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La victoria de Sheinbaum será la perdición de Morena ¡Sólo la clase obrera puede liberar a México!
Claudia Sheinbaum ganó la presidencia con amplia ventaja sobre la oposición derechista. Morena y sus aliados tendrán mayoría calificada en la Cámara de Diputados y estarán cerca de tenerla en la de Senadores. Sin embargo, como advertimos, las tensiones que actúan sobre Morena amenazan cada vez más la relativa calma. El 4 de junio, trabajadores organizados en la Sección 271 del sindicato minero estallaron una huelga en contra del gigante ArcelorMittal, en Lázaro Cárdenas, Michoacán. La lucha, que continúa hasta el cierre de esta edición, busca un mejor reparto de utilidades. El gobierno local morenista trata de conciliar los intereses de ambas partes, lo cual significa que los obreros reduzcan sus demandas. Por otro lado, apenas una semana después de las elecciones, la candidata electa recibió a una comitiva del gobierno estadounidense “preocupada” por las reformas que Morena busca aprobar en los próximos meses. De hecho, tras la victoria de Sheinbaum, las inversiones han caído y el peso es una de las monedas con peor desempeño en el mundo en el último mes. Sheinbaum ha buscado tranquilizar a los mercados nombrando a Marcelo Ebrard, del ala derecha de Morena, como secretario de Economía; él estará a cargo de la renegociación del T- MEC. El siguiente artículo apareció como volante el 29 de mayo, unos días antes de las elecciones.
Todo parece indicar que Claudia Sheinbaum ganará cómodamente la presidencia. Sin embargo, no podrá mantener la relativa estabilidad del último sexenio. Las grandes fuerzas en la sociedad mexicana, la joven, creciente y dinámica clase obrera por un lado y los ladrones imperialistas por el otro, entrarán más y más en conflicto. La situación internacional está cada vez más inestable y cualquier crisis económica llevará a los imperialistas a exprimir aún más a México. En respuesta, los trabajadores y los campesinos lucharán contra las condiciones de explotación y subyugación que ya han resistido. Morena se encuentra en medio tratando de servir a dios y el diablo, pero su acto de equilibrio no puede durar indefinidamente. Las fuerzas enfrentadas son más fuertes que el Morena y amenazan con desgarrar al partido. Los que quieren luchar en contra del imperialismo, por la emancipación de México, tienen que voltear hacia la clase obrera. ¡Ningún voto a Morena! ¡No hay una opción para los oprimidos en estas elecciones!
El proletariado mexicano ha crecido enormemente en los últimos 30 años a través de una masiva industrialización, producto primero de la globalización y ahora del nearshoring. Esta clase obrera tiene un gigantesco poder social ya que echa a andar los engranajes de la economía nacional y de una parte importante de la de EE.UU. México es, por ejemplo, uno de los países líderes en producción de automóviles y autopartes al nivel mundial. Esta industria emplea a un millón de trabajadores y los más grandes consorcios imperialistas tienen plantas aquí. Cerca de la frontera norte, en el centro del país, en el Bajío han surgido de forma explosiva parques industriales que generan un sinfín de productos. En Jalisco, Sinaloa, Sonora y Michoacán florecen los agribusiness. Cientos de miles de personas laboran en la minería y la industria energética. Las luchas del proletariado mexicano por sus necesidades más básicas están necesariamente apuntadas contra los imperialistas, y su victoria avanzaría objetivamente la lucha por la liberación del país.
A pesar del crecimiento de la economía, el aumento al salario mínimo y los programas sociales bajo AMLO, nada ha cambiado fundamentalmente en las condiciones de vida de los oprimidos y un descontento justificado contra la miseria generalizada se dejó ver durante su sexenio. Los trabajadores de las maquiladoras de Matamoros quisieron arrancar a las empresas multinacionales un poco de las ganancias estratosféricas que sacan de la sangre y el sudor de los trabajadores mexicanos. Los normalistas quieren plazas, un futuro y la posibilidad de llevar educación a las masas del campo. Los maestros de la CNTE quieren recuperar las condiciones que perdieron bajo los gobiernos neoliberales. Y los obreros de Audi están hartos de la explotación que sufren a manos de uno de los monopolios imperialistas automotrices más importantes del mundo. En todos estos casos, AMLO y su Morena intervinieron para presionar, chantajear o de plano reprimir a los huelguistas y los manifestantes. En aras de no espantar a los imperialistas, los populistas obstaculizan las luchas y desvían la energía revolucionaria de las masas. La clase obrera es la fuerza que puede inclinar la balanza a favor de los oprimidos. Para ganar, hay que quitarse el lastre que representa Morena y despertar al gigante dormido.
El populismo: la serpiente que se muerde la cola
Lo que siempre ha sido la fuerza detrás del progreso de México es la lucha de los trabajadores y los campesinos. Lo que ha obstaculizado el avance ha sido la alianza de estos movimientos con la burguesía a través de los populistas. El resultado del juego de estas fuerzas ha sido las olas alternadas de populismo y neoliberalismo que se alzan en el periodo posrevolucionario. La década de 1930 estuvo marcada por el impulso de las masas que buscaban resolver las tareas inconclusas de la Revolución Mexicana: la emancipación nacional y la revolución agraria. El estallido de los obreros y los campesinos elevó a Lázaro Cárdenas, que pudo entonces expropiar la industria petrolera de manos de los imperialistas, además de llevar a cabo un reparto agrario masivo. El problema es que no se puede dirigir una lucha por la liberación de México en alianza con la burguesía. Cárdenas quería mantener a raya al capital financiero extranjero, pero sin dar rienda suelta a las masas. Fue así que creó una estructura corporativista que le permitió mantener el liderazgo de la lucha contra el capital imperialista y la reacción, y contener —y eventualmente mellar— el ímpetu de los trabajadores. Décadas de zigzagueos del PRI le llevaron a minar su propia base de apoyo y la estructura corporativista colapsó. Este proceso culminó con la mayoría del PRI yendo de la mano de los imperialistas en los años 80 y 90, mientras éstos imponían las reformas neoliberales y empujaban por mayores incursiones y apertura de la economía mexicana para su depredación.
A lo largo de tres décadas, los ataques a las conquistas históricas de las masas mexicanas generaron estallidos y movilizaciones. De nuevo, estas olas encumbraron a los populistas, primero Cuauhtémoc Cárdenas y después López Obrador. Al llegar al poder, AMLO prometió revertir las medidas neoliberales, recuperar la soberanía energética y mejorar sustancialmente las condiciones de vida de los pobres. Pero esto no se puede lograr sin atacar el yugo imperialista sobre el país, lo cual la clase obrera puede y tiene el interés de hacer. AMLO, sin embargo, en seis años no ha hecho más que vacilar porque tiene un pie en ambos campos. Es por eso que el Morena ha sido un obstáculo incluso a sus propias pusilánimes medidas para fortalecer la industria energética o la producción agrícola nacional, conciliando a los imperialistas y respetando a raja tabla el T-MEC. A falta de una lucha revolucionaria, las contradicciones de los populistas se resolverán necesariamente a favor de los imperialistas.
Los imperialistas estadounidenses, queriendo poner un freno al declive de su orden liberal, buscan maneras de fortalecerse explotando aún más a las semicolonias. Estas presiones irán en aumento y ya están encontrando voz dentro del Morena. El ala izquierda del partido —incluyendo a burócratas sindicales y líderes agrarios— pugnan por recuperar al Morena. Quieren regresarlo a sus orígenes, combatiendo el chapulineo, la burocratización y la derechización. Pero, buscar reformar al Morena y salvarlo de su inevitable caída es una trampa, alimenta la ilusión de que puede ser un instrumento que represente los intereses de los oprimidos. Éste es el principal peligro para los obreros justo cuando las mayores batallas contra los imperialistas se avecinan. El programa populista lleva en su centro la conciliación con el imperialismo y termina alimentando la reacción. Las presiones de una clase obrera cada vez más fuerte y vibrante por un lado y de los imperialistas que exigen más sangre y sudor del pueblo por el otro sólo se acentuarán en el periodo de Sheinbaum. La respuesta no es buscar una nueva opción populista, sino desatar el poder de la clase obrera cortando de una vez por todas con el ciclo de auge y caída del populismo. Hay que dejar de cargar el peso muerto de los populistas: ¡desatar la fuerza de la clase obrera para liberar a México!
¿Qué hacer?
Para que el proletariado pueda triunfar es fundamental confrontar aquello que lo ha contenido: las ilusiones en el populismo y sus traidoras direcciones sindicales. Y será al calor de las luchas por avanzar sus aspiraciones más básicas donde la ruptura con Morena se revelará como una absoluta necesidad. La clase obrera debe confiar en su propio poder liberador.
El papel traidor de la burocracia y del gobierno de AMLO se vio claramente durante la huelga de Audi. Con los imperialistas de EE.UU. empantanados en varios frentes y los alemanes en crisis, esta huelga era una gran oportunidad para asestarles un golpe fuerte y avanzar la liberación del país. Una victoria pudo haber cambiado la relación de fuerzas, mejorando la posición de la clase obrera en general. Esto no ocurrió porque los líderes del SITAUDI tienen una perspectiva compatible con la explotación de México. No organizaron la huelga con el fin de ganar, es decir, vinculando las exigencias inmediatas con la necesidad más amplia de liberar al país de la bota imperialista. Desmoralizados por la estrategia perdedora de su dirección y presionados por López Obrador, los trabajadores aceptaron el trato entreguista de la burocracia. Como resultado, la posición de los obreros frente a los imperialistas y el gobierno se ha debilitado. La lección central de esta lucha es que la victoria era posible, pero para ello se necesitaba otra dirección, armada con una estrategia antiimperialista en contraposición a los burócratas sindicales y los populistas.
El grueso de las direcciones sindicales se han plegado al programa de conciliación de AMLO y son obstáculos a las luchas por las necesidades más inmediatas de los trabajadores y las masas oprimidas. Los obreros más avanzados deben empezar a forjar núcleos comunistas en los sindicatos que disputen la dirección a estos traidores. El primer paso es luchar por la unidad de la clase obrera y por condiciones dignas para las masas mexicanas:
- ¡Aumento de 100% a los salarios y que suban con la inflación real!
- ¡Por una jornada laboral de 30 horas sin reducción al salario! ¡Repartir todo el trabajo disponible entre los desocupados!
- ¡Abolir las afores! ¡Por pensiones decentes pagadas por el estado y los patrones!
- ¡Sindicalizar a los no sindicalizados! ¡Una industria, un solo sindicato!
- ¡Por control sindical de las condiciones de salud y seguridad en el trabajo!
- ¡Por un programa de obras públicas bajo control sindical para construir viviendas baratas y de calidad!
Esto sería un punto de partida para desarrollar las luchas más elementales y convertirlas en un ataque frontal contra los explotadores extranjeros y locales, y avanzar hacia el objetivo de derrotar a la burguesía. ¡Por un gobierno obrero y campesino!
Les decimos a los trabajadores, los campesinos, la pequeña burguesía urbana, a los jóvenes que se oponen a las depredaciones de este sistema, a los militantes de Morena que quieren luchar por la liberación nacional: ninguno de los más sentidos anhelos del pueblo pueden conseguirse bajo la dirección de Morena o cualquier otra fuerza populista, por más izquierdista que se presente. ¡Es hora de voltear hacia la clase obrera! ¡Por un partido obrero revolucionario!