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El siguiente artículo fue publicado el 16 de marzo como volante de El Antiimperialista.
La huelga de Audi de enero-febrero ha sido la lucha obrera más importante de los últimos años en México. La lección principal de esta huelga es que la victoria era posible, pero para ello se requería una dirección distinta, armada con una estrategia antiimperialista, en contraposición a la burocracia sindical y los populistas que se rehúsan a desafiar a los imperialistas. Los obreros de Audi enfrentaron a uno de los monopolios imperialistas más poderosos del mundo: Grupo Volkswagen. Este conglomerado alemán se beneficia de la superexplotación de la mano de obra barata y calificada de los obreros mexicanos, que tiene como raíz la subyugación de México a manos de los imperialistas. Por tanto, la huelga en Audi debía ser concebida y organizada como una batalla que atacara la fuente de la explotación de los trabajadores automotrices, es decir, la opresión imperialista, que no sólo los exprime a ellos sino al país entero. La huelga mostró que para avanzar los intereses de clase del proletariado en su conjunto se requiere un programa que vincule la lucha por la emancipación nacional con la lucha por el poder obrero.
Una victoria de la huelga habría avanzado los intereses de los trabajadores y también la lucha por la liberación nacional de México. Esta huelga planteó de manera tajante la necesidad de confrontar las horribles condiciones laborales que existen en México, particularmente en toda la industria automotriz de propiedad imperialista. Constituyó una oportunidad dorada para transformar una lucha económica en una planta aislada en una batalla contra el saqueo imperialista del país, sentar las bases para la construcción de un sindicato de industria, retar la “paz social” de AMLO y asestar un gancho al hígado a los imperialistas. Esto es el criterio para establecer si el resultado de la huelga fue victorioso. Tras concluida es imposible observar siquiera un paso modesto en esta dirección.
López Obrador declaró que la huelga fue una negociación exitosa para los trabajadores, ya que lograron un aumento de 7 por ciento directo al salario y 3.2 a prestaciones, mayor que la primera oferta de la empresa pero menor de lo que exigía originalmente el sindicato. Similarmente, parte de la izquierda aclama el resultado como una victoria. Las evaluaciones triunfalistas de los populistas y la izquierda encubren que la dirección sindical socavó a cada paso la huelga. Es cierto que los obreros le arrancaron a la patronal un poco más que la mísera oferta inicial y que aquélla no logró infligirles una derrota decisiva. No obstante, el resultado de la huelga es contradictorio. Es responsabilidad de los comunistas sacar las lecciones de esta lucha y llevarlas a los trabajadores de todo el país para preparar las batallas que se avecinan.
¿Qué fue lo que llevó a una fuerza laboral altamente motivada al inicio de la huelga —y que dos semanas después votó masivamente contra la oferta de la patronal— a aceptar un acuerdo inferior a sus demandas iniciales unas semanas después? La razón principal de este giro fue que los trabajadores temían que al continuar con su huelga fueran aplastados y no obtuvieran nada. Este miedo estaba justificado. La perspectiva de la burocracia, basada en afectar lo menos posible a los imperialistas y no confrontar al gobierno de Morena, es una estrategia para la derrota. Con el estado y los imperialistas blandiendo la amenaza de que la huelga fuera declarada ilegal y bajo la presión de la burocracia para aceptar su acuerdo entreguista, las bases terminaron desmoralizándose. Envalentonada con el resultado de la huelga, la patronal ha despedido obreros y postergado la fecha para la próxima revisión contractual. La posición del sindicato respecto a los imperialistas, López Obrador y su gobierno se ha debilitado.
Las mismas condiciones que debilitaban la huelga persisten ahora. Por ejemplo, la patronal movilizó a los trabajadores temporales como contrapeso a los trabajadores permanentes que querían continuar la huelga, ofreciéndoles extender su contrato por doce meses si votaban a favor de la propuesta de la compañía. La burocracia facilitó esta división ignorando las exigencias legítimas de los trabajadores temporales. El resultado es que ahora los trabajadores temporales se sienten menos representados por el sindicato, mientras que los trabajadores de base tienen resentimiento y culpan a los temporales de haberse alineado con la patronal. Esta división sólo puede estar en el interés de los imperialistas.
Nuestra intervención en la huelga fue un intento real, aunque modesto, de ofrecer un programa de acción a los trabajadores de Audi para ganar, exponiendo cómo la estrategia entera de su dirección no tenía este propósito. La manera en que la burocracia sindical organizó la huelga —con piquetes porosos, sin transporte para los trabajadores a los piquetes, sin fondo de huelga, sin una lucha por sindicalizar a los no sindicalizados, sin siquiera un intento de extender la huelga a la planta de VW o de movilizar a los combativos campesinos y estudiantes de Puebla, etc.— se alinea con el programa populista-nacionalista de AMLO. Desde el principio, la huelga estuvo planeada para llegar a un acuerdo que “beneficiara” a ambas partes: imperialistas y obreros. Este intento de conciliar intereses irreconciliables está al centro del programa populista, que busca no asustar la inversión extranjera, aprovecharla para desarrollar al país, avanzar los propios intereses de la burguesía nacional y extraer, al mismo tiempo, un poco de beneficios para los trabajadores y los oprimidos sobre quienes se apoya. En los hechos, esto significa que los trabajadores renuncien a sus aspiraciones y se sometan a los deseos de los imperialistas y sus agentes locales.
Organizar una huelga exitosa, y la lucha antiimperialista más general, requiere retar a AMLO y su gobierno. Esto es vital dadas las extendidas ilusiones entre los obreros, promovidas por la burocracia sindical, en que el gobierno de López Obrador era el instrumento mediante el cual obtendrían sus reivindicaciones. Los hechos mostraron el verdadero papel de los populistas, quienes claman representar los intereses del pueblo mexicano con su 4T pero traicionan y sabotean sus luchas a cada momento. En realidad, AMLO presionó a los obreros de Audi para que restringieran sus exigencias haciéndolas aceptables a los imperialistas. López Obrador representa los intereses de una clase propietaria y es consciente de que una movilización independiente del proletariado puede amenazarlos. Con el fin de proteger estos intereses, se apoya en los imperialistas, a los cuales está atado por miles de lazos. La tarea de los comunistas es exhibir sistemáticamente, al calor de las luchas, cómo los actuales dirigentes del proletariado vacilan y concilian inevitablemente a los imperialistas, mostrando así la necesidad de forjar genuinas direcciones revolucionarias.
Pero esto no es lo que hizo la izquierda. Su intervención durante la huelga, incluidos sus discursos en la caravana del 10 de febrero —en la que organizaciones como el Grupo Internacionalista (GI) y el Movimiento de los Trabajadores Socialistas (MTS) fueron prominentes—, no hizo nada para desafiar el dominio político de las actuales direcciones sindicales y los populistas. Si bien el GI y el MTS levantaban todo tipo de críticas a la burocracia sindical del SITAUDI, jamás la expusieron por su crimen principal: su conciliación al imperialismo y la lacaya burguesía nacional. Los llamados de estos grupos por extender la huelga, por escala móvil de salarios, por comités de huelga, etc. —correctos en sí mismos— no buscaban forjar un polo contrapuesto a los burócratas sindicales sino mera combatividad y solidaridad. De esta forma, terminaron siendo una presión de izquierda para estos líderes traidores. Éste es el resultado de la incapacidad de la izquierda de ofrecer una estrategia antiimperialista, que fusione la lucha por la emancipación nacional con la social.
A cada paso de la huelga, la tarea central que se presentaba era forjar una dirección capaz de llevar la lucha del sindicato fuera de los márgenes establecidos por los burócratas y los populistas. Ahora, después de terminada la huelga, la tarea de forjar una dirección revolucionaria continúa siendo urgente. Es necesario que los trabajadores comiencen a forjar núcleos ahora con un correcto entendimiento de lo que sucedió durante la huelga, con el propósito de echar a los burócratas y tomar la dirección. La plataforma de estos núcleos debe guiar a los militantes sindicales a fortalecer su organización y preparar las luchas venideras. Proponemos los siguientes puntos básicos:
- ¡Reinstalación de los trabajadores que fueron despedidos tras la huelga!
- ¡Control sindical de la contratación y la capacitación de los trabajadores! ¡Sindicalizar a los no sindicalizados! Los trabajadores temporales deben ser basificados.
- ¡Control sindical de la salud y la seguridad! El sindicato debe decidir las condiciones y el ritmo para laborar de manera segura.
- ¡Por un sindicato nacional de la industria automotriz! La existencia de dos sindicatos en la planta de Audi, distintos al mismo tiempo del de VW, mina sus luchas al competir entre sí, negociar contratos por separado, etc.
- ¡Construir fondos de huelga! La falta de fondos afectó profundamente la confianza de los trabajadores y fue usado por la patronal para chantajear y doblegarlos por hambre.
- ¡Fuera México del T-MEC! ¡Repudiar la deuda externa!
- ¡Por un partido obrero revolucionario! AMLO y su Morena han mostrado ser un callejón sin salida. Los trabajadores del campo y la ciudad deben tomar en sus manos las riendas de esta sociedad.