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Apenas regresó al poder, Donald Trump no perdió tiempo en desatar un torrente de medidas antitrans. Esto recrudece una tendencia que se ha visto en todo el mundo. Reaccionarios de todos los colores señalan las conquistas, relativamente limitadas, que han logrado las personas trans como prueba de la degeneración moral y social de Occidente. Más que cualquier otro grupo, la población trans ha sentido el drástico giro a la derecha de los vientos políticos. Partidos y personajes públicos que hasta hace poco tenían una posición liberal sobre la cuestión transgénero hoy están tratando frenéticamente de deslindarse. Tras intentar evadir la cuestión, los liberales de ayer se están sumando rápidamente al coro reaccionario, pues entienden que sus carreras en el establishment dependen de ello.

¿Por qué se volvió el movimiento transgénero un punto focal de la reacción? Si bien el movimiento LGBTQI+ está muy consciente del cambio en la opinión pública, en general no puede explicar a qué obedece. En consecuencia, hoy no existe una perspectiva coherente sobre cómo contraatacar en este ambiente hostil. El movimiento transgénero se ve cada vez más aislado y políticamente desorientado, sin saber qué hacer o en quién confiar.

El movimiento marxista no ha sido, hasta ahora, capaz de llenar este vacío. Muchos autoproclamados marxistas asumen abiertamente posiciones reaccionarias antitrans, usando métodos de análisis más adecuados a la Iglesia Católica que a cualquier teórico marxista serio. Muchos partidos marxistas simplemente no hablan del tema. Los que sí lo hacen y han denunciado los ataques contra la población trans no han aportado perspectivas ni respuestas serias. En general, sólo añaden elementos del discurso y el análisis marxistas a un programa fundamentalmente liberal.

El presente artículo procura contribuir a llenar este vacío. En primer lugar, aportará una explicación materialista de las actuales guerras culturales, explicando por qué están ocurriendo ahora y por qué no se les puede enfrentar con métodos gradualistas liberales. En segundo lugar, aportará un entendimiento marxista básico de la cuestión trans, contrapuesto tanto al empirismo reaccionario del discurso antitrans como al idealismo liberal del movimiento pro trans convencional. Sobre estos dos pilares empezaremos a construir el andamiaje de un programa obrero para la liberación transgénero aplicado al contexto de la reacción creciente y la traición liberal.

Parte uno: El gradualismo y las mareas de la historia

En las últimas décadas, la opinión convencional en el movimiento LGBTQI+ ha sido que la historia tiene sus altibajos, pero, en palabras de Martin Luther King Jr., “el arco del universo moral es largo, pero se inclina hacia la justicia”. Los gays y las lesbianas enfrentaron periodos de histeria moral en la década de 1950 y a finales de la de 1970, pero con el tiempo las actitudes y las políticas públicas se liberalizaron. Ahora, en muchas sociedades, se han integrado en gran medida y se les acepta en todo el espectro político. La idea era, y para algunos lo sigue siendo, que lo mismo pasará con la gente trans: pese al actual retroceso, tarde o temprano volveremos al buen camino.

Esta cantaleta ya empieza a sonarle hueca a muchas personas transgénero, que voltean a ver a la izquierda en busca de respuestas más radicales. Incluso la autora liberal de izquierda Shon Faye escribe en su informativo libro Trans: Un alegato por un mundo más justo y más libre (Allen Lane, 2022) que “no puede haber liberación trans bajo el capitalismo”. Sin embargo, este giro radical no necesariamente se traduce en conclusiones revolucionarias. Por ejemplo, Faye también escribe que “la única esperanza que tiene la población trans de lograr que el parlamento apruebe cambios de política benéficos pasa por el cabildeo interno y, en última instancia, por la elección del Partido Laborista”. Esto demuestra cómo alguien puede pensar, en general, que el capitalismo es incompatible con los derechos trans y al mismo tiempo, en lo concreto, seguir considerando la reforma social gradual y no la revolución como el camino a seguir.

Por lo tanto, no es suficiente que los marxistas declaremos el lugar común de que los derechos trans o la liberación de la mujer son incompatibles con el capitalismo. Es necesario mostrar por qué, para lograr la liberación, se necesitan métodos revolucionarios y proletarios y no los métodos reformistas liberales. Para ello, debemos confrontar la ilusión subyacente de que, dado que el progreso de la población LGBTQI+ fue posible antes, sin duda volverá a serlo. Lo haremos mostrando las circunstancias específicas que hicieron posibles esas reformas en primer lugar, cómo esas circunstancias están desapareciendo rápidamente y por qué es suicida pensar que volverán.

De la reacción al liberalismo

Para entender cómo ha evolucionado en el tiempo la condición de los sectores sexualmente oprimidos hay que ir más allá de las ideas y las actitudes que hay en las cabezas individuales. Como es bien sabido, Marx y Engels afirmaron que “las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; o, dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante” (La ideología alemana, 1845-1846). Desde la Segunda Guerra Mundial, la clase capitalista estadounidense ha dominado el mundo económica, política y militarmente. Debido a ello, las ideas dominantes en cuanto a sexualidad han evolucionado en paralelo a los intereses y los fines del imperialismo estadounidense.

Durante los puntos álgidos de la Guerra Fría, cuando el dominio capitalista estaba amenazado, la prioridad del imperialismo estadounidense era asegurar la estabilidad interna de cara al enemigo exterior. No es casual que la llamada Amenaza Lavanda de los años 50 —el pánico moral en torno a los gays dentro del gobierno estadounidense— coincidiera con el auge de la cacería de brujas anticomunista de McCarthy. Tampoco es casual que la cruzada de Anita Bryant contra la homosexualidad de finales de los años 70 coincidiera con la necesidad que tenía Estados Unidos de recuperarse de los reveses políticos y militares que había sufrido en los años 60 y 70.

En general, no hay mejor arma para aplastar a la izquierda y unificar al país para fines reaccionarios que apoyarse en los prejuicios sociales más conservadores en torno a la sexualidad y la familia. Muchos activistas obreros combativos, que están dispuestos a sufrir golpizas y cárcel por sus convicciones, vacilan ante la posibilidad de que se les asocie con desviaciones sexuales. Los gobernantes estadounidenses tienen un largo historial de recurrir a pánicos morales en torno a la desviación sexual como instrumento de control social.

Dicho eso, tras el colapso de la Unión Soviética en 1991, Estados Unidos se quedó sin un enemigo externo formidable contra el cual movilizarse. Así que su objetivo fue expandir su influencia económica y social a cada rincón del planeta. En ese contexto, los principios universalistas de libertad, democracia y derechos humanos fueron herramientas ideológicas perfectas para que Estados Unidos justificara su injerencia y su dominio. Además, con la lucha de clases a la baja y sin rivales geopolíticos serios, la clase dominante estadounidense podía darse el lujo de aflojar las normas sociales en su país y desatar los espíritus salvajes y lucrativos de la individualidad consumista.

Sin embargo, pese a todos los discursos sobre el progresismo y la libertad de la década de 1990, la mayor parte del establishment político estadounidense seguía considerando tabú la liberalización de la homosexualidad y en particular el derecho al matrimonio. Fue sólo después de la crisis financiera de 2008, con Obama como presidente, que los matrimonios homosexuales se legalizaron. En ese punto, la clase dominante necesitaba abatir las condiciones de vida de la clase obrera sin romper la paz social, dándose un aura de progresismo. Las reformas sobre cuestiones sociales como el matrimonio eran perfectas, pues no costaban nada en términos económicos y eran extensiones naturales de los principios liberales de tolerancia y libre elección individual. Paradójicamente, fue sólo gracias a la bancarrota literal del orden mundial liberal que la clase capitalista pudo llegar tan lejos como lo hizo respecto a la liberalización sexual.

Reformas similares se realizaron durante este periodo a lo largo del mundo occidental, por ejemplo, en Francia, Alemania y Gran Bretaña. Conforme el pilar económico del dominio occidental se erosionaba, las clases dominantes imperialistas atacaban las condiciones materiales de vida y, para compensar el declive de su poder, se apoyaban más y más en las ideas liberales. Por eso, el discurso pro LGBTQI+ llegó a ser aceptado en la esfera política y cultural de la mayoría de los países occidentales: las series de televisión tenían protagonistas gays, y se volvió la norma que las empresas, los políticos y los policías participaran en los desfiles del orgullo. Además de aportar un barniz hipócrita de progresismo, este posicionamiento liberal aportaba un conveniente garrote con el cual golpear a los obreros, los migrantes y los países del Tercer Mundo; cualquier forma de oposición al statu quo liberal podía ser fácilmente descartada con acusaciones de atraso y chovinismo.

Así, si bien la liberalización social es innegablemente progresista, las razones económicas subyacentes que la hicieron posible en el siglo XXI estaban enraizadas en dinámicas económicas retrógradas y en intereses de clase reaccionarios. Esto no niega las largas y arduas luchas de generaciones de activistas LGBTQI+, pero sí explica por qué pudieron triunfar del modo en que lo hicieron y por qué el movimiento se hizo menos radical y cada vez más compatible con el capitalismo de las grandes empresas.

La cuestión trans y el declive de la hegemonía estadounidense

A grandes rasgos, las condiciones de la población trans siguieron la misma trayectoria general que las de los gays y las lesbianas, aunque con un retraso significativo. Los derechos trans y la conciencia pública sobre la cuestión apenas estaban haciendo sus primeras incursiones en la cultura de masas cuando la reacción populista de derecha empezó a cobrar impulso. En 2014, la revista Time puso en su portada a la actriz trans Laverne Cox con la leyenda “El punto de inflexión transgénero—La próxima frontera de los derechos civiles en Estados Unidos”. Un año después, Donald Trump anunció su primera campaña por la presidencia.

Y sucedió que la cuestión trans no fue sólo la próxima frontera del liberalismo estadounidense, sino la última. Marcó el punto máximo al que pudo llevar la liberalización sexual antes de topar con pared. Si los liberales llegaron tan lejos en la cuestión LGBTQI+ y otros temas sociales fue para compensar el declive de su influencia social. Pero, cuanto más avanzaban los liberales, más fuerte se hacía la reacción al liberalismo. Las fuerzas sociales conservadoras perciben esta debilidad creciente y están usando la cuestión trans como ariete político contra el statu quo liberal de las pasadas décadas.

Por una parte, la cuestión trans encarna los límites del reformismo liberal en el ámbito de la sexualidad. Las nociones de la libre elección y la tolerancia se topan con los límites económicos y sociales del capitalismo. La escasez de recursos materiales y los intereses conservadores establecidos hacen que en última instancia sea imposible trascender la organización social basada en la familia monógama heterosexual —una cuestión que exploraremos con detalle más adelante—.

Pero, por otra parte, la cuestión trans encarna hoy los límites del orden mundial liberal que Estados Unidos construyó tras la Segunda Guerra Mundial. Ya llegamos al punto en el que los pilares económicos y sociales de ese orden chocaron con los intereses de la clase dominante que lo estableció. El liberalismo se ha vuelto cada vez más un estorbo innecesario en la ofensiva para restaurar la posición de Estados Unidos en el mundo. Si la cuestión trans se encuentra en el punto de ignición de las guerras culturales, es porque se halla en la frontera entre el orden social liberal de la hegemonía imperial estadounidense y el orden emergente de reacción surgido del declive imperial de Estados Unidos.

Grandes sectores de la clase obrera llegaron a ver en el liberalismo un símbolo de todo lo que odian del statu quo. Por décadas, se les dijo que debían aguantar todos los ataques económicos y la descomposición del tejido social en nombre de ideales vacíos. Ahora, a la derecha le resulta fácil aprovecharse de este descontento para impulsar una reacción social generalizada. Sus blancos inmediatos son las minorías, pero el objetivo real es poner al imperialismo occidental en un curso más belicoso contra su propia clase obrera y contra sus rivales exteriores. Dado que tanto la clase dominante como la clase obrera se están distanciando del statu quo de las últimas décadas, el orden social que hizo posible ciertas reformas limitadas para la población LGBTQI+ está entrando en una crisis terminal. Ése es el factor subyacente del agudo conflicto en torno a la cuestión trans.

La única perspectiva de progreso sustancial para las mujeres y las minorías sexuales sería un periodo renovado de prosperidad económica global prolongada. Esto, sin embargo, está totalmente descartado, ya que los imperialistas estadounidenses están decididos a mantener su control sobre el mundo, lo cual sólo pueden conseguir aumentando la competencia nacional y abatiendo en general los estándares de vida (ver “El declive del imperio de EE.UU. y la lucha por el poder obrero”, Spartacist No. 42, noviembre de 2023). En última instancia, son las realidades materiales del mundo dominado por el imperialismo las que descartan toda conquista seria para cualquier grupo oprimido, por no hablar de una vía gradualista y reformista hacia la liberación trans.

Parte dos: Desenredando el género

¿Qué hay detrás de las guerras de género?

Gran parte del debate sobre la cuestión trans gira en torno a definiciones. Antes de zambullirnos en estas turbulentas aguas, es importante considerar los temas políticos que están detrás de las batallas sobre el género, el sexo y la biología. Gran parte de la literatura sobre esta cuestión parte de ciertas definiciones para defender su perspectiva política específica. Aunque esto parece lógico a primera vista, en realidad cubre el debate con una falsa apariencia de objetividad. Por debajo del choque de definiciones hay un choque de intereses. Así que, antes de aportar nuestras propias respuestas y definiciones, identificaremos los objetivos políticos de los movimientos trans y antitrans, así como nuestra propia visión comunista del mundo.

Como implica el término “transgénero”, las personas trans son individuos que desean ser socialmente reconocidos con un género distinto de aquel con el que fueron socializados hasta el momento. Así, como movimiento político, el movimiento trans busca hacer que estas transiciones sean posibles y socialmente aceptables. Tanto el modo en que explica el mundo como los diversos argumentos que elabora se derivan de ese objetivo político.

A quienes constituyen el movimiento antitransgénero, ya sean TERFs (feministas radicales transexcluyentes, por sus siglas en inglés), religiosos, machistas o incluso seudomarxistas, los une la lucha contra la aceptación social de las personas trans. Desde luego, estas corrientes diversas tienen intereses distintos y a menudo contrapuestos. Pero lo que los une es el deseo de hacer más difícil o imposible que las personas trans sean aceptadas socialmente con el género con el que se identifican. Las diversas teorías y argumentos que elaboran apuntan hacia ese fin político.

Como puede verse, aun cuando muchas discusiones sobre la cuestión trans se enfocan en sexo biológico versus género, o sobre la definición de lo que es ser mujer, etc., eso no es lo central del problema. El asunto es simplemente si es socialmente deseable y si debe ser permitido que los individuos hagan la transición de un género a otro. Todos los conflictos sobre conceptos gravitan en torno a esta cuestión fundamental.

El fin político de los comunistas es lograr una sociedad plenamente igualitaria de abundancia, libre de clases y de todas las demás formas de opresión, incluyendo las causadas por la división de la sociedad en géneros. Así, nuestros fines son compatibles y convergentes con los del movimiento transgénero. Sin ninguna ambigüedad pensamos que sí, debe permitírseles a los individuos hacer la transición y, en general, hacer lo que quieran con sus cuerpos. También afirmamos que la sociedad debe facilitar ese proceso. Pero, más que eso, creemos que la lucha por la liberación sexual —incluyendo la liberación trans— no sólo es compatible con la lucha por emancipar a la clase obrera, sino que es una parte integral de sus luchas cotidianas en la sociedad actual. En otras palabras, nuestra tarea no es esperar que llegue el futuro comunista, sino luchar hoy por avanzar esa causa.

Donde los comunistas nos distinguimos es que vemos la lucha por la liberación trans como parte de una lucha más amplia por la emancipación de la clase obrera. Crucialmente, también diferimos del movimiento trans en cuanto a los medios y los métodos a través de los cuales buscamos alcanzar nuestros objetivos políticos. En nuestra lucha, nos guiamos por la doctrina del socialismo científico, también conocida como marxismo.

Biología y sociedad

Gran parte del discurso contra una mayor aceptación e integración de la población trans gira en torno a la biología. El argumento básico es que hay una diferencia biológica innegable entre hombres y mujeres y que argumentar que una mujer trans es mujer es un rechazo de la ciencia básica. Esto lleva a la pregunta que siempre hacen los presentadores reaccionarios de páneles televisivos y los YouTubers provocadores: “¿Qué es una mujer?”. Cualquier respuesta que no reafirme la diferencia biológica esencial entre hombres y mujeres es entonces ridiculizada y rechazada.

Si bien es innegable que existen diferencias biológicas fundamentales y cualitativas entre hombres y mujeres, eso dice muy poco sobre lo que significa ser un hombre o una mujer en una sociedad dada. Es sencillamente falso que la biología determine las relaciones sociales. De hecho, la propia evolución humana desmiente este mito y muestra una constante interacción entre el desarrollo de la cultura y la técnica y los cambios en la anatomía física. Por ejemplo, el desarrollo del lenguaje y el uso de herramientas condujeron directamente al crecimiento del cerebro humano, es decir, la cultura cambió la biología. Esto demuestra que la biología no es el factor decisivo para entender las relaciones sociales humanas.

Del mismo modo, las diferencias biológicas entre los sexos no son independientes de las relaciones sociales entre hombres y mujeres y tampoco las dictan. La capacidad de dar a luz tiene un significado en todas las culturas, pero lo que significa concretamente ser “mujer” cambia radicalmente de una cultura a otra y de una época a otra. Reafirmar las características biológicas de un ser humano de sexo femenino no dice nada sobre lo que significa ser mujer en una sociedad occidental moderna o en una aldea del África subsahariana. Por eso, es engañoso y contraproducente enfocar en las diferencias anatómicas entre hombres y mujeres el debate sobre la cuestión transgénero en las sociedades capitalistas modernas.

La pregunta capciosa “¿qué es una mujer?” busca confundir el significado biológico de lo que es ser mujer con su significado social. Para contestarla, hay que desenredar los dos temas. A veces los demagogos lo hacen imposible. Pero con demasiada frecuencia las propias voces pro trans contribuyen a confundir el asunto.

Espectro y dicotomía

En respuesta a los ideólogos antitrans y a la sociedad en general que insiste en el hecho de que hay diferencias fundamentales entre hombre y mujeres, muchos intelectuales trans han atacado, equivocadamente, la idea misma de que haya una dicotomía entre la biología masculina y la femenina. La mayoría no negaría que hay importantes diferencias entre hombres y mujeres, pero insisten en que están en un espectro y que el binarismo sexual es una mera invención. Para apoyar este argumento, señalan el alto grado de variación que existe en las características físicas de cada sexo y el hecho de que es imposible designar sin ambigüedad a ciertas personas intersexo como hombres o como mujeres biológicos.

En su revuelta contra las categorías sociales rígidas, el académico trans Jack Halberstam llega al punto de atacar el impulso de adscribirle “categorías” a prácticamente todo en el mundo natural:

“La manía de la función divina de nombrar comenzó, como era de esperar, con la exploración colonial. Como cualquiera que haya visitado jardines botánicos o zoológicos sabe, la recolección, clasificación y análisis de la flora y fauna del mundo ha ido de la mano con diversas formas de expansión colonial y empresarial”.

Trans* (Editorial Egales, 2018)

Si bien es indudable que la ciencia se desarrolló junto con el capitalismo y sus muchos crímenes, el problema no es “nombrar” ni “clasificar”, ni tampoco la ciencia, por cierto. Simplemente no se puede entender el mundo, natural o social, sin categorías y sin nombres. Y quien no entiende el mundo, no puede transformarlo.

El punto clave es que no es en modo alguno retrógrado reconocer que sí existe un conjunto de diferencias biológicas cualitativas entre hombres y mujeres… o entre plantas. Aceptar la dicotomía no niega el hecho de que haya una gran variación dentro de una categoría o que haya ciertos casos específicos que sean difíciles de clasificar. Todo en la naturaleza combina categorías discretas y estados transitorios intermedios.

Por ejemplo, la evolución de las especies ocurre mediante un proceso en el que la acumulación de pequeñas diferencias genéticas termina produciendo un tipo de planta o de animal fundamentalmente diferente. En general, es imposible señalar el momento exacto en que la cantidad se convierte en calidad. Pero esto no niega el hecho de que en cierto punto se vuelve obvio que un cambio cualitativo ha ocurrido. Así como decimos que el tigre y el león son especies diferentes, podemos decir que el sexo masculino y el femenino son dos sexos humanos diferentes. Eso no significa que no existan los ligres o la gente intersexo. Pero ambos son variaciones extremas dentro de una dicotomía.

La variación y la oposición coexisten en todo. Negar la primera te deja con una visión rígida de la realidad que no reconoce cambios ni contradicciones. Negar la segunda te deja con una visión amorfa de la realidad donde todo es relativo y subjetivo.

Llevando esto a la cuestión trans, tenemos, por un lado, ideólogos antitrans que sólo ven el mundo a través de rígidas categorías biológicas. Esto los lleva a rechazar o denunciar ciertas situaciones contradictorias, especialmente aquéllas en que los humanos cambian conscientemente elementos de su existencia física y química para aproximarse a las características biológicas de un sexo diferente. Por el otro, tenemos a muchos activistas trans que niegan toda diferencia cualitativa entre los sexos, lo que les impide abordar inteligentemente las realidades del mundo físico y social.

El movimiento trans no tiene necesidad de rechazar el binarismo sexual para avanzar su causa. Por el contrario, es concebible que un mejor entendimiento científico de las diferencias entre hombres y mujeres pueda llevar algún día a superar completamente las diferencias biológicas sexuales. El obstáculo para esto, y para la liberación trans más en general, no está, sin embargo, en las actuales limitaciones científicas, sino en las relaciones sociales capitalistas.

Capitalismo y género

El argumento más común de los voceros antitrans es que “un hombre es un hombre” y “una mujer es una mujer”, que todo el mundo lo sabe y que nadie puede pasar de uno a otro. Para ellos, cualquiera que dispute estos “hechos” obvios vive en un mundo de fantasía. En cierto modo, el argumento más básico contra este razonamiento es que hay muchas personas trans que viven sus vidas día a día sin que nadie se dé cuenta y sin que a nadie le importe. En realidad, está claro que es posible transicionar socialmente de un género a otro. Esto, desde luego, no zanja el debate. En el fondo, el movimiento antitrans piensa que esas transiciones son perjudiciales para la sociedad y deben detenerse del todo o limitarse severamente.

Esto plantea dos preguntas: “¿por qué hay tanta resistencia a las transiciones?” y “¿por qué tanta gente acepta el argumento de que hacer la transición es imposible?”. Para contestarlas, debemos partir del hecho de que las ideas en torno a los roles de género, la sexualidad y la transición de género no se originan simplemente en las cabezas de los individuos, sino que reflejan la sociedad tal como está organizada actualmente.

En su brillante libro El origen de la familia, la propiedad privada y el estado (1884), Friedrich Engels explica cómo la opresión de la mujer, es decir, las relaciones desiguales entre los géneros, está enraizada en el surgimiento de la sociedad de clases y en el desarrollo de la familia patriarcal. Desde la época de la esclavitud hasta las modernas sociedades capitalistas, esta forma de familia ha sido la unidad básica de la organización social.

Toda sociedad capitalista moderna está organizada en torno a una norma en la que una pareja heterosexual y monógama cría hijos a los que les hereda su propiedad (si es que tiene). Es en el ámbito privado de la familia donde se realizan tareas esenciales como la crianza, la educación, el cuidado y el trabajo doméstico, y son principalmente las mujeres quienes las hacen. Esta estructura familiar es una institución esencial del capitalismo. Al mismo tiempo, el capitalismo moderno mina los cimientos de esta institución al darle a las mujeres un grado de independencia financiera, reducir el papel de la iglesia y desarrollar la individualidad. Pero, aunque se pueda socavar la norma, a veces hasta un grado significativo, ello no sienta las condiciones sociales necesarias para remplazar totalmente la función social que cumple la familia.

En términos más simples, la familia puede ser remplazada sólo en la medida en que la sociedad asuma sus tareas. Cuanto más se socialicen la atención médica y la educación, menos recaerán éstas en la familia. Cuanto más libres se vean los individuos de la competencia económica y la carencia, tanto más libremente podrán asociarse y vivir de la forma que elijan y con quien quieran. El problema, claro está, es que el capitalismo sólo puede, cuando mucho, empezar a satisfacer esas condiciones. En el actual periodo de declive capitalista, en el que las fuerzas productivas se están contrayendo, sólo veremos una regresión de lo que ya se había conquistado y un aumento en el papel de la unidad básica familiar. Esto es lo que realmente está detrás de la crisis global de la atención médica, la educación y el cuidado de la tercera edad.

Además, los capitalistas tienen un interés directo en sostener la familia heterosexual tradicional por razones tanto políticas (para reforzar la obediencia social) como económicas —para criar y mantener una mano de obra numerosa—. Estos factores sugieren que la creciente histeria contra la población transgénero es sólo el principio de una ola de reacción que en última instancia está dirigida contra las mujeres y contra todo aquél que no se apegue fielmente a los rígidos estándares de la familia monógama.

En las sociedades occidentales, el cristianismo ha estado en la primera línea de la campaña antitrans. Mediante sus códigos morales inalterables, dictados por dios mismo, la religión ofrece una doctrina que santifica la propiedad privada, la subordinación de la mujer al hombre y, naturalmente, la impermeabilidad del género de cada quien. Como institución, la religión aporta siempre la voz más consecuente en defensa de la familia patriarcal y un fundamento para las normas y los valores sociales conservadores.

Sin embargo, así como el capitalismo erosiona los pilares de la familia heterosexual, también mina el control de la religión. En la mayor parte de las sociedades occidentales, las realidades de la vida moderna han llevado a la mayoría a no adherirse a una interpretación rígida de las escrituras religiosas. Incluso entre los religiosos, ha habido una aceptación creciente de la igualdad entre hombres y mujeres, de los derechos de los gays y las lesbianas y, hasta hace poco, también de los derechos transgénero.

Por sí mismos, los argumentos religiosos no han sido los más efectivos para impulsar la reacción antitrans. En cambio, es en la defensa de la condición de mujer que el pensamiento conservador tradicional ha podido conectarse con un discurso ideológico más moderno. Irónicamente, cuando se trata de la cuestión trans, el feminismo ha sido un auxiliar de los mismos valores patriarcales que busca desafiar.

¿Por qué existen las TERFs?

En Gran Bretaña, que muchos consideran el epicentro de la reacción antitrans, gran parte del debate ha sido entre los defensores de los trans, por un lado, y ciertas feministas que a veces se consideran progresistas y hasta de izquierda, es decir, las llamadas TERFs, por el otro. El argumento feminista subyacente contra otorgar más derechos a los trans es que éstos se dan a expensas de los derechos que tan arduamente han conquistado las mujeres. Hay versiones muy reaccionarias de este argumento que básicamente acusan a las mujeres trans de ser predadores sexualmente depravados que buscan “apropiarse” de la condición de mujer. Sin embargo, las versiones más efectivas —y más peligrosas— de estos argumentos las hacen mujeres que suenan liberales, como Kathleen Stock, una académica apacible que además es lesbiana.

Ante individuos como Stock, no funciona simplemente callarlos a gritos o acusarlos de ser fanáticos antitrans. Más bien, para derrotar el argumento feminista contra los derechos trans hay que entender lo que está detrás del conflicto. ¿Qué impulsó a mujeres como Stock o J.K. Rowling a entrar al debate trans o, lo que es más importante, qué ha hecho que sus intervenciones sean tan populares? La respuesta sencilla es que usan como base la opresión de la mujer. Usan el hecho de que las mujeres son víctimas de violencia, tienen menos oportunidades económicas y están asediadas por toda clase de prejuicios sexuales para presentar a las mujeres trans como competidoras por los derechos de las mujeres.

En su folleto Beyond Binaries [Más allá de lo binario] (julio de 2024), el Socialist Workers Party (de Gran Bretaña) descarta con un simple gesto de la mano los argumentos de las TERFs, escribiendo que “la derecha —y algunos socialistas y feministas que le dan una cubierta de izquierda— ha basado su oposición a la reforma de la GRA [Ley de reconocimiento del género] en la mentira de que los derechos trans son una amenaza para los derechos de las mujeres” [traducción y énfasis nuestros]. Seamos claros: es falso contraponer la causa de las mujeres a la de la población trans. Dicho eso, simplemente descartar la cuestión como una mentira no es un argumento serio ni efectivo. La verdad es que, visto a través del prisma de la sociedad tal como está organizada actualmente, donde todo el mundo compite por una misma reserva limitada y cada vez menor de recursos, sí hay cierta tensión entre mejorar las condiciones de las personas trans y mejorar las condiciones de las mujeres.

Más adelante en este artículo hablaremos de cómo superar estas tensiones. Pero primero debemos insistir en la importancia de reconocer la realidad de este conflicto de intereses. Ya se trate del tema de los deportes, de las competiciones, de los albergues, de las prisiones, de los baños o de los programas de acción afirmativa, el problema de la limitación de los recursos económicos está en todas partes. A menudo los temas más controversiales —como la cuestión de las mujeres trans en los deportes de élite— no son los que más afectan a la mayoría de la gente en sus vidas cotidianas. Éstos, sin embargo, son temas simbólicos importantes que expresan de manera concentrada las verdaderas tensiones subyacentes.

En el fondo, el problema es que la inclusividad trans no sólo exige una parte de los recursos, de por sí limitados, que gozan las mujeres cis (no trans), sino que también desafía la rígida segregación de género en que la sociedad está organizada. Si bien esta división es, en última instancia, la razón de la opresión de la mujer, la mayoría de las mujeres ven los espacios segregados por género y los programas sociales como derechos importantes que ofrecen un grado de protección en una sociedad patriarcal y con frecuencia violenta. El camino hacia la integración y la inclusión trans pasa por darle respuestas a los diversos conflictos y las tensiones para beneficiar tanto a las personas trans en general como a las mujeres cis. No se encontrarán tales respuestas al negar o minimizar el conflicto de intereses, ni al argumentar que los prejuicios reaccionarios son el único factor que lleva a las mujeres progresistas en una dirección antitrans.

Parte del problema es que tanto las TERFs como los activistas LGBTQI+ ven el mundo a través de un prisma feminista. Desde luego, hay una clara diferencia entre el papel reaccionario que desempeñan las TERFs, que buscan activamente restringir los derechos de la población trans, y los activistas LGBTQI+, que quieren mejorar las condiciones de uno de los grupos más oprimidos de la sociedad. Después de todo, no es casual que las TERFs se aproximen cada vez más a las corrientes políticas de extrema derecha. Habiendo establecido eso, en su visión feminista del mundo, tanto las TERFs como el movimiento LGBTQI+ convencional enfocan el problema de la mujer y de la opresión sexual centrándose en la identidad y en lo que es posible dentro de las normas sociales y económicas actuales.

Por ejemplo, las TERFs dan una gran importancia a definir quién entra y quién no en la categoría de “mujer”. Ello se debe a que la “condición de mujer” es la lente a través de la cual ven todas las relaciones sociales. El que alguien sea o no mujer determina si es o no un opresor, si puede o no asistir a reuniones exclusivas para mujeres y si se ha beneficiado o no del “privilegio masculino”. Ese entendimiento del mundo hace muy poco por mejorar las condiciones de la mujer, y su lógica divisiva produce una fragmentación y un conflicto crecientes entre los diversos grupos oprimidos, empezando por las propias feministas.

En cuanto al movimiento LGBTQI+ convencional, su enfoque ha sido cabildear con las empresas y las instituciones para que cambien el lenguaje que usan para ser más incluyentes para un abanico cada vez mayor de identidades. Esta insistencia deriva de la noción feminista de que la fuente de la opresión son el lenguaje y las ideas, y no las instituciones sociales materialmente enraizadas. Este tipo de activismo logra poco o nada en cuanto a cambios positivos en la vida de la población trans, pero sí logra provocar reacciones sociales adversas. El ejemplo clásico es cómo se burla J.K. Rowling de la frase “personas menstruantes”.

Cuando se trata de decidir políticas concretas, ambos bandos ven generalmente la cuestión a través de la lente de lo que es posible dentro de la política convencional. Sin entender que el propio capitalismo está quitándole recursos a todos los grupos oprimidos, las feministas, sean o no incluyentes respecto a los trans, suelen proponer políticas que sólo pueden realizarse a expensas de los intereses materiales o las sensibilidades de otros grupos oprimidos. Por ejemplo, incluir a mujeres trans en el sistema carcelario femenino, sin alterar nada más del modo bárbaro en que se encarcela a la gente, no puede sino crear tensiones e incidentes socialmente explosivos. Una vez más, sin entender la tensión que producen la escasez de recursos y las relaciones sociales existentes, es imposible ofrecer soluciones que puedan superar el conflicto entre los grupos oprimidos o al menos minimizarlo.

El problema del idealismo liberal

Ya hemos tocado algunos de los problemas de la ideología pro trans convencional en lo concerniente a la biología y al feminismo. Ambos tienen que ver con un tema subyacente más amplio: el movimiento se levanta sobre fundamentos ideológicos idealistas. Por “idealismo” nos referimos a la visión filosófica del mundo que no considera que la opresión se derive fundamentalmente de las relaciones económicas, sino de concepciones equivocadas que flotan en las cabezas de la gente.

Judith Butler es una académica destacada en el mundo de los estudios de género y ha tenido una enorme influencia al establecer los cimentos ideológicos del movimiento LGBTQI+ moderno. Según Butler:

“La creencia política de que debe haber una base universal para el feminismo, y de que puede fundarse en una identidad que aparentemente existe en todas las culturas, a menudo va unida a la idea de que la opresión de las mujeres posee alguna forma específica reconocible dentro de la estructura universal o hegemónica del patriarcado o de la dominación masculina… La urgencia del feminismo por determinar el carácter universal del patriarcado —con el objetivo de reforzar la idea de que las propias reivindicaciones del feminismo son representativas— ha provocado, en algunas ocasiones, que se busque un atajo hacia una universalidad categórica o ficticia de la estructura de dominación, que por lo visto origina la experiencia de subyugación habitual de las mujeres”.

El género en disputa (Paidós, 2007)

Detrás de la jerga, Butler rechaza que el “patriarcado”, es decir, la opresión de la mujer, esté enraizado en una institución social particular. Es decir, Butler niega que la familia patriarcal sea la institución que santifica y reproduce la división de la sociedad en géneros. En consecuencia, no busca combatir la opresión de género creando condiciones sociales que puedan remplazar a la familia como institución, sino enfrentando y subvirtiendo las normas sociales existentes.

“Como una estrategia para desnaturalizar y otorgar un significado nuevo a las categorías corporales, explico y propongo un conjunto de prácticas paródicas fundadas en una teoría performativa de los actos de género que tergiversan las categorías del cuerpo, el sexo, el género y la sexualidad, y que hacen que éstas adquieran nuevos significados y se multipliquen subversivamente más allá del marco binario”.

Si bien transgredir las normas de género puede ser un prospecto liberador para quienes rechazan su género y/o las expectativas sociales asociadas a él, esas acciones no hacen absolutamente nada para desafiar el modo en que la sociedad en su conjunto está organizada.

La división de la sociedad en dos géneros es un hecho social, tan real como la división biológica entre los sexos. No es producto de ideas, sino de una institución que evolucionó históricamente y que se sostiene debido a las limitaciones materiales y a los intereses de clase de la burguesía. Eso no significa que las relaciones patriarcales sean permanentes. Pero, para echar abajo las normas de género, lo que hace falta en última instancia es transformar la sociedad, no la identidad de uno.

Uno puede odiar al capitalismo e irse a vivir a una comuna en el bosque, pero eso no impide que el capitalismo siga existiendo. Del mismo modo, uno puede identificarse como no-binario, o como no-conformista de género o cualquier otra cosa, pero eso no impedirá que la sociedad (fuera de ciertos círculos pequeñoburgueses muy aislados) siga ubicando a los individuos en un binarismo de género. Los individuos que personalmente rechazan esas normas se marginan de la sociedad, no la transforman.

“Marxistas” pro trans

El marxismo es una doctrina revolucionaria que se desarrolló en el siglo XIX en oposición directa a lo que entonces se llamaba “socialismo utópico”. Los socialistas utópicos habían ideado diversos esquemas para trascender el capitalismo cambiando la conciencia colectiva, o diseñando microsociedades ideales. En cambio, la doctrina del socialismo científico que elaboraron Marx y Engels identificaba las fuerzas y dinámicas internas del capitalismo con el potencial de derrocar la estructura de clases existente y sentar las bases para una evolución hacia una sociedad igualitaria. La fuerza motriz de esta revolución no sería un conjunto de ideas, sino los intereses de una clase, el proletariado.

Para todo marxista, esto es el ABC. Por ello, muchos marxistas critican la teoría de género posmoderna por ser idealista. Sin embargo, los que son pro trans lo hacen a medias, mientras difunden las mismas ilusiones que dicen combatir. En un intento de no “aislarse” del movimiento, liquidan el programa marxista en el idealismo liberal vulgar. Esto no sólo desorienta a los combatientes radicales por los derechos transgénero, sino que además le facilita a los reaccionarios atacar al movimiento como un mero producto del idealismo.

Un claro ejemplo de esta conciliación puede verse en el folleto del SWP citado arriba:

“Podemos entender que el género tiene dos elementos amplios. Primero, el género es externo a la persona. Se basa en los roles de género percibidos que nos atribuye la sociedad a partir de cómo actuamos, vestimos, nos comportamos y hablamos. En segundo lugar, también es la noción interior de uno mismo, o nuestra identidad de género. Cada individuo siente esto en lo más profundo de su ser y debería poder expresarlo como prefiera”.

Aquí el SWP lo confunde todo. Por un lado, presenta el género como si tuviera un carácter social, aunque vagamente definido. Al mismo tiempo, lo presenta como la noción personal “de uno mismo”, abierto a interpretaciones totalmente idealistas y hasta religiosas. Y, finalmente, formula el deseo de que la gente pueda expresar sus anhelos como quiera.

En el fondo, la definición del SWP ofusca el hecho de que el género es producto de relaciones sociales, no de la mente de cada quien. Es sólo cuando el deseo interno de cambiar de género interactúa con otros humanos que éste puede realizarse en los hechos. Más aún, que una persona desee identificarse de cierto modo no significa en absoluto que esa identidad sea socialmente aceptada. Ésa es la base de la opresión trans. A primera vista esto parece obvio y las personas trans lo saben mejor que nadie. Hay una gran diferencia entre, por un lado, una persona trans que “pasa desapercibida” y, por el otro, una que no o una persona no-binaria.

Probablemente el SWP y los liberales pro LGBTQI+ consideren que definir el género sólo como un producto de las relaciones sociales es ofensivo y una capitulación al discurso antitrans. Pero es un hecho innegable que el capitalismo no permite a la mayoría de la población trans integrarse socialmente al género de su elección. Y nunca considerará socialmente aceptable salir del binarismo de género. Reconocer esto no es capitular a la derecha. Es reconocer a qué nos enfrentamos. Plantear que la “noción interior de uno mismo” lleva automáticamente a una realidad social distinta no es ser un buen aliado, es llevar a la población transgénero por un camino falso, tal como los liberales han hecho por décadas.

La respuesta del movimiento LGBTQI+ a la opresión trans ha sido insistir en que los individuos deben “afirmar” el género de las personas trans y no binarias. Si bien esto ciertamente es lo que debe hacer todo individuo con conciencia social, empezando por los comunistas, es totalmente falso que la “afirmación social” pueda quebrar por sí misma las rígidas normas de género de la sociedad. De hecho, la afirmación de género nunca ha superado los estrechos límites de la intelectualidad liberal y la subcultura LGBTQI+ —un hecho que hoy se ha vuelto patente—.

Sin embargo, los marxistas que escriben sobre la cuestión trans no lo reconocen en absoluto. Esto es obvio en las “Diez tesis sobre la cuestión del género—Reevaluadas”, donde la camarada Roxy Hall escribe:

“Si bien la identidad trans no es revolucionaria por sí misma —las armas de la crítica nunca podrán remplazar la crítica de las armas— debemos alentar a todos a rebelarse, cada quien a su modo, contra las jerarquías de género que se nos imponen. ¿No sería benéfico que todo tipo de gente resistiera las normas de género, rompiendo el vínculo simbólico entre las características sexuales y los roles de género, viviendo de maneras audaces y no convencionales? Sin duda el proceso de abolir el género se presentará al principio como una explosión de distintos modos de vivir”.

—thepartyist.com, 2 de junio de 2024

No, vivir “de maneras audaces y no convencionales” no ayudará en absoluto a abolir el género. Todo lo contrario. Cuando uno cambia su “modo de vivir”, confronta las ideas conservadoras de la sociedad sin hacer nada para cambiar su estructura. En un contexto en el que las condiciones de vida de la clase obrera sufren un ataque constante y donde ésta se ve cada vez más obligada a apoyarse en la estructura familiar, presionar contra las normas sociales como estrategia política sólo provocará una reacción adversa conservadora. En vez de vivir “de maneras audaces y no convencionales”, lo que se necesita es mostrar concretamente cómo la clase obrera puede avanzar en sus intereses materiales si defiende los derechos políticos y sociales de los transgénero.

Otra expresión de las concesiones que los marxistas hacen al idealismo al escribir sobre la cuestión trans es su aceptación casi unánime de la idea de que los géneros “se asignan al nacer”. Tanto el SWP como Roxy Hall repiten este mito idealista. Una vez más, este concepto minimiza el hecho de que las relaciones de género son una verdad social objetiva, no una noción equivocada o una etiqueta que se le asigna arbitrariamente a cada bebé. El género que uno tiene al nacer no es más arbitrario que su raza, su nacionalidad o su clase. Aunque cada uno de estos ejemplos es muy distinto, todos son producto de las relaciones sociales objetivas en las que uno nace. Eso no significa que ninguna de estas categorías quede fijada de por vida. Pero sí significa que cambiarlas es un proceso social, que por lo general es muy difícil.

La mayoría de los marxistas y activistas LGBTQI+ se escandalizan cuando los derechistas comparan el cambiar de género con el cambiar de raza. El ejemplo clásico es el de Rachel Doležal, una mujer nacida blanca que se identificó como negra y ocupó un puesto de dirección en la NAACP (organización estadounidense que defiende los derechos civiles de los negros). Los liberales reaccionan con horror a la idea de que en Estados Unidos uno pueda elegir ser negro y conseguirlo, e inventan toda clase de razones enredadas por las que cambiar de raza, a diferencia de hacer la transición a otro género, es moralmente condenable. Esta reacción revela un enfoque moralista de la opresión racial; tal como cambiar de género, no hay nada inherentemente malo en cambiar de raza. Pero esta reacción también revela una visión idealista del género que, según nos dicen, está sujeta a la voluntad individual, a diferencia de todas las demás divisiones sociales.

Una y otra vez, encontramos un patrón similar. El movimiento trans sufre los ataques de los derechistas, los reaccionarios y las feministas, ataques que reafirman las leyes sociales rígidas e impermeables que regulan las relaciones de género. El movimiento pro trans reacciona a estos ataques buscando defender el derecho y la posibilidad de que los individuos cambien de género. Pero, al librar esta justa lucha, el movimiento se apoya en teorías idealistas respecto al género que simplemente alimentan la reacción y refuerzan el aislamiento de la población trans.

A esto le añaden una fuerte dosis de moralismo liberal: debes ser amable, tolerante, ilustrado, consciente de tus privilegios, etc., etc. Esta estrategia consiguió algunos éxitos mientras la burguesía más poderosa del mundo le hacía eco. Pero ahora que Estados Unidos se ha vuelto drásticamente contra el liberalismo, con Amazon, Facebook y J.P. Morgan deshaciéndose de sus programas de diversidad, equidad e inclusión (DEI) y su capitalismo woke, el movimiento trans quedó colgado de la brocha y enfrentando la hostilidad de todos los que están hartos de recibir sermones vacíos mientras sus vidas empeoran.

La razón por la que los marxistas debemos exponer la falsedad de las concepciones idealistas del movimiento LGB TQI+ es que éstas hacen completamente imposible organizar una verdadera resistencia en defensa de la población trans, y de todas las demás categorías de individuos sexualmente no conformistas. El movimiento trans no puede darse el lujo de aferrarse a los mitos y las ilusiones que lo han llevado a la posición expuesta y vulnerable en que se encuentra ahora. Más que nunca, es crucial que adopte un programa revolucionario y materialista para la liberación trans.

Parte tres: Un programa marxista para combatir la reacción

En su artículo de 1909, “La actitud del partido obrero respecto a la religión”, Lenin desarrolla el siguiente argumento:

“Ningún folleto educativo será capaz de desarraigar la religión entre las masas aplastadas por los trabajos forzados del régimen capitalista y que dependen de las fuerzas ciegas y destructivas del capitalismo, mientras dichas masas no aprendan ellas mismas a luchar unidas y organizadas, de modo sistemático y consciente, contra esa raíz de la religión, contra el dominio del capital en todas sus formas.

“¿Debe inferirse de esto que el folleto educativo antirreligioso es nocivo o superfluo? No. De esto se deduce otra cosa muy distinta. Se deduce que la propaganda ateísta de la socialdemocracia debe estar subordinada a su tarea fundamental: el desarrollo de la lucha de clase de las masas explotadas contra los explotadores”.

Este enfoque básico puede aplicarse cabalmente a las cuestiones relacionadas con la opresión trans. Es esencial que los marxistas argumentemos contra las concepciones atrasadas al seno de la clase obrera en torno a las cuestiones de relaciones de género, empezando por la opresión de la mujer. Pero ese trabajo debe estar fundado y guiado por la lucha de clases.

En otras palabras, lo que queremos los marxistas es que la línea política divisoria en la sociedad sea entre obreros y capitalistas, no entre posiciones pro trans y posiciones antitrans, o entre liberales woke y conservadores atrasados. Esto no significa enterrar la cuestión y adaptarse a los prejuicios atrasados, sino plantear la cuestión trans como una necesidad en el camino de los obreros hacia su propia emancipación. Aplicar este método y desarrollar un programa hacia la liberación trans no es tarea fácil, y menos en un periodo en el que la cuestión trans se ha vuelto tan controversial. Debe hacerse de manera concreta en cada país y cada lugar de trabajo, pero, como componentes básicos para la construcción de ese programa, proponemos los siguientes puntos clave:

1) Romper con los liberales

Debemos sacar las lecciones del desastroso curso que llevó a la población trans a la posición en que hoy se encuentra. La lección más clara y más obvia es que no se puede confiar en absoluto en los liberales como aliados. Los demócratas, el Partido Laborista británico, los partidos verdes, Die Linke: todos ellos han mostrado que, cuando la presión aumenta, abandonan a los oprimidos a su suerte. Es suicida contar con que se puede presionar a los liberales para que abanderen realmente los derechos LGBTQI+. Sus carreras en el establishment y sus apetitos capitalistas siempre tendrán prioridad por sobre sus supuestos valores.

Esto no significa que no podamos formar nunca alguna clase de bloque defensivo o participar en acciones conjuntas con los liberales. En un periodo de ofensiva derechista y ataques contra los derechos democráticos, semejantes alianzas bien podrían ser necesarias. Pero hay que entrar en ellas en el entendido de que los liberales son cobardes y traidores. En última instancia, el propósito de esa alianza debe ser arrancar a los activistas de base del liberalismo mostrándoles la justeza de la estrategia marxista. El propósito de esta alianza no debe ser liquidar el programa marxista para apaciguar a los liberales, que es lo que los marxistas pro trans han hecho una y otra vez.

2) Dejarse de simbolismos vacíos

La liberación trans es un acto material. Su progreso puede medirse en el grado en que los individuos pueden cambiar su género y por el grado en que las divisiones de género existen en absoluto en la sociedad. Las ideas y la conciencia cambiarán en proporción directa a los cambios en las instituciones y las relaciones sociales. No cambiarán mediante una campaña ideológica woke que regañe a la gente por lo que piensa o por cómo habla. Por supuesto, debemos educar a la gente y oponernos fuertemente a las actitudes atrasadas, incluyendo el referirse deliberadamente a las personas con el género que rechazan. Pero ése no puede ser el único ni el principal foco de la lucha. En vez de apuntar contra el lenguaje y los símbolos, la lucha debe enfocarse en defender los derechos y las condiciones materiales de la población trans contra la actual embestida reaccionaria.

3) Ninguna concesión a la moral burguesa

No es casual que la reacción contra la población trans se haya enfocado tan fuertemente en la cuestión de los niños trans. Según la moral tradicional, los niños son seres asexuales sin capacidad para tomar decisiones respecto a sus propias vidas y sus propios cuerpos. Por eso ha habido una campaña histérica contra los bloqueadores de la pubertad y todos los demás tratamientos de afirmación de género para todo aquel que sea legalmente menor de edad. Esta campaña ha logrado que se tache a las personas trans de degenerados sexuales y groomers, mientras que a sus partidarios en el campo de la medicina se les acusa de abuso infantil, de negligencia profesional e incluso de cometer “mutilaciones”.

Estos ataques vehementes y repugnantes ejercen una fuerte presión a sujetarse tanto como sea posible a las normas y los valores sexuales tradicionales. Por ejemplo, mucha gente que se dice pro trans concede que no debería permitirse que los niños hagan la transición antes de la mayoría de edad legal. Esto es un callejón sin salida. No es sólo que esas concesiones no hagan nada para atenuar la reacción, sino que abren la puerta a nuevos retrocesos en los derechos trans.

Las concesiones a la moral burguesa ponen al movimiento LGBTQI+ cuesta abajo. Conceder la más mínima limitación al derecho de cada individuo a decidir sobre su propio cuerpo y su propia sexualidad es minar el terreno bajo los pies del movimiento, concediéndole el poder de decidir a la familia, el estado y la religión —las mismas instituciones responsables de la opresión de los niños, las mujeres y la población trans—.

4) Voltear hacia las minorías religiosas oprimidas

Las minorías oprimidas, y en particular los musulmanes en Occidente, no son el primer lugar en el que muchos activistas trans esperarían encontrar aliados. Si bien los musulmanes practicantes son con frecuencia muy conservadores en cuestiones de sexualidad, también son, en muchos países, uno de los grupos más oprimidos y victimizados. Igual que la población trans, los musulmanes se hallan cada vez más aislados y en la mira del estado. A diferencia de los liberales, que están ocupados tratando de integrarse al nuevo statu quo conservador, a los musulmanes esta posibilidad les está vedada en general.

Hay una base objetiva para una alianza fundada en la defensa de los derechos democráticos básicos. Sin embargo, estas alianzas sólo serán posibles si, en vez de preocuparnos por el contenido de las cabezas de la gente, nos enfocamos en el interés común de ambos grupos. A su vez, participar en una lucha común haría mucho para cambiar las mentalidades en ambos lados.

5) Forjar unidad entre la liberación trans y la liberación de la mujer

Ningún conflicto ha sido tan nocivo para la lucha trans como el que ésta ha tenido con las feministas. Esto se debe en parte a las opiniones conservadoras y sectoralistas de muchas mujeres. Pero también tiene que ver con el modo en que el movimiento LGBTQI+ convencional ha impulsado el tema trans. Buscando romper la rígida barrera entre los géneros, el movimiento con frecuencia pisotea la sensibilidad de las mujeres. Por ejemplo, es estúpido argumentar que asociar la anatomía femenina y la menstruación con el concepto de mujer es por sí mismo excluyente de los hombres trans. Después de milenios de vivir una opresión asociada a sus cuerpos, es entendible que muchas mujeres reaccionen negativamente cuando se les dice que esa conexión ya no puede hacerse.

Además, creer que las personas trans pueden integrarse a los espacios exclusivos para mujeres sin causar serias tensiones sociales es hacer caso omiso de cuán profundamente arraigadas están la segregación y la opresión de género en la sociedad. No puede haber una solución perfecta a este problema bajo el capitalismo. La segregación de género estricta y basada en el sexo biológico no es una solución en absoluto; no sólo es totalmente impráctica, sino que también es opresiva y peligrosa para las personas trans. A las personas trans se les debe permitir el acceso a las instalaciones del género de su elección. Pero también deben tomarse medidas para tener en cuenta las opiniones conservadoras y minimizar el choque de valores.

Las soluciones generalmente pasan por aumentar los recursos, de tal manera que beneficien tanto a las personas trans como a las mujeres en general. Una solución obvia al conflicto en torno a si las mujeres trans deben tener acceso a albergues para mujeres es construir más albergues, para que se les permita el acceso a las mujeres trans y para que también haya opciones de estricta segregación biológica para las mujeres que lo deseen.

Si bien, en el presente, la defensa de las mujeres es el principal garrote que se usa para golpear a la población trans, la actual reacción derechista también está dirigida contra las mujeres. Las condiciones de las mujeres, de la población LGBTQI+ y de los obreros son en última instancia inseparables. Todos ellos tienen un interés en unirse a una lucha defensiva común y, más ampliamente, en luchar por la liberación de las mujeres, de los trans y de la clase obrera.

6) El proletariado es la fuerza decisiva

La clase obrera es la única que puede defender decisivamente los derechos trans. Y no porque sea el sector de la sociedad con la mentalidad más liberal —no lo es— sino porque tiene un interés de clase directo en derrocar al capitalismo y establecer una sociedad sin clases en la cual no haya necesidad de opresión de género.

Para forjar una alianza con los obreros, las personas trans no necesitan abandonar la lucha contra su propia opresión. Esta opresión —como la de los gays, las lesbianas, las mujeres y las minorías raciales— divide y debilita a la clase obrera. Sólo luchando por la liberación de todos los grupos oprimidos de la sociedad puede darse la unidad. Esto no es cursilería liberal. El cemento que puede unir a estos grupos es la lucha de clases.

Éste no es un proceso automático. Las diversas causas deben fusionarse conscientemente. Pero la lucha de clases, a través de sus propias leyes y dinámicas, aporta el espacio necesario para que este proceso tenga lugar. La lucha conjunta por un interés común es la precondición para superar el atraso social. No hay que poner precondiciones para la participación en tales luchas. Por ejemplo, sería totalmente reaccionario abstenerse de una huelga porque los obreros expresan opiniones atrasadas respecto a la cuestión trans. Por el contrario, debe mostrarse en el curso del conflicto que los derechos trans están conectados a los de los obreros. Eso ayudará a cambiar las opiniones atrasadas.

Debemos tener en mente que el movimiento trans no está unificado. Si bien todas las personas trans son oprimidas, no comparten un interés común. Por eso, es esencial que los activistas trans pongan los intereses de la clase obrera por encima de todo. Por ejemplo, deben mantenerse al margen de las políticas empresariales DEI como medio para defender sus derechos.

El movimiento trans debe buscar, tanto como sea posible, combinar su propia lucha con la de la clase obrera. Una manera obvia de hacerlo es la lucha por la atención médica, que en todo el mundo es una cuestión candente. La crisis de la atención médica va de la mano con los ataques a los tratamientos de afirmación de género y a los derechos reproductivos. Sobra decir que luchar por una mejor atención médica beneficiará a las personas trans. Pero hacer de la atención a los trans un tema central de la lucha por atención médica también puede galvanizar al movimiento, llevando a miles de personas trans y a sus familias a participar en un movimiento más amplio.

7) Olvidarse del gradualismo

La reforma gradual del capitalismo siempre fue un callejón sin salida, tanto para la población trans como para todos los demás grupos que sufren opresión sexual. No importa cuánto se avance temporalmente en la erosión de las estrictas normas de género, esto siempre irá contra los fundamentos del dominio capitalista: la familia, el estado y la búsqueda de ganacias. El periodo de relativo progreso de la población LGBTQI+ en Occidente ya terminó, y el único pronóstico para el futuro próximo es el aumento en el conservadurismo social. La reforma gradual es una perspectiva estéril. Sólo la lucha revolucionaria ofrece una vía para combatir la opresión creciente y para marchar hacia la liberación definitiva.

8) Construir un partido revolucionario internacional

En los últimos años, la lucha por la liberación trans se ha centrado mayormente en el mundo occidental. Sin embargo, la liberación trans y la lucha más amplia contra la opresión de género son luchas internacionales. En ninguna parte es esta opresión más severa que en los países oprimidos por el imperialismo. Y no hay un suelo que sea más fértil para la potencia revolucionaria que entre las mujeres obreras de esos países.

Para hacer la conexión entre el movimiento trans en Occidente y la lucha internacional contra la opresión imperialista se requiere un partido revolucionario internacional. Sólo con ese vehículo podrán fusionarse todas las luchas contra los distintos tipos de opresión. Para construir un partido así, hay que sacar las lecciones políticas de los fracasos del pasado y entender cómo el liberalismo de las últimas décadas no sólo desvió al movimiento trans de su objetivo, sino que dejó a la izquierda revolucionaria más dividida y débil que nunca. Dado que el mundo se está haciendo más reaccionario cada día, no podemos perder tiempo en debates esotéricos y sutilezas sectarias: ¡Adelante hacia una IV Internacional reforjada!


Sin duda este artículo no hace más que empezar a enfocar de un modo marxista las diversas cuestiones científicas, las complejidades sociales y las tareas políticas que enfrenta el movimiento transgénero. Queda mucho por hacer. Sin embargo, esperamos que nuestra contribución pueda provocar un debate más amplio y llevar claridad política a la izquierda radical y al movimiento LGBTQI+.