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El genocidio en Gaza debe terminar. Pero sólo un tonto puede esperar que Trump y Netanyahu traigan la paz al Medio Oriente. El plan que dieron a conocer el 29 de septiembre exige la capitulación total de la resistencia palestina y sólo ofrece mayor subyugación colonial. Aunque es fácil para cualquier observador pro Palestina ver lo obsceno que es este acuerdo y lo desastroso que sería, es mucho más difícil responder a la pregunta de qué se debe hacer. La resistencia palestina se encuentra acorralada. La situación humanitaria en Gaza no hace más que empeorar, y no hay forma de derrotar militarmente a Israel. Existe un fuerte sentimiento de que este conflicto debe terminar. Además, la presión diplomática es extremadamente intensa, con todo el mundo alineándose detrás de Trump.
A primera vista, podría parecer que hacer concesiones importantes, como liberar a los rehenes, aceptar un gobierno tecnócrata y desarmarse, pondrá fin al sufrimiento. Pero la verdad es que sólo le dará a Israel vía libre para exterminar a los palestinos. Basta con ver lo que ocurrió en 1982, cuando los combatientes armados de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) accedieron a retirarse del Líbano. Esto abrió el camino a la masacre de Sabra y Chatila, marginó a la OLP y pavimentó el camino para los Acuerdos de Oslo. Llevar a cabo una retirada cuando se enfrenta la derrota y sobrevivir para luchar otro día es una cosa. Pero dejar a la población de Gaza indefensa ante la tiranía israelí es otra muy distinta. Debemos decir al unísono: ¡No a la capitulación!
Sin embargo, la pregunta sigue siendo: ¿cómo detener el genocidio? Trump, como siempre, es bravucón e intimidante, y amenaza con aniquilar a Hamás si no acepta el acuerdo. No hay duda de que la resistencia en Gaza ha recibido duros golpes, pero después de dos años sigue siendo una espina en el costado para Israel. Si Israel pudiera derrotar a Hamás por medios militares convencionales, lo habría hecho hace mucho tiempo. Los palestinos han sufrido un daño insoportable, pero Israel e incluso Estados Unidos no han salido indemnes de los dos años de conflicto. Si se ejerce presión en el lugar adecuado, es posible obligar a Israel y a Estados Unidos a poner fin al genocidio y hacer concesiones reales.
En este caso, la estrategia que más probabilidades tiene de dar resultados inmediatos es también la que puede avanzar de mejor manera el objetivo de la liberación palestina. Ésta consiste en movilizar a los trabajadores de todo el mundo contra sus gobernantes, que o bien ayudan directamente al genocidio o lo concilian. Es simple, pero obviamente aún no ha sucedido. Tenemos que entender por qué.
Dos años después, el movimiento no puede simplemente continuar por el mismo camino y fingir que esto está funcionando. Debemos mirar la realidad de frente y extraer lecciones políticas genuinas. Dos ilusiones han plagado el movimiento desde el principio y han obstaculizado la posibilidad de levantamientos populares más profundos. La primera es que se puede presionar de alguna manera a la comunidad internacional de bandidos y a su sistema legal amañado para que intercedan a favor de Palestina. La segunda es que existe una ola de apoyo a Palestina en todo el mundo que no deja de crecer y que detendrá a Israel. En el fondo, ambas se basan en la idea falaz de que las normas liberales de moralidad serán suficientes para detener el genocidio.
La diplomacia es un callejón sin salida
Durante meses, los líderes políticos de todo el mundo han intensificado su retórica contra Israel. En septiembre, una comisión de investigación de las Naciones Unidas “descubrió” que Israel había cometido actos genocidas. Al mismo tiempo, un país occidental tras otro proclamaba que “reconocía” al estado palestino. En cuanto a los países árabes, después de que Israel bombardeara Catar, un títere de Estados Unidos, sacudieron el puño y declararon: “Ya basta”. ¡Qué glorioso impulso en favor de la justicia!
Pero en las horas posteriores a la conferencia de prensa de Trump y Netanyahu, toda esta postura diplomática y grandilocuente se reveló como totalmente cínica y vacía. Uno tras otro, los líderes mundiales elogiaron a Donald Trump y pidieron que se llevaran a cabo sus enfermizos planes —que los proponen a él y a Tony Blair como jefes supremos de Gaza—. El apoyo fue casi unánime, desde el secretario general de la ONU, António Guterres, y el primer ministro “socialista” español, Pedro Sánchez, hasta el emir de Catar y el Partido Comunista de China.
De un solo golpe quedó claro cuál era la postura real de cada uno sobre la cuestión de Palestina. Obviamente el ruido diplomático de los aliados y los títeres de Estados Unidos no era más que una gran maniobra para aislar a la resistencia palestina en el momento más importante. En cuanto a los líderes del Sur Global, demostraron una vez más que, cuando llega la hora de la verdad, se contentan con mirar desde la distancia mientras Estados Unidos e Israel cometen sus crímenes.
Para cualquiera que esté familiarizado con el conflicto palestino, nada de esto fue una sorpresa. La verdadera cuestión era determinar cómo debía reaccionar el movimiento palestino ante este sólido frente diplomático que exigía la capitulación. ¿Debía ser parte del juego diplomático o exponer la traición de la comunidad internacional?
En su respuesta al acuerdo de Trump, el Movimiento de Resistencia Islámica (Hamás) optó por lo primero, declarando que “valora los esfuerzos árabes, islámicos e internacionales, así como los del presidente estadounidense Donald Trump, que piden el fin de la guerra en la Franja de Gaza”. Su declaración aceptaba ciertos aspectos del acuerdo, mientras que guardaba silencio sobre otros. Aunque aún está por verse si la aparente apertura de Hamás al ultimátum de Trump dará lugar a concesiones reales, su respuesta ya muestra un defecto fatal de aproximación.
El problema no es que Hamás haya aceptado negociar ciertos aspectos del acuerdo o que haya recurrido a una adulación diplomática vacía. Más bien, el lenguaje conciliador que utilizó es síntoma de un problema más profundo. En su intento de aislar diplomáticamente a Israel, Hamás esencialmente se contiene frente a otros regímenes, especialmente los del mundo árabe. Éste ha sido un rasgo constante. Desde su planificación del 7 de Octubre hasta sus tácticas actuales, Hamás ha tratado de sacar a los regímenes árabes de la órbita de Israel y atraerlos a su bando a través de maniobras diplomáticas.
Ésta es la misma estrategia que utilizó la OLP bajo la dirección de Yasser Arafat. Y no es inteligente, sino desastrosa. En primer lugar, porque es inútil. Si estos regímenes se inclinan a veces hacia la resistencia, es sólo porque sienten el odio de su propio pueblo ardiendo bajo sus pies y necesitan contener el sentimiento pro palestino. Por mucho que se contorsionen, al final del día su corrupto poder depende del apoyo de Estados Unidos: sólo cruzarán las líneas rojas de su amo si no tienen otra opción. En segundo lugar, sacrifica la carta más fuerte del movimiento palestino en el Asia occidental: la ardiente rabia de las masas por la conciliación de sus gobernantes al sionismo.
El sentimiento pro palestino está muy arraigado en el mundo árabe, desde los jóvenes argelinos que exigen ser enviados a Palestina para luchar hasta el sentimiento de las fuerzas armadas de declarar la guerra a Israel. No hay duda de que un llamado de la resistencia palestina a los pueblos de Egipto, Jordania y Turquía para que rompan las cadenas de los dictadores pro imperialistas que los gobiernan y acudan en ayuda de Gaza provocaría una gran agitación política. Esto podría cambiar el equilibrio de poder en la región. Trump y sus compinches son plenamente conscientes de este peligro, lo cual es una de las razones por las que están ansiosos de zanjar el conflicto a favor de Israel lo antes posible. Pero en lugar de aprovechar esta debilidad aumentando la presión sobre los odiados regímenes, Hamás los colma de elogios inmerecidos y depende de ellos para las negociaciones.
Si bien estos puntos aplican de manera más notable a los regímenes pro estadounidenses del mundo musulmán, también son válidos de manera más general para el resto del Sur Global y para los países occidentales. En todo el mundo, las masas trabajadoras están siendo cada vez más oprimidas por sus gobernantes, las mismas personas que se niegan a actuar para detener el genocidio y concilian al imperialismo estadounidense. No se puede maniobrar con estas personas para que apoyen a Palestina. Sólo mediante demostraciones de fuerza por parte de los oprimidos concederán algo sustancial. La historia de la lucha de clases es inequívoca en este punto: ser amable con los opresores nunca sirve para nada.
Hay que rechazar las tácticas diplomáticas que adormecen los sentidos de las masas y las alimentan con falsas ideas de que se puede convencer a sus gobernantes para que ayuden a los palestinos. Esto no significa rechazar todas las formas de diplomacia o acuerdos. Pero en la medida en que se empleen tales tácticas, deben tener como objetivo impulsar las luchas de los oprimidos contra el imperialismo y elevar su conciencia política.
El estado real del movimiento
Tras la intercepción de la Flotilla Global Sumud por Israel, protestas estallaron en todo el mundo. Las más importantes de ellas ocurrieron en Italia, donde una huelga general llevó a cientos de miles de personas a las calles. Estas movilizaciones exitosas han llevado a muchos en el movimiento de solidaridad a proclamar con entusiasmo que la marea está subiendo a favor de Palestina. En realidad, el movimiento se encuentra en una posición mucho más precaria de lo que parece a simple vista.
En muchos países occidentales, la retórica hipócrita contra Israel y el reconocimiento, en gran medida irrelevante, del estado palestino han abierto un espacio político para el apoyo masivo de la opinión pública a Palestina. En Alemania, de repente se volvió aceptable que los sionistas de Die Linke [Partido de Izquierda] se manifestaran por Palestina, e incluso el belicista canciller Merz afirmó que detendría los envíos de armas a Israel. En Australia, Albanese, el primer ministro laborista, recordó repentinamente algunas de sus credenciales pro palestinas después de años de ser un fiel títere de Israel. En ambos países, no es casualidad que las mayores protestas se produjeran casi dos años después del 7 de Octubre, justo cuando empieza a ser más aceptable mostrar apoyo a Palestina.
Por supuesto, es bueno que un gran número de personas protesten en defensa de Palestina. Pero es importante comprender el carácter de estas movilizaciones. En general, no estamos siendo testigos del surgimiento de una marea antiimperialista en ascenso. Más bien, estamos viendo cómo los decepcionados seguidores de los antiguos partidos de centro-izquierda se ven empujados a la acción al ver cómo el mundo que conocían y amaban se desmorona bajo los golpes de Donald Trump y una derecha desatada. Aunque esta dinámica empujará a muchos a extraer lecciones más radicales, éste no será un proceso inmediato. Mientras tanto, el movimiento pro Palestina en Occidente sigue estando dominado por fuerzas liberales de izquierda que se encuentran cada vez más impotentes y aisladas de la clase obrera.
Incluso en Italia, donde el movimiento tomó la forma de huelgas políticas masivas, sería un error exagerar su fuerza e incluso su carácter proletario. Mientras damos la bienvenida a estas huelgas, lo cierto es que la clase trabajadora italiana está muy dividida sobre la cuestión de Palestina. Muchos resienten el hecho de que los sindicatos, que durante décadas no han hecho nada por luchar por los trabajadores italianos, de repente estén haciendo mucho ruido sobre Palestina. Esto está sentando las bases para una respuesta reaccionaria, no sólo en Italia sino en todo Occidente. Además, a pesar de la fuerza de las recientes huelgas, el gobierno reaccionario de Meloni sigue en una posición de fortaleza, como lo demuestran dos recientes victorias en importantes elecciones regionales.
Ya sea en Alemania, Australia, Italia o cualquier otro lugar del mundo occidental, la izquierda niega en gran medida su creciente aislamiento social. Así, ni siquiera puede empezar a comprender por qué no ha avanzado más en ganar a la clase obrera a la causa palestina. La verdad es que muchos trabajadores están hartos de escuchar a los izquierdistas santurrones pontificar sobre lo que es moralmente correcto, mientras ven cómo sus condiciones sociales empeoran día con día. Para que la izquierda pueda ejercer una influencia real entre las masas trabajadoras, debe abandonar el alardeo moral y el simbolismo vacío y luchar por avanzar los intereses materiales de los oprimidos.
Esto es cierto en general, pero se plantea de manera aguda cuando se trata de la cuestión de Palestina. Ha habido innumerables actos simbólicos contra el genocidio en Gaza, pero muy pocos que hayan causado un daño material significativo al esfuerzo bélico sionista. Los sectores sociales que podrían asestar tales golpes, empezando por la clase obrera industrial, son generalmente descartados como irremediablemente atrasados. Esta actitud, naturalmente, no ayuda a que se pongan del lado de los palestinos.
En los pocos sindicatos estratégicos que aún están influenciados por militantes radicales, como los de los puertos de Génova en Italia y El Pireo en Grecia, las ocasionales acciones simbólicas son suficientes para entusiasmar a la mayoría de los izquierdistas. Sin embargo, el hecho es que ni siquiera los sindicatos más izquierdistas y combativos han organizado una lucha destinada a poner fin de manera decisiva a la complicidad de sus gobiernos con el genocidio. Esto no se debe a una flaqueza moral o a falta de valor individual por parte de los militantes sindicales, sino a concepciones políticas equivocadas.
Para construir un movimiento palestino que tenga un peso social decisivo y pueda obligar a los gobiernos a abandonar su apoyo a Israel, debemos encontrar la manera de convencer a la mayoría de la clase trabajadora de que luche por esta causa. Esto se puede lograr, no sobre la base de la moralidad humana abstracta, sino porque existe un vínculo inquebrantable entre la explotación de la clase trabajadora en casa y los crímenes internacionales del imperialismo. Para mejorar sus condiciones sociales, los trabajadores deben enfrentarse a sus propios gobernantes, las mismas personas que toleran o participan en el genocidio. Son también los mismos dirigentes sindicales que traicionan a los trabajadores los que sólo pueden organizar acciones simbólicas en favor de Palestina. El punto es que una lucha obrera exitosa en casa debe traer al frente la cuestión palestina, del mismo modo que la lucha palestina debe conectarse con las luchas de los trabajadores en el terreno nacional.
Los revolucionarios pro palestinos deben moderar el entusiasmo ilusorio y frenético de muchos en el movimiento, analizar la situación con seriedad y luchar con ahínco para cerrar la brecha entre la izquierda y la clase trabajadora. Cada llamado a la acción de la clase obrera en favor de Palestina debe ir acompañado de reivindicaciones concretas para la mejora de las condiciones laborales. Los dirigentes sindicales que se nieguen a hacerlo deben ser denunciados tajantemente. Movilizar a la clase obrera no es la vía más fácil; requiere un trabajo paciente y sistemático. Pero es la única que puede tener un impacto decisivo en el resultado de la lucha.
El camino a seguir
Si queremos convertir en letra muerta el acuerdo entre Trump y Netanyahu e imponer un alto al fuego favorable a Palestina, debemos guiarnos por la dura realidad. Nuestros principios estratégicos deben estar determinados por lo que realmente avance la lucha de los palestinos, no por una rectitud moral interesada o por lo que se vea bien en las redes sociales.
Debemos ser claros. La diplomacia de las grandes potencias no ha funcionado para los palestinos; nunca lo ha hecho y nunca lo hará. Los movimientos de solidaridad liberal también han fracasado. Necesitamos ejercer una fuerza real si queremos cambiar la dinámica actual. Esta fuerza existe entre las masas trabajadoras del mundo árabe y en todas partes. Pero es necesario liberarla. Para que esto tenga alguna posibilidad de suceder, debemos hacer caso omiso de los instrumentos impotentes del liberalismo y aprovechar los principios y los métodos de la lucha de clases. Sólo éstos podrán traer la liberación palestina.
—8 de octubre