que unen a las masas trabajadoras al proyecto sionista. La base para lograrlo yace en los intereses de clase de los obreros de Israel, que también son explotados por los gobernantes sionistas y cuya condición se ve degradada por la opresión de los palestinos y por su papel como peones regionales de los imperialistas. La emancipación de la clase obrera israelí pasa por la liberación nacional de Palestina. Como escribió Engels, ninguna nación puede ser libre mientras oprime a otra.

En el corazón de la cuestión palestina existe un problema nacional que no puede resolverse dentro de un marco estrictamente nacional. Cada paso hacia la libertad palestina choca con todo el orden capitalista en el Medio Oriente. Es evidente que la lucha por la liberación de Palestina requiere una dirección revolucionaria que fusione la causa nacional con la emancipación social de la clase obrera de toda la región; en otras palabras, el programa trotskista de la revolución permanente. Es sobre la base de este enfoque como buscamos evaluar el historial del movimiento marxista respecto a la cuestión palestina.

La cuestión judía: Comunismo vs. sionismo

El movimiento marxista tiene cimientos sólidos respecto a las cuestiones nacional y judía. Escribiendo durante la Segunda Guerra Mundial, el trotskista belga Abraham León aportó un entendimiento materialista de la opresión de los judíos (Concepción materialista de la cuestión judía). León explicó cómo en el feudalismo los judíos cumplían una función económica especial como prestamistas, que bajo el capitalismo dejó de ser necesaria. En Europa Occidental, las revoluciones burguesas abrieron las puertas de los guetos y la asimilación de los judíos parecía un hecho consumado.

En cambio, en Europa Oriental, cuando el colapso de la sociedad feudal arrebató a los judíos la base material de su existencia, no sobrevino una extensa industrialización que permitiera a estos millones de intermediarios ahora superfluos integrarse al proletariado. Particularmente en la Zona de Asentamiento, la región occidental del Imperio Ruso, los judíos tuvieron que vivir en empobrecidos shtetles (aldeas judías) sujetos a frecuentes pogromos. Una pequeña parte de los pobladores judíos se convirtió en capitalista y otra en proletaria; una porción mayor emigró, rompiendo así la tendencia a la asimilación de los países occidentales. La mayor parte se quedó viviendo en las lamentables condiciones de los pequeños comerciantes, “ahogados entre dos sistemas: el feudalismo y el capitalismo, en los cuales la putrefacción de uno acentúa la del otro”, como escribió León.

La Revolución Bolchevique de 1917 liberó a los judíos del Imperio Ruso, atrayendo a grandes números de ellos a la bandera del comunismo y alejándolos del sionismo. Éstos veían su futuro en la destrucción del viejo orden económico, en el que no había lugar para ellos, y en la construcción de una sociedad nueva y socialista. Comunismo y sionismo estaban naturalmente contrapuestos, y la Internacional Comunista (IC) en sus inicios luchó contra la influencia del sionismo. Como explican las “Tesis sobre las cuestiones nacional y colonial” del II Congreso de la Internacional Comunista de 1920:

“Como un ejemplo flagrante de los engaños practicados con la clase trabajadora en los países sometidos por los esfuerzos combinados del imperialismo de los Aliados y de la burguesía de tal o cual nación, podemos citar el asunto de los sionistas en Palestina, país en el que, so pretexto de crear un estado judío, allí donde los judíos son una minoría insignificante, el sionismo ha librado a la población autóctona de los trabajadores árabes a la explotación de Inglaterra”.

—Incluido en Los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista (Cuadernos de Pasado y Presente, 1973)

Cuando el movimiento Poale Zion (Obreros de Sion) solicitó su ingreso a la Comintern, el Comité Ejecutivo Internacional de la IC escribió en una carta fechada en agosto de 1921: “Hay tendencias dentro de su movimiento que son incompatibles por principio con la Internacional Comunista”. La carta argumentaba contra la noción de que asentar a los judíos en Palestina sería liberador y enfatizaba que “la completa liquidación de semejante ideología es la condición más importante que nos vemos obligados a estipular” (Boletín del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista No. 2, 20 de septiembre de 1921). Además, la carta exigía a Poale Zion que se opusiera a la migración de judíos a Palestina y que cambiara su nombre a Partido Comunista de Palestina para demostrar su intención de representar no sólo a los obreros judíos, sino también a los trabajadores árabes. Cuando la mayoría de Poale Zion se negó a aceptar estas condiciones, la Comintern dejó claro que había estado dispuesta a hacer “grandes concesiones con respecto a la propaganda y la organización, con el fin de facilitar el desarrollo futuro del comunismo aun entre los sectores más atrasados del proletariado judío”, añadiendo: “Las únicas relaciones entre los comunistas y Poale Zion desde que éste rechazara las condiciones de ingreso han sido de la mayor hostilidad” (“¡A los comunistas de todos los países! ¡Al proletariado judío!”, International Press Correspondence, 1º de agosto de 1922).

El Partido Comunista de Palestina: Entre el sionismo y el nacionalismo árabe

Para cuando el Partido Comunista de Palestina fue admitido por la Comintern en 1924, los estalinistas ya habían tomado el poder político en la Unión Soviética y la IC estaba en proceso de degeneración. De un instrumento para la revolución mundial, estaba transformándose en un auxiliar de la política exterior estalinista, basada en la perspectiva reaccionaria de construir el socialismo en un solo país en coexistencia pacífica con el imperialismo. Así, las intervenciones de la IC en el PCP no obedecían a lo que se necesitaba para construir un partido revolucionario.

En su fundación, el PCP se opuso formalmente al sionismo, pero su ruptura había sido parcial. El PCP había surgido del ala izquierda de Poale Zion, y sus miembros seguían identificándose con el sionismo de izquierda. Estaba compuesto principalmente por colonos judíos que habían llegado a Palestina sin saber nada de ese país y sin mucha idea de la gente que vivía ahí. Su militancia era muy inestable, y muchos simplemente se fueron de Palestina cuando fueron ganados al comunismo para escapar del “infierno sionista”.

El PCP sí intentó unir a los árabes y los judíos, pero lo hizo sin oponerse frontalmente al sionismo. Por ejemplo, en su volante del Primero de Mayo de 1921, el precursor del PCP llamó a los obreros árabes a unirse a la manifestación comunista y afirmó que los obreros judíos habían venido a Palestina como aliados en la lucha común contra los capitalistas árabes y judíos. Desde luego, en un contexto en el que los sionistas estaban desalojando a los campesinos árabes de sus tierras y a los trabajadores árabes de sus empleos, este llamado cayó en oídos sordos. El enfoque del PCP implicaba en última instancia que las masas árabes renunciaran a sus legítimas aspiraciones nacionales como precondición de la unidad; debían dejar de lado su lucha contra el sionismo para “unirse” contra los patrones.

Esta posición se contrapone totalmente al enfoque leninista respecto a la cuestión nacional. Como estableció Lenin en “La revolución socialista y el derecho de las naciones a la autodeterminación” (enero-febrero de 1916):

“El proletariado de las naciones opresoras no puede limitarse a frases generales y estereotipadas, repetidas por cualquier burgués pacifista, contra las anexiones y a favor de la igualdad de derechos de las naciones en abstracto... debe reivindicar la libertad de separación política para las colonias y naciones oprimidas por ‘su’ nación. En caso contrario, el internacionalismo del proletariado quedará en un concepto huero y verbal; resultarán imposibles la confianza y la solidaridad de clase entre los obreros de la nación oprimida y los de la nación opresora”.

Si bien lo que estaba planteado en Palestina no era la secesión política, el punto de Lenin retiene toda su validez. La responsabilidad de los comunistas judíos en Palestina era y sigue siendo oponerse ante todo a la opresión nacional de los palestinos. Sólo sobre esta base puede empezar a hablarse de unidad de clase.

Es precisamente esta lección la que muchos supuestos comunistas rechazan hoy cuando emiten llamados a la unidad que no tienen como premisa la liberación de los oprimidos. Lutte ouvrière (LO) destaca en este sentido, marchando orgullosamente por las calles de París con pancartas que dicen: “Contra el imperialismo y sus maniobras, contra Netanyahu y Hamás, proletarios de Francia, Palestina e Israel...¡uníos!” Una vez más, la unidad sólo ocurrirá mediante la liberación nacional palestina —una causa que LO rechaza—. Como cabría esperar, LO también embellece al viejo PCP.

Desde mediados de los años 1920 hasta mediados de los 1930, la IC intervino para forzar al PCP a orientarse hacia la mayoría árabe. Si bien esto era, en efecto, necesario, los estalinistas lo hicieron a través de métodos burocráticos y al servicio de fines reformistas. Con el tiempo, la IC terminó exigiéndole a los miembros del PCP que se reempadronaran en el partido mediante un juramento de lealtad a la arabización de éste y remplazó la mayor parte de los dirigentes judíos por árabes. Al nivel político, este giro oscilaba entre denuncias generales y estériles de la dirección nacionalista árabe, a la que caracterizaba como “un mero instrumento de la reacción”, y la completa conciliación a esos mismos líderes (citado en Joel Beinen, “El Partido Comunista de Palestina, 1919-1948”, MERIP Reports, marzo de 1977).

Estos cambios en el partido coincidieron con el ascenso de Hitler al poder en Alemania, que produjo una oleada de inmigrantes judíos alemanes a Palestina. Entre 1933 y 1936, más de 130 mil judíos llegaron a Palestina. El Yishuv, órgano general de los colonos judíos, creció en aproximadamente un 80 por ciento. Estos sucesos llevaron las tensiones entre judíos y árabes a nuevas alturas, culminando en la Gran Revuelta Árabe de 1936-1939, que abarcó desde protestas y levantamientos campesinos hasta una huelga general y una insurrección armada.

Los comunistas palestinos apoyaron la dirección de la revuelta, poniendo inicialmente su autoridad detrás del muftí de Jerusalén, Amin al-Husseini, que había surgido como su líder. El PCP lo elogió como “parte del ala más extremadamente antiimperialista del movimiento nacionalista” (citado en Ghassan Kanafani, The 1936-39 Revolt in Palestine [La Revuelta de 1936-1939 en Palestina, Nueva York: Committee for a Democratic Palestine, 1972]). Decir que esto era un embellecimiento sería quedarse cortos. Jefe de una rica familia terrateniente, al-Husseini había llegado a muftí en 1921 nombrado por el Alto Comisionado británico, quien lo consideraba esencial para mantener la estabilidad en Palestina. Aunque era leal al Imperio Británico, al-Husseini veía en el proyecto sionista una amenaza a las élites árabes que él representaba, y por eso inicialmente se puso al frente de la revuelta. Pero, conforme el movimiento se desarrollaba, los obreros y los campesinos insurrectos empezaron a amenazar los intereses de los grandes terratenientes, la clase a la que al-Husseini pertenecía. Así, en 1936 el muftí pactó con los británicos levantar la huelga general y ayudarlos a suprimir la Revuelta Árabe en su primera etapa.

Claramente, el PCP tuvo razón en apoyar la revuelta e incluso en luchar lado a lado con el muftí. Pero debió hacerlo críticamente, mostrando a las masas a cada paso cómo éste estaba conteniendo la lucha, recurriendo incluso al antisemitismo, lo que impidió ganar a los obreros judíos. En cambio, el PCP apoyó a este líder clerical, que no sólo condujo el movimiento a la derrota, sino que literalmente supervisó la matanza de comunistas. En “El Partido Comunista de Palestina, 1919-1948”, Beinen muestra que la liquidación del PCP en el movimiento nacionalista llegó al punto de exigir a sus miembros judíos participar en acciones terroristas contra la comunidad judía.

Como cabría esperar, las políticas del PCP fueron impopulares entre sus bases judías y desgarraron al partido. Reflejando la cada vez más profunda división nacional al interior del partido, el Comité Central del PCP creó una nueva estructura, la llamada Sección Judía. Ésta fue crítica del entusiasmo desmedido con que se había apoyado la Revuelta Árabe y poco a poco se adaptó al sionismo. Viendo “círculos progresistas al interior del sionismo”, llamó a formar un frente popular con grupos y partidos sionistas. Al final, el Comité Central, dirigido por árabes, exigió la disolución de la Sección Judía. Ésta se negó y se produjo una escisión.

La supresión de la revuelta de 1936-1939 consolidó la base militar y económica para un estado sionista separado. El imperialismo británico usó a la Haganá, una milicia sionista de más de diez mil efectivos, para reprimir el levantamiento. Casi diez por ciento de los adultos varones palestinos fueron asesinados, heridos, encarcelados o exiliados, incluyendo al muftí y casi todos los dirigentes nacionalistas palestinos. Al mismo tiempo, se construyó una red de carreteras que conectaba las principales colonias sionistas, lo que sería posteriormente una parte básica de la infraestructura económica sionista. La carretera central de Haifa a Tel Aviv se pavimentó, el puerto de Haifa se expandió y profundizó y en Tel Aviv se construyó un nuevo puerto que después remplazaría al puerto árabe de Jaffa. Además, los sionistas monopolizaron los contratos para proveer de suministros a las tropas británicas, que inundaron Palestina al comenzar la Segunda Guerra Mundial.

El nuevo conflicto aceleró el curso catastrófico del PCP, particularmente cuando —siguiendo las órdenes de Stalin— éste exigió tanto a los judíos como a los palestinos que apoyaran la guerra “democrática” de los británicos contra la Alemania fascista. Justo antes del estallido de la guerra, en una polémica con el pequeño grupo trotskista de Palestina, León Trotsky insistió en la importancia de oponerse a ambos campos imperialistas. Ahí escribió:

“¿Debería renunciarse al derrotismo revolucionario en relación a los países no fascistas? Aquí está el nudo de la cuestión; a partir de este punto se yergue o cae el internacionalismo revolucionario.

“Por ejemplo, ¿deberían renunciar los trescientos sesenta millones de indios a utilizar la guerra para su propia liberación? Su levantamiento en medio de la guerra contribuiría, indudablemente, a la derrota de Gran Bretaña. Además, en el caso de un levantamiento indio..., ¿lo apoyarían los trabajadores británicos? O, por el contrario, ¿están obligados moralmente a pacificarlos y arrullarlos para que se duerman en virtud de la victoria del imperialismo británico ‘contra el fascismo’? ¿Qué camino tomamos?”.

—“Un paso hacia el socialpatriotismo” (marzo de 1939)

Esto tocaba precisamente el problema que estaba polarizando al PCP. En efecto, el apoyo al imperialismo británico era impopular entre sus miembros árabes. Aunque éstos no necesariamente se oponían al apoyo estalinista al imperialismo británico en la guerra, no podían soportar la idea de que el PCP reclutara árabes para el odiado ejército británico. En pocos años, esta diferencia y las crecientes divisiones nacionalistas llevarían a los militantes árabes a escindirse del PCP para fundar una nueva organización de izquierda, la llamada Liga de Liberación Nacional. El PCP quedó nuevamente reducido a sus miembros judíos. Éste último curso de capitulación preparó la que sería la mayor traición del PCP: apoyar a Israel en la Nakba.

El apoyo a la Nakba: La gran traición de Stalin

Al final de la Segunda Guerra Mundial, el Imperio Británico estaba colapsando bajo el peso de su esfuerzo bélico y las tensiones de mantener un imperio colonial. Esto llevó a los británicos a retirarse de Palestina y entregarle la autoridad a las Naciones Unidas. En 1947, la Asamblea General de la ONU adoptó un plan para dividir Palestina en un estado árabe y otro israelí. A este último se le concedieron grandes áreas, muchas de ellas habitadas por una población mayoritariamente árabe.

Para los sionistas, esto no era suficiente. Tan pronto la ONU votó la partición de Palestina, los sionistas lanzaron una ofensiva que al final lograría desplazar a más de 700 mil palestinos y conquistar el 78 por ciento de la Palestina histórica. Los palestinos tuvieron que abandonar ciudades enteras y fueron despojados de sus huertas, su industria, sus transportes, sus fábricas, sus hogares y otras posesiones. Los palestinos llegarían a conocer esta masiva limpieza étnica, que dio origen a Israel, como la Nakba —la catástrofe—.

La ofensiva sionista inicial envió ondas de choque a todo el mundo árabe. En su libro Palestina. Cien años de colonialismo y resistencia, Rashid Khalidi describe la tragedia que estaba ocurriendo:

“En esta primera fase de la Nakba anterior al 15 de mayo de 1948, la pauta de limpieza étnica aplicada por los sionistas se tradujo en la expulsión y la aterrorizada huida de unos trescientos mil palestinos en total, junto con la devastación de muchos de los principales centros urbanos económicos, políticos, cívicos y culturales de la mayoría árabe. La segunda fase se inició a partir del 15 de mayo, cuando el nuevo Ejército israelí derrotó a los Ejércitos árabes que se habían unido al conflicto. Al decidir —de forma tardía— intervenir militarmente, los Gobiernos árabes actuaron bajo una intensa presión de su opinión pública, que se sentía profundamente angustiada por la caída una tras otra de las ciudades y aldeas palestinas y la llegada de oleadas de refugiados desposeídos a las capitales vecinas”.

Como menciona Khalidi, la Liga Árabe, una coalición compuesta principalmente por Egipto, Transjordania, Irak y Siria, intervino contra Israel. El rey de Transjordania, Abdulá I, desempeñó un papel decisivo en este conflicto. Habiendo conspirado inicialmente con los británicos y los sionistas para impedir la formación de un estado palestino independiente con el fin de anexarse parte de su territorio, Abdulá se vio forzado al final a enfrentar a Israel, aportando a la coalición la fuerza militar más seria. Su papel traicionero contribuyó significativamente a la derrota de esta coalición, la cual selló la suerte de los palestinos.

Sin embargo, el rey Abdulá nunca pretendió ser un revolucionario marxista. En cambio, Iosif Stalin traicionó la causa palestina en nombre del comunismo y la Unión Soviética. Fue Stalin, junto con el presidente estadounidense Truman, quien impulsó en la ONU la resolución de la partición. Y la Unión Soviética fue el primer país en reconocer formalmente al estado de Israel. Abba Eban, quien después sería ministro del exterior israelí, afirmó que el reconocimiento de Israel por parte de la Unión Soviética representó “una oportunidad increíble; de un momento a otro, todos nuestros planes sobre la discusión en la ONU cambiaron completamente”. Más allá de las traiciones diplomáticas, de 1948 a 1949 el bloque soviético envío armas a la Haganá a través de Checoslovaquia, aportando el equipamiento indispensable para las milicias sionistas que estaban arrasando las ciudades y las aldeas palestinas.

El apoyo de la Unión Soviética a la Nakba fue una traición de proporciones históricas, sobre todo porque la URSS era vista en todo el mundo como la dirección de la clase obrera y la revolución colonial. Naturalmente, los diversos partidos comunistas y las organizaciones estalinistas que hoy forman parte de las manifestaciones pro palestinas entierran o niegan este lamentable historial. Por ejemplo, el Partido Comunista de Grecia (KKE) oculta este crimen, escribiendo: “La masacre de los judíos por los nazis, el antisemitismo que promovieron las clases burguesas antes de la Segunda Guerra Mundial en muchos países capitalistas llevaron a la URSS y al movimiento obrero mundial a aceptar la fundación del Estado de Israel al lado de un Estado palestino”. (“Respuestas breves sobre cuestiones ideológico-políticas respecto el ataque de Israel y de la masacre en la Franja de Gaza contra el pueblo palestino”, inter.kke.gr, 10 de noviembre de 2023).

Los trotskistas respecto a la Nakba: Sionismo y centrismo

Además del Partido Comunista, existía en Palestina un pequeño núcleo de trotskistas. Provenientes de orígenes sionistas, con los que nunca habían roto del todo, a finales de los años treinta éstos se habían organizado en la Liga Comunista Revolucionaria (LCR). Tony Cliff, un dirigente de la LCR, provenía de una prominente familia sionista de la Palestina ocupada por los británicos y de joven había formado parte de una organización laborista sionista. Para los años 1950, Cliff vivía en Gran Bretaña y aplaudía al nacionalismo árabe como líder del Socialist Review Group, antecesor del Socialist Workers Party. Pero, en 1938, Cliff cantaba un son diferente: “Es evidente que los británicos saben muy bien cómo explotar las necesidades elementales del obrero judío, es decir, la inmigración y la colonización, ninguna de las cuales se contrapone a las necesidades reales de las masas árabes” (“La política británica en Palestina”, The New International, octubre de 1938, énfasis nuestro). No hace falta decir que la inmigración de masas de judíos a Palestina y su colonización sí se contraponían a las necesidades reales de las masas árabes. Estas líneas son tanto más condenatorias dado que fueron escritas durante la Gran Revuelta Árabe contra la colonización sionista.

Estas opiniones no eran unánimes en el movimiento trotskista. Los trotskistas sudafricanos criticaron fuertemente a Cliff, argumentando:

“A los apologistas críticos del sionismo desde la ‘izquierda’, supuestos socialistas y comunistas, que les encanta hablar de Marx y la dialéctica, pero cuyo socialismo no les traspasa siquiera la piel, les escandaliza que la furia de los árabes se dirija no sólo contra el imperialismo británico sino también contra los judíos en Palestina. Estos liberales no pueden entender por qué, al verse delante de un frente único sionista de la burguesía y el movimiento obrero, un frente único hostil que toma el lado de su enemigo, el imperialismo británico, y lo apoya, los árabes concluyen que todos los judíos de Palestina son sionistas y por lo tanto sus enemigos. Esa conclusión es sin duda falsa, pero ¿dónde están las señales que podrían aclarárselo a los árabes?”.

—“El sionismo y la lucha árabe”, noviembre de 1938, reimpreso en The New International, febrero de 1939

Ésta era una crítica presciente, pero nunca se incorporó a la práctica ni al programa de los trotskistas en Palestina.

Las dificultades que tuvo el movimiento trotskista internacional para desarrollar un programa correcto respecto a la cuestión de Palestina se debieron en buena medida al hecho de que había sido diezmado durante la guerra mundial. El propio Trotsky había sido asesinado en 1940 por orden de Stalin, y muchos de los cuadros más experimentados de la IV Internacional, como Abraham León, murieron a manos de los estalinistas o los nazis. El movimiento trotskista salió de la guerra débil y desorientado sobre los profundos cambios que estaban sucediendo en el mundo. Con respecto a Palestina y la cuestión judía, este movimiento debilitado padeció la fuerte presión de conciliar al sionismo en la secuela del Holocausto, con cientos de miles de supervivientes a los que los países imperialistas les negaban la entrada y que languidecían en campamentos de desplazados. Esas presiones fueron agravadas por el hecho de que los estalinistas, los socialdemócratas y la mayor parte del movimiento sindical de Estados Unidos y Europa apoyaron la creación de Israel.

La desorientación de los trotskistas se reflejó en el “Proyecto de tesis sobre la cuestión judía después de la segunda guerra imperialista”, escrito por Ernest Mandel, un dirigente de la IV Internacional, en 1947. El proyecto contenía varios puntos correctos, como:

“Si, por consiguiente, la IV Internacional debe hacer todo lo posible para desaconsejar a los refugiados judíos que emigren a Palestina; si, en el marco de un movimiento de solidaridad mundial, debe intentar que abran las puertas de otros países y advertirles de que Palestina es una verdadera trampa para ellos, debe, en su propaganda concreta sobre la cuestión de la inmigración judía, partir de la soberanía de la población árabe”.

Sin embargo, el proyecto describía el establecimiento de un estado sionista como utópico, aun cuando los cimientos militares y económicos de Israel ya se habían colocado. También llamaba a las masas árabes a usar los ataques contra los británicos “para plantear concretamente la cuestión de la retirada de las tropas británicas”. ¡Pero esos ataques eran llevados a cabo por la milicia ultrasionista Irgún en contra de las restricciones a la inmigración judía! El proyecto no reconocía que los británicos ya se estaban retirando de Palestina y que el terrorismo sionista era un precursor del desplazamiento masivo de los palestinos.

En cuanto a la Nakba misma, la capitulación más abierta al sionismo provino del Workers Party (WP) estadounidense de Max Shachtman. El WP apoyó la fundación de Israel, alegando que su guerra contra los países árabes era de liberación nacional. Elogiando la declaración de independencia israelí, el WP condenó la intervención de los estados árabes:

“El asalto reaccionario de algunos de los reinos y las dinastías más atrasados y reaccionarios de la región, los opresores semifeudales del pueblo árabe, llegó a invadir las defensas [de Israel] y a amenazar su independencia.

“Esta invasión reaccionaria se lanzó con un solo objetivo en mente: precisamente el de privar al pueblo israelí de su derecho a la autodeterminación”.

—Hal Draper, “Cómo defender a Israel”, The New International, julio de 1948

Esta reaccionaria política sionista fue un resultado directo de la escisión que en 1940 separó al WP del Socialist Workers Party (SWP) trotskista estadounidense. Esta escisión, causada por la negativa de Shachtman y su camarilla a defender a la Unión Soviética, reflejó las presiones de la opinión pública pequeñoburguesa, y particularmente del medio judío socialista de Nueva York.

En cuanto a la IV Internacional, al menos se opuso al plan de la ONU de partición de Palestina. El Revolutionary Communist Party británico, por ejemplo, escribió: “La partición de Palestina es reaccionaria en todos sus aspectos: ni las masas judías ni las árabes tienen nada que ganar de ella” (Socialist Appeal, diciembre de 1947). Por su parte, el SWP estadounidense publicó un editorial en el que afirmaba correctamente que los judíos “no pueden crear un estado a expensas de los derechos nacionales de los pueblos árabes. Eso no es autodeterminación, sino conquista del territorio de otro pueblo” (The Militant, 31 de mayo de 1948, énfasis añadido).

Sin embargo, en la guerra entre los sionistas y la Liga Árabe, la IV Internacional se negó a tomar el lado de los árabes, condenándolos a ellos y a los sionistas como igualmente reaccionarios. El mismo editorial del SWP afirmaba:

“Tampoco los gobernantes árabes están librando una guerra progresista por la independencia nacional y contra el imperialismo. Con su guerra antijudía, están tratando de desviar la lucha contra el imperialismo y utilizando las aspiraciones de las masas árabes a la libertad nacional para asfixiar la oposición social a su tiránico gobierno”.

La LCR en Palestina argumentó la misma posición en un editorial titulado “Contra la corriente”, escribiendo: “Decimos a los obreros judíos y árabes: ¡El enemigo está en su propio campo!” (Fourth International, mayo de 1948).

Esto era profundamente falso. La guerra de 1948 fue una guerra de expansión nacional de los sionistas contra la población árabe palestina. Pese a la naturaleza reaccionaria y todas las maquinaciones del rey Abdulá y los demás gobernantes árabes, éstos estaban luchando objetivamente contra la limpieza étnica de los palestinos. Es simplemente falso argumentar que la victoria de la Liga Árabe hubiera sido tan reaccionaria como la de Israel. A los palestinos, la victoria árabe les hubiera permitido quedarse en su tierra histórica. Si la guerra de alguna manera se hubiera vuelto una de opresión contra la población judía, su carácter habría cambiado, exigiendo una respuesta diferente. Pero en ningún momento se planteó esto en absoluto.

Hubo en ese entonces, y hay hasta la fecha, quien argumentó que los vínculos de la Liga Árabe con el imperialismo británico eran la prueba de que ambos lados en la guerra eran reaccionarios. Es verdad que tanto Israel como el bando árabe contaron con el apoyo, de una u otra forma, de diversas potencias imperialistas. Pero éste es un factor secundario. La guerra no se trataba de las aspiraciones imperialistas en competencia en la región, sino de expulsar a los palestinos de su tierra. La guerra de 1948, como todas las demás guerras subsecuentes —1967, 1973, 1982, etc.— fue una guerra de expansión sionista. La única posición correcta para los marxistas en estos conflictos era tomar el lado de los palestinos y los árabes.

El que los trotskistas rechazaran dicha posición en 1948 fue una capitulación al sionismo durante la Nakba, una traición absoluta. Y, sin embargo, casi todos los trotskistas actuales reivindican ese rechazo como un ejemplo a seguir, haciendo imposible una intervención revolucionaria hoy: desde nuestra organización (hasta ahora) a la Internacional Comunista Revolucionaria, ambas Tendencias Bolcheviques, la Liga por la IV Internacional y la Fracción Trotskista (FT). Left Voice (sección estadounidense de la FT) escribió: “Creemos que los trotskistas judíos palestinos de finales de los años 40 tuvieron la única perspectiva realista para resolver el conflicto” (“La farsa de la ‘solución de dos estados’ y la perspectiva socialista para Palestina”, leftvoice.org, 16 de diciembre de 2023). Cómo contribuyó el derrotismo en la Nakba a resolver el conflicto es algo que Left Voice aún tiene que explicar.

La Línea Verde

Las fronteras que se establecieron como resultado de la victoria de Israel en la guerra de 1948 se conocen como la Línea Verde y fueron reconocidas por la Resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU tras la guerra de 1967. Esa resolución se convirtió en una piedra angular del conflicto árabe-israelí, y fue la base para los tratados de paz que Israel firmó con Egipto (1979) y Jordania (1994), para los Acuerdos de Oslo de 1993 y para todas las discusiones en torno a la solución de dos estados. He aquí lo que correctamente dijo Nayef Hawatmeh, líder del Frente Democrático para la Liberación de Palestina, acerca de la Resolución 242:

“Aceptar la resolución implica directamente:

“(1) Ratificar la conquista y la pérdida de territorio que sufrió el pueblo palestino en 1948.

“(2) Liquidar el movimiento de resistencia palestino para salvaguardar las fronteras del estado de Israel.

“(3) La continua existencia de un estado expansionista estrechamente vinculado al imperialismo estadounidense, en virtud de su interés mutuo de que Israel continúe existiendo como instrumento de expansión y represión del movimiento de liberación nacional en el Medio Oriente”.

—“Una solución democrática al problema palestino”, 12 de enero de 1970, reimpreso en el folleto del FDLP, The August Program and a Democratic Solution (El Programa de Agosto y una solución democrática), sin fecha

Con esto, debería quedar claro que no puede hablarse de una liberación palestina basada en la Línea Verde y la Resolución 242. Pero los liberales pro palestinos como el movimiento Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS), los sionistas liberales como Norman Finkelstein y el grupo Gush Shalom, y los reformistas como el KKE reivindican la Línea Verde como la frontera legítima de Israel. El propósito de ese argumento es crear una falsa distinción entre la tierra robada a los palestinos en 1948 y la que les han robado en las expansiones posteriores. Así, sólo los territorios ocupados después de 1967 se consideran “territorios ocupados”. A los sionistas liberales ricos de Tel Aviv les resulta fácil referirse con desprecio a los judíos más pobres que viven en Cisjordania como “colonos”. La realidad, sin embargo, es que todo Israel es un estado colonialista de asentamiento construido sobre el despojo de los palestinos. Los 700 mil colonos de Cisjordania, algunos de los cuales han vivido ahí por décadas, no son fundamentalmente distintos de los que viven en el resto de Israel.

Más allá de hacer sentir bien consigo mismos a los sionistas liberales desde Tel Aviv hasta Nueva York, el propósito de oponerse sólo a las expansiones de Israel posteriores a 1967 es impulsar la ilusión de que puede haber un punto medio reformista que resuelva la cuestión palestina, según el cual los israelíes verán la luz, se retirarán de vuelta a la Línea Verde y dejarán que los palestinos construyan un estado residual. Creer en esto es no entender el proyecto sionista, cuyos defensores lucharán a muerte por cada centímetro de “tierra santa” robada a los palestinos.

El uso de consignas como “poner fin a la ocupación” o “tropas y colonos israelíes fuera de los territorios ocupados” (refiriéndose solamente a los territorios más allá de la Línea Verde) acepta implícitamente la legitimidad del estado de Israel. Obviamente, es necesario resistir militarmente el cerco de la tierra palestina por parte de colonos fanáticos y la ocupación en general. Pero creer que el problema de los 700 mil colonos que están ocupando Cisjordania puede resolverse sin destruir al estado de Israel es una ilusión peligrosa, una ilusión que los sionistas pueden explotar para maniatar al movimiento palestino.

La tradición espartaquista

Aquí debemos tratar la herencia mancillada de nuestra propia tendencia respecto a la cuestión palestina. La Revolutionary Tendency, la oposición al interior del SWP que daría lugar a la Spartacist League en los años sesenta, estaba dirigida por un grupo de cuadros que originalmente provenían de la Independent Socialist League de Shachtman. Pese a su lucha correcta contra la degeneración del SWP, estos cuadros trajeron consigo la tradición shachtmanista respecto a Palestina. Esto se ve con mayor claridad en el artículo de 1968 “Conflicto árabe-israelí: ¡Volteen las armas!”, Spartacist [Edición en inglés] No. 11, marzo-abril de 1968), que no sólo tomaba retrospectivamente el lado de Israel en la guerra de 1948, sino que llamaba por la derrota de ambos bandos en la guerra de expansión sionista de 1967. El artículo exigía “la firma de un tratado de paz sobre la base de las fronteras de la tregua de 1949, que de ese modo garantice el reconocimiento árabe del derecho a existir de la nación hebrea”.

Esta posición pro Israel se modificó con el artículo seminal “Nacimiento del estado sionista”, segunda parte (Workers Vanguard No. 45, 24 de mayo de 1974), en el que la tendencia espartaquista adoptó la línea del SWP, algo menos reaccionaria, sobre la guerra de 1948: derrotismo de ambos lados. Ridículamente, la justificación de este cambio no fue que la posición previa fuera abiertamente sionista, sino que nuevo “material factual” había salido a la luz.

Además, el artículo desarrollaba la llamada teoría de los pueblos interpenetrados, proclamando: “la cuestión democrática de la autodeterminación para cada una de las dos nacionalidades o pueblos que se interpenetran geográficamente sólo puede resolverse equitativamente dentro del marco del proletariado en el poder”. Es verdad que una resolución justa del conflicto palestino requiere del poder proletario. Sin embargo, el propósito de dicha teoría era presentar la lucha por la autodeterminación palestina como ilegítima, invocando el espantajo de que cualquier lucha en ese sentido violaría el derecho a la autodeterminación de los israelíes. En ese marco, la tendencia espartaquista publicó llamados abstractos a la unidad de clase, planteando consignas como “¡No judío contra árabe, sino clase contra clase!”. En años más recientes, la propaganda de nuestra tendencia denunciaba fuertemente el terror sionista, pero seguía negándose a poner la liberación nacional de los palestinos al centro de una perspectiva revolucionaria.

La cuestión de la autodeterminación de Israel es una maniobra distractiva. Los israelíes ya tienen un estado y su propósito es impedir que los palestinos tengan uno propio. En las actuales circunstancias, negarse a luchar por la autodeterminación palestina en nombre de la autodeterminación israelí equivale simplemente a defender el statu quo sionista. La verdadera cuestión es que los palestinos ejerzan su derecho a la autodeterminación de un modo compatible con la existencia de una nación judía en el Medio Oriente. Eso sería posible sólo en la forma de un estado binacional unificado, que tenga como base la solución de la injusticia histórica cometida contra los palestinos y donde ambas naciones tengan plenos derechos democráticos en cuanto a idioma, cultura y religión. Un estado así sólo podrá establecerse sobre las ruinas del estado sionista y mediante un levantamiento revolucionario en toda la región.

Aunque la LCI ya ha rechazado la teoría seudomarxista de los pueblos interpenetrados y ha trazado una línea tajante contra ella, otras organizaciones de nuestra tradición —la Liga por la IV Internacional, la Tendencia Bolchevique y la Tendencia Bolchevique Internacional— continúan reivindicando este legado de capitulación al sionismo.

El nacionalismo árabe y la derrota de 1967

En el periodo que siguió a la Segunda Guerra Mundial, estallaron levantamientos anticoloniales en todo el mundo, de Vietnam a Argelia a América Latina. En Egipto, el golpe de los Oficiales Libres de 1952 barrió con el rey Faruk, un títere británico, y llevó al poder al coronel Gamal Abdel Nasser, un nacionalista radical. Empujado por la derrota de 1948 a manos de Israel, Nasser buscó liberar a Egipto del imperialismo y modernizar el país. Promovió el nacionalismo panárabe, impulsando la unión de los estados de la Liga Árabe para expulsar de la región a los imperialistas y los sionistas. En 1956, Nasser nacionalizó el Canal de Suez, quitándoselo a sus propietarios británicos y franceses, y lo cerró a los barcos de carga israelíes. Esta acción fue muy popular en el Medio Oriente y en todo el Tercer Mundo. En respuesta, Israel, Gran Bretaña y Francia invadieron, pero al poco tiempo las fuerzas invasoras tuvieron que retirarse bajo la fuerte presión de EE.UU. y la URSS, en lo que fue una derrota humillante.

En mayo de 1967, Nasser volvió a cerrar el canal a los navíos israelíes. Una vez más, Israel respondió y, con un ataque aéreo preventivo, destruyó casi toda la fuerza aérea egipcia y luego lanzó una ofensiva terrestre sobre la península egipcia del Sinaí, así como sobre la Franja de Gaza, ocupada entonces por Egipto. Esto detonó una nueva guerra entre la Liga Árabe e Israel, que terminó en otra derrota desastrosa para los árabes. Para el final de lo que se conoce como la Guerra de los Seis Días, Israel había tomado los Altos del Golán de Siria, Cisjordania (incluyendo el este de Jerusalén), que Jordania se había anexado, y la Franja de Gaza ocupada por Egipto. Unos 300 mil palestinos (de una población total de un millón) fueron expulsados de Cisjordania, otro desplazamiento que tendría consecuencias a largo plazo.

Hasta ese momento, los nacionalistas palestinos habían puesto sus esperanzas en que su liberación vendría del impulso de los regímenes árabes como el de Nasser. Sin embargo, la derrota de 1967 mostró claramente que, apoyado por el imperialismo, Israel superaba por mucho a las fuerzas árabes en la guerra convencional. Como resultado de esa derrota, así como de las interminables traiciones de los regímenes árabes, los nacionalistas palestinos concluyeron que necesitaban una mayor independencia respecto a sus patrocinadores y emprendieron la estrategia de la lucha guerrillera, inspirada en los modelos de Cuba y Vietnam.

En ese contexto, la OLP de Yasser Arafat se convirtió en la principal fuerza del movimiento nacionalista palestino. Reflejando la nueva orientación, en 1968 Arafat corrigió la Carta Nacional Palestina para afirmar que “las acciones de comando constituyen el núcleo de la guerra popular de liberación palestina”. La OLP aún necesitaba del apoyo de los regímenes árabes, el cual se aseguró adoptando el principio de “no interferencia” —es decir, accediendo a no criticar a esos regímenes—. El Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP) y el Frente Democrático para la Liberación de Palestina, organizaciones más izquierdistas y de inspiración marxista-leninista, criticaron la capitulación de la OLP, pero compartían su estrategia guerrillera general. Hacia finales de los años 60 y durante los 70 se dio una serie de secuestros aéreos, bombazos y secuestros de personas, incluyendo el secuestro y finalmente la muerte de los atletas israelíes durante los Juegos Olímpicos de 1972 en Múnich.

El movimiento marxista, cuya perspectiva se basa en la movilización de las masas obreras, siempre ha rechazado el terrorismo individual como táctica. La naturaleza del conflicto palestino da a la vía guerrillera un papel aun más desesperado y contraproducente. En primer lugar, a diferencia de lo que pasaría en una “república bananera” sostenida por la corrupción imperialista, el estado israelí se apoya en el puño militarizado de toda una nación. Junto con el apoyo masivo que recibe de sus patrocinadores imperialistas, esto hace imposible que los palestinos quiebren al estado de Israel por medios militares convencionales, y mucho menos con tácticas guerrilleras. En segundo lugar, los actos de terror contra civiles israelíes, incluyendo los de Hamás del 7 de octubre, no debilitan la fortaleza israelí, sino que la refuerzan al soldar a la población aún más estrechamente a sus gobernantes. En tercer lugar, el propósito de la vía guerrillera en Palestina siempre ha sido presionar ya sea a los regímenes árabes o a las potencias imperialistas para que intercedan a favor de los palestinos, una iniciativa fútil y suicida.

Esto no significa que los marxistas rechacemos la resistencia armada. Por el contrario, la resistencia militar, incluyendo el frente único con las fuerzas nacionalistas, tiene una importancia crucial. Sin embargo, debe ser parte de una estrategia revolucionaria más amplia que incluya ganar a un segmento de la sociedad israelí, centralmente a su clase obrera. Esto no obedece a consideraciones humanitarias, sino que es una necesidad vital de la causa palestina. Simplemente no hay otro camino que resquebrajar a Israel desde dentro. Incluso si Israel fuera de algún modo derrotado por medios puramente militares, basta recordar la Masada, cuando los judíos sitiados por los romanos prefirieron el suicidio masivo a la derrota, para entender lo que los fanáticos sionistas estarían dispuestos a hacer ante una amenaza existencial desde fuera.

Después de 1967, la mayor parte de la izquierda occidental pasó de capitular al sionismo liberal a aplaudir a la resistencia nacional palestina, incluso justificando la vía guerrillera. Esto impidió que se ganara al comunismo a los mejores elementos de los nacionalistas. Al final, muchos miembros de esa generación de valerosos combatientes serían masacrados por el Mosad, entre ellos Ghassan Kanafani, un líder del FPLP al que hicieron estallar en su auto en 1972.

Hoy, igual que entonces, es necesario oponerse al método del terrorismo individual. En vez de conciliar a los nacionalistas palestinos, el deber de los marxistas es ganarlos a una perspectiva proletaria internacionalista. Como estableció Lenin en el artículo ya citado:

“Por otra parte, los socialistas de las naciones oprimidas deben propugnar y aplicar especialmente la unidad total y absoluta, incluyendo la unidad orgánica, entre los obreros de la nación oprimida y los de la nación opresora. De otro modo, con todas las maniobras, traiciones y trampas de la burguesía, resultaría imposible defender la política independiente del proletariado y su solidaridad de clase con el proletariado de otros países, ya que la burguesía de las naciones oprimidas convierte constantemente las consignas de liberación nacional en un engaño para los obreros”.

Los socialistas israelíes de Matzpen

Matzpen fue la organización más radical y antisionista de la izquierda israelí. Fundada en 1962, creció después de la guerra de 1967, cuando empezó a argumentar que Israel era un estado colonialista de asentamiento desde su origen y propugnó la autodeterminación para los palestinos. Matzpen adoptó la posición de que “reconocer la naturaleza básica de la ideología sionista y romper totalmente con ella es lo que permite afirmar una posición internacionalista, y es por lo tanto la base de la lucha común entre revolucionarios palestinos e israelíes”. (“Escalada militar dentro de la sociedad israelí”, matzpen.org, 10 de febrero de 1972). Sin embargo, no creía que la clase obrera israelí pudiera ser arrancada del sionismo:

“Aunque en la sociedad israelí sí hay conflictos de clase, estos se ven constreñidos por el hecho de que la sociedad entera está subsidiada desde el exterior. Este estatus privilegiado tiene que ver con el papel de Israel en la región, y mientras ese papel continúe hay pocas posibilidades de que los conflictos sociales internos adquieran un carácter revolucionario. Por otra parte, un triunfo revolucionario en el mundo árabe podría cambiar esa situación”.

—“El carácter de clase de la sociedad israelí”, matzpen.org, 10 de febrero de 1972

Matzpen creía que su papel era esperar que la revolución árabe viniera del exterior. Además, creía que sólo la juventud israelí —es decir, los estudiantes y los intelectuales— podía ser ganada del sionismo, no la clase obrera. Este enfoque pequeñoburgués se basa en el frágil “progresismo” ideológico de esta capa social y no en los obreros, quienes tienen un interés material en la revolución. Así, su llamado a “desionizar” Israel equivalía a apelaciones morales a la clase media ilustrada.

Hoy, grupos como el Socialist Workers Party británico elogian a Matzpen, pero reivindican su punto más débil. El SWP argumenta que la clase obrera de Israel nunca luchará por la revolución, a diferencia de los obreros del resto del mundo, porque se beneficia de la opresión de los palestinos. Y da un ejemplo: “El salario promedio de los israelíes es casi el doble que el de los palestinos” (“¿Cuál es el papel de la clase obrera israelí?”, socialistworker.co.uk, 16 de enero).

Es verdad que los obreros israelíes gozan de un estatus privilegiado en la región como resultado de la alianza con el imperialismo estadounidense. Pero la opresión de Palestina no está en el interés de clase de los obreros israelíes. Las condiciones de vida de las masas israelíes son mucho peores que las de Gran Bretaña, Estados Unidos o Alemania, e Israel tiene la segunda tasa de pobreza más alta del mundo desarrollado. Las condiciones opresivas de vida —la militarización de la sociedad, el dominio de la reacción religiosa, la opresión racial, las crasas desigualdades— son producto de la opresión de los palestinos. Este polvorín teocrático de opresión de clase, étnica y de género sólo se mantiene unido por la ideología sionista. Hay una base material para ganar a la clase obrera israelí a la revolución y la liberación palestina, que requiere una ruptura total con el sionismo.

Tomemos por ejemplo a los judíos árabes, los mizrajíes. Estos judíos, que solían vivir por todo el Medio Oriente, se vieron forzados a emigrar a Israel por el aumento del antisemitismo impulsado por los regímenes árabes, así como por las provocaciones sionistas después de la Nakba. En Israel, fueron tratados como los sionistas tratan al resto de los árabes, como salvajes atrasados. Para los años setenta, los mizrajíes comprendían el 50 por ciento de la población judía de Israel. Aunque su estatus era superior al de los palestinos con ciudadanía israelí, la clase dominante asquenazí los mantenía en el escalón más bajo de la sociedad judía israelí, relegados a los peores empleos y las peores condiciones de vida en segregación. Ése sigue siendo el caso hoy.

Los mizrajíes tienen mucho que ganar en la lucha por la liberación de los palestinos, que son oprimidos por el mismo estado sionista y por la misma clase dominante que ellos. Pero, buscando su integración a la sociedad israelí, este sector con frecuencia adopta las opiniones más rabiosamente sionistas. Esta contradicción está en el corazón del problema de la revolución en Israel. Sectores que son ideológicamente más reaccionarios tienen las razones materiales más fuertes para rebelarse, mientras que los sectores liberales, con los que cuenta la mayoría de la izquierda, están materialmente más ligados al statu quo.

El orden mundial postsoviético y la derrota en Oslo

Los años ochenta fueron un periodo de derrota y reflujo de la lucha palestina. En 1982, la Guerra del Líbano terminó en un desastre para la OLP, y en 1987 la primera Intifada fue brutalmente reprimida en la Franja de Gaza y Cisjordania. Estas derrotas militares vinieron acompañadas de un creciente aislamiento de la OLP en un contexto internacional de escalada de la beligerancia estadounidense y de retirada soviética. Con el colapso de la URSS en 1991-1992, el orden mundial cambió fundamentalmente. Esto provocó un giro ideológico en la lucha palestina, que hizo a su dirección más conservadora, menos dispuesta a luchar y más desesperada por pactar.

En marzo de 1991, el presidente de EE.UU., George Bush padre, anunció que había “llegado el momento de poner fin al conflicto árabe-israelí” y gestionó las primeras pláticas de paz que incluían a Israel y Palestina, así como a Egipto, Siria, Jordania y el Líbano. Su sucesor, Bill Clinton, siguió sus pasos y se proclamó el pacificador del Medio Oriente. Estas nobles poses del imperialismo estadounidense eran sintomáticas de aquel periodo, caracterizado por la hegemonía de EE.UU. y el triunfo del liberalismo en la Guerra Fría. Estados Unidos podía darse el lujo de emprender grandes proyectos para la “paz en la Tierra” bajo la Pax Americana. Desde luego, su versión de paz era que continuara la subyugación de los palestinos y que la seguridad israelí se estabilizara.

Esto resultó a principios de los años noventa en los Acuerdos de Oslo, gestionados por Estados Unidos. Estos acuerdos marcaron una capitulación enorme de la OLP, ya que reconoció al estado sionista, revocando la Carta Nacional Palestina de 1968 de la OLP que definía Palestina como “una unidad territorial indivisible”. Además, la OLP aceptó que los asentamientos judíos de Cisjordania se mantuvieran bajo control de Israel y accedió a establecer la Autoridad Palestina (AP) que, al hacer de policía en el territorio bajo control palestino, actuaría como el capataz de Israel en Cisjordania y Gaza. Con el pretexto de que las negociaciones seguían en curso, dejaron a Israel en control del agua y acordaron que la AP no tendría autoridad sobre las relaciones exteriores, la seguridad exterior ni sobre los israelíes que estuvieran en el territorio administrado por los palestinos. Los Acuerdos de Oslo ofrecían un miniestado estilo bantustán, una promesa grotesca que ni siquiera sería cumplida.

La meta de los Acuerdos de Oslo era pacificar a los palestinos y congelar el conflicto ofreciendo como señuelo la esperanza de una solución de dos estados. Los sionistas aprovecharon la capitulación de la OLP para presionar a los palestinos de manera más firme, reduciendo gradualmente su territorio y lanzando constantes ataques sobre Gaza y Cisjordania. Este proceso culminó en 2020, bajo el gobierno de Trump, con la firma de los Acuerdos de Abraham, que sentaron las bases para que los estados árabes normalizaran sus relaciones con Israel tras reconocer su soberanía. Presentados como un triunfo de Israel, estos acuerdos prometían relegar la causa palestina a los márgenes de la historia.

Sin embargo, el recrudecimiento de la opresión de los palestinos no podía sino provocar una reacción. Cada vez más, la traición descarada de la OLP llevó a los palestinos a voltear hacia Hamás y otras fuerzas islamistas que prometían una confrontación más radical con Israel. Los choques esporádicos entre Israel y Hamás, que habían durado más de una década, culminaron en el ataque frontal a Israel con la Operación Inundación de Al-Aqsa del 7 de octubre de 2023. Este ataque, junto con la respuesta genocida de Israel, hizo añicos el statu quo de la región y constituyó el último clavo en el ataúd de los Acuerdos de Oslo. El alto grado de intensidad y brutalidad del conflicto coincide con el declive de la hegemonía estadounidense, que ha traído consigo inestabilidad en todo el mundo. Es en este nuevo contexto que los revolucionarios debemos enfocar los siguientes pasos en la lucha por la libertad palestina.

Las perspectivas marxistas hoy

Aunque el ataque de Hamás destrozó el statu quo de la región, el statu quo de desorientación y capitulación de la izquierda marxista no se movió ni un centímetro. Los socialistas de todas las denominaciones siguen zigzagueando entre los dos polos del sionismo y el nacionalismo árabe.

En el ala derecha, encontramos grupos como Lutte ouvrière en Francia y Lotta Comunista en Italia que, aunque se oponen al bombardeo israelí de Gaza, denuncian la lucha por la liberación palestina como una causa nacionalista y reaccionaria. Algo más a la izquierda, pero en la misma categoría amplia, están el Comité por una Internacional de los Trabajadores y Alternativa Socialista Internacional, que ocultan su rechazo a la liberación nacional de Palestina detrás de solidaridad liberal con el movimiento y abstracciones vacías como la siguiente:

“Lo que hace falta es un masivo movimiento obrero internacional que trascienda el militarismo, el nacionalismo y el sectarismo. Un movimiento así necesita oponerse a las clases dominantes de todos los países que se benefician con la continuidad del statu quo y unir a los trabajadores para derrocar a los regímenes reaccionarios sobre la base de un programa socialista y revolucionario de paz y estabilidad para todos”.

—“Fin a la masacre en Gaza de una vez por todas”, socialistalternative.org, 4 de junio

Estos lugares comunes sobre la unidad obrera contra el capitalismo no significan nada ni tienen como premisa la liberación nacional de los palestinos. Lo que debe quedar claro es que el punto de partida para la unidad entre los obreros de Palestina e Israel es el rechazo al sionismo, y que la revolución socialista sólo será posible si se colocan en primer plano las aspiraciones nacionales de los palestinos.

Del otro lado del espectro están los izquierdistas que aplauden acríticamente a la dirección del movimiento palestino. El Party for Socialism and Liberation (PSL) estadounidense lo declara abiertamente: “El rol del movimiento dentro de Estados Unidos no es criticar la ideología o la estrategia del movimiento para la liberación palestina, pero en cambio hacer lo que se pueda para apoyar a los palestinos en liberarse de la estrangulación del colonialismo para que puedan decidir por su propia cuenta cómo quieren organizar su sociedad” (“Por qué el movimiento de solidaridad con Palestina es una lucha de liberación nacional”, liberationnews.org, 3 de marzo). La mayoría, como el SWP británico, no son tan abiertos y critican los métodos y la ideología de Hamás. Pero sus reparos no desafían en modo alguno el control que ejerce el nacionalismo sobre la lucha palestina.

Para todos esos grupos, el papel de los comunistas no es dar al movimiento una dirección revolucionaria, sino servir de infantería a los liberales y los nacionalistas. Es ahí donde ambas corrientes confluyen. Cualquiera que sea su posición sobre Palestina, la mayoría de los grupos marxistas vitorea el movimiento de protesta, ocultando bajo la alfombra el hecho de que lo dirigen liberales pro imperialistas o promoviéndolos abiertamente —desde Rashida Tlaib del Partido Demócrata estadounidense hasta el diputado laborista y títere de la OTAN John McDonnell en Gran Bretaña—.

El papel más pérfido es el de los centristas como Left Voice, de la Fracción Trotskista. Pueden identificar algunos de los problemas clave del movimiento, como lo muestran en este artículo sobre EE.UU.:

“Desde que empezó el movimiento, grupos como Voces Judías por la Paz y el Party for Socialism and Liberation, así como los líderes de organizaciones sin fines de lucro, lo han posicionado como una campaña de presión, y no como un movimiento destinado a construir el poder independiente de la clase obrera y los oprimidos”.

—“El movimiento por Palestina necesita una política obrera independiente”, leftvoice.org, 7 de abril

Esto es muy cierto, pero ¿qué conclusiones prácticas saca Left Voice de este análisis? ¿Centra sus intervenciones en el movimiento palestino en impulsar la ruptura con su dirección liberal y pro Partido Demócrata? No, no lo hace. La mayor parte de su actividad consiste en lanzar llamados vacíos a “masificar el movimiento” y llevar a cabo “acciones unidas en las calles”. Cuando entabla polémicas con el PSL y similares, puede señalar cómo éstos capitulan a Hamás o al Partido Comunista de China e incluso criticar su conciliación a los demócratas. Pero Left Voice no dice una palabra sobre cómo aclaman a Rashida Tlaib, el principal personaje del Partido Demócrata que ata al movimiento palestino a este partido del genocidio. De hecho, Left Voice ha evitado cuidadosamente exponer el papel traicionero de Tlaib.

Exponer a Tlaib en Estados Unidos, a Mélenchon en Francia y a John McDonnell en Gran Bretaña no es un tema secundario. Para todo el que busque seriamente hacer que el movimiento palestino rompa con su curso liberal, son precisamente esos personajes de “izquierda” los que deben ser expuestos. Una cosa es decir “hay que oponerse a los demócratas”. Otra es decir “hay que oponerse a Rashida Tlaib”. Lo primero puede ser aceptable entre los liberales radicales. Lo segundo enfrenta directamente sus ilusiones.

Es precisamente el centrismo que Left Voice tipifica el que denunciaba Lenin en sus polémicas con Kautsky. Este último podía denunciar la guerra en general e incluso al ala derecha del Partido Socialdemócrata. Pero Kautsky se negaba a luchar por una escisión con los elementos socialchovinistas en el movimiento obrero. Hoy, Left Voice puede llamar a romper con los demócratas en general, pero se niega a luchar por una escisión con los componentes burgueses “de izquierda” del movimiento.

Ésta es la tarea central de los comunistas y ha sido el principio que ha guiado la intervención de la LCI en el movimiento palestino desde el 7 de octubre. En los países en los que hemos intervenido, hemos buscado mostrar la necesidad de una dirección comunista al plantear una perspectiva que haga avanzar concretamente al movimiento mientras exponemos las limitaciones y las traiciones de sus líderes actuales. Ésta es la diferencia entre los centristas, que observan el problema sólo para evadirlo, y los revolucionarios que trazan un curso para superar los obstáculos a la victoria.


La lucha por la liberación palestina está entrando en un nuevo capítulo que, una vez más, pone a prueba a los marxistas. En Palestina, los revolucionarios deben participar activamente y organizar la lucha contra el ataque israelí, incluyendo la acción conjunta con otros grupos de la resistencia palestina. Pero no deben mezclar banderas, sino usar cada oportunidad para someter la estrategia islamista a una crítica implacable, siempre poniendo por delante el interés del movimiento más amplio. Al mismo tiempo, los revolucionarios deben trabajar dentro de la sociedad israelí, especialmente entre la clase obrera y el ejército, para impulsar cada muestra de enojo con el gobierno sionista, ligarla a la causa palestina y promover una ruptura con todas las formas de sionismo.

En el mundo musulmán, los revolucionarios deben galvanizar el extendido sentimiento pro palestino de las masas trabajadoras, vincularlo con la opresión imperialista que sufre toda la región y orientarlo hacia la lucha contra las corruptas camarillas gobernantes. Una oposición incondicional al imperialismo y una oposición firme a los nacionalistas son precondiciones necesarias para unir a los obreros y los campesinos, en particular a los de minorías nacionales oprimidas que los imperialistas buscan usar en su estrategia de divide y vencerás (por ejemplo, los kurdos). En el Sur Global, los boicots y las apelaciones diplomáticas no sirven de nada. Los revolucionarios deben dirigir la lucha para debilitar la posición del imperialismo estadounidense, la principal potencia detrás de Israel y el principal opresor del Sur Global.

En Occidente, como señalamos antes, los revolucionarios deben luchar porque el movimiento rompa con sus dirigentes liberales y reformistas. En particular, deben luchar en el movimiento obrero para desenmascarar la política socialchovinista de los líderes sindicales, mostrando cómo su apoyo a Israel (abierto o encubierto) va de la mano con su sabotaje de las luchas más elementales por el sustento de los obreros.

En todos los frentes, la lucha por avanzar la liberación de Palestina confronta a los revolucionarios con la necesidad de oponerse a quienes la dirigen. El siglo de capitulaciones del movimiento marxista al sionismo o al nacionalismo se ha pagado con la sangre de los palestinos, ha llevado a incontables traiciones y derrotas, y les ha negado una solución proletaria a su opresión nacional. La tarea actual es construir una dirección comunista de la lucha palestina y antiimperialista, el elemento clave que ha estado ausente en los últimos cien años.