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“Frente a las incertidumbres externas, China perseverará en ‘estrechar las manos’ en lugar de ‘lanzar puñetazos’, en ‘derribar muros’ en vez de ‘levantar barreras’...”
—Portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores, 15 de abril de 2025
El siguiente memorándum, redactado por el camarada Qimin, fue aprobado en el pleno de abril del Comité Ejecutivo Internacional de la LCI.
Desde los liberales del Palacio del Elíseo hasta los estalinistas de Zhongnanhai han convergido en un frente unido temporal de indignación contra Trump. El régimen de Xi Jinping proclamó que “luchará hasta el final” contra “Míster Aranceles”. Pero para el Partido Comunista de China (PCCh), se trata de defender todo su modelo de crecimiento, que dependía y estaba supeditado al sistema económico mundial dominado por Estados Unidos. Como dijo Martin Wolf en el Financial Times (1° de abril): “En el mundo actual, Estados Unidos es una potencia revolucionaria —más exactamente, reaccionaria—, mientras que la China supuestamente comunista es una potencia del statu quo”. De hecho, los rápidos contraaranceles de China han tenido como objetivo defender el moribundo orden liberal mundial.
Después del llamado Día de la Liberación, la tierra de fantasía en la que vive el PCCh quedó en evidencia: el caos de Trump supuestamente empujaría gradual y pacíficamente a otros países a los brazos de China. Es probable que durante algún tiempo haya algo de ruido diplomático, y tal vez algunos países puedan acercarse a la órbita de China. Pero el cerco imperialista de Trump obligará a la gran mayoría de los estados dominados por EE.UU. a doblegarse ante sus demandas de una alianza antichina.
La izquierda cree que la República Popular China (RPCh) es una potencia imperialista en ascenso o bien que es la punta de lanza del antiimperialismo. Ambas caracterizaciones son fundamentalmente erróneas, ya que suponen que el PCCh procura subvertir el orden estadounidense. En el fondo, lo que caracteriza a los gobernantes de China es su burocratismo conservador. La presión de los imperialistas empuja al PCCh a defender al estado obrero a su propia manera desfigurada. Sin embargo, su objetivo global no es romper y sustituir el orden mundial estadounidense, sino seguir siendo el número dos.
Parafraseando a Gramsci, mientras el viejo mundo se muere y el nuevo lucha por nacer, en ese claroscuro surgen los monstruos. Hoy esto aplica precisamente porque el desmoronamiento del orden mundial estadounidense está creando un vacío de poder que los burócratas estalinistas septuagenarios del PCCh no están dispuestos a llenar. Su negativa a luchar por un orden socialista mundial exacerba las condiciones para la crisis en China y en todo el Sur Global. Hoy en día, ningún país, aparte de China, puede suplan tar al imperio estadounidense. Por eso, a pesar de la putrefacción de la industria estadounidense, el resto del mundo sigue plegándose a los dictados de Washington y Wall Street.
Independientemente de lo que China quiera, el viejo modelo de integración en la globalización liderada por Estados Unidos no puede continuar cuando Trump y compañía lo están despedazando. No importa cuántos multimillonarios convoque Xi Jinping a Beijing, los imperialistas están ahora decididos a estrangular a la República Popular, incluso si esto significa que ya no puedan aprovecharse de la mano de obra barata china. Pero, ¿qué está haciendo el PCCh? Seguir con el mismo viejo modelo de exportaciones, que ha llevado a los trabajadores y a los jóvenes a enfrentarse a recortes salariales y a un desempleo galopante. La RPCh sigue dependiendo principalmente del dólar para comerciar, manteniendo la economía en calidad de rehén de Wall Street y la Reserva Federal. Como resultado de las luchas burocráticas internas por privilegios mezquinos, los enormes desequilibrios de la economía quedan sin resolverse, dejando a los trabajadores de las fábricas sin cobrar sus salarios durante meses. Para satisfacer a los imperialistas, se permite a los capitalistas nacionales obtener beneficios gigantescos en necesidades como la atención médica, la educación y la vivienda.
Wang Yi, ministro de Relaciones Exteriores de China, reafirmó recientemente la máxima del PCCh de que “la globalización económica es irreversible” (Xinhua, 24 de febrero). Se trata de una visión objetivista de la historia, según la cual la división mundial del trabajo y la producción simplemente crecerán con el paso del tiempo. Se supone que la prosperidad y la paz se derivan de esta configuración racional. Lo que el PCCh niega es que la hegemonía estadounidense era la condición esencial para la expansión de la economía global, con la armada estadounidense en control de los océanos del mundo. La visión del PCCh encubre la decadencia del imperialismo como obstáculo para la internacionalización de las fuerzas productivas y rechaza así la lucha contra el imperialismo.
Esta negativa a reconocer la realidad de la globalización liderada por Estados Unidos tiene graves consecuencias estratégicas para China. Por ejemplo, el PCCh se aferra a la ilusión de que la Unión Europea podría convertirse en un polo geopolíticamente autónomo. Se supone que los problemas económicos de China derivados de la presión arancelaria de Estados Unidos se resolverán mediante el comercio con el continente europeo, como si Europa no dependiera de Estados Unidos y no estuviera alineada con éste. Las “grandes” potencias del continente dependen de Estados Unidos para los rescates financieros cuando se producen recesiones, y sus ejércitos no pueden luchar más de un par de semanas sin la ayuda estadounidense. Además, los imperialistas europeos (así como los capitalistas nacionales del Sur Global) no quieren que un estado obrero se convierta en el arquitecto de un orden alternativo.
Las ilusiones pacifistas del PCCh en el orden mundial se derivan directamente de su naturaleza de casta burocrática. Xi Jinping y su pandilla procuran proteger su dominio parasitario sobre la República Popular y su economía controlada por el estado. Sin la lucha de clases como brújula que guíe sus acciones, y abrazando el “socialismo en un solo país”, la burocracia sólo puede buscar acomodarse al imperialismo mundial. Incluso cuando la burocracia es empujada a la confrontación, su estrecha perspectiva nacional la lleva a buscar acuerdos con los imperialistas a expensas de la lucha antiimperialista mundial. En última instancia, dado que rechazan el objetivo del socialismo internacional, la burocracia sólo puede aferrarse a la ilusión de la “coexistencia pacífica”. El quid de la cuestión es que los capitalistas no consideran posible la coexistencia pacífica con un estado obrero.
No hay duda de que los estalinistas chinos se están viendo obligados a adoptar una postura más beligerante frente a los imperialistas estadounidenses. Pero lo que les impulsa es la defensa de sus propios privilegios. Un giro a la izquierda se llevará a cabo de manera represiva y burocrática, lo que socavará la defensa del estado obrero. En lugar de ver a los obreros y los campesinos de China como enemigos potenciales que hay que vigilar y controlar, los auténticos comunistas aspirarían a liberar el potencial de las masas en la lucha contra el imperialismo.
Sin una perspectiva de socialismo global, China puede quedar aislada. Los maoístas nacionalistas argumentan que esto no sería un problema porque la China actual no es la China tecnológicamente atrasada del Gran Salto Adelante. Pero ni siquiera la Unión Soviética de Brezhnev, que había alcanzado la paridad militar con Estados Unidos, pudo romper el cerco imperialista. Desde la URSS de Brezhnev hasta la China de Xi, sin un plan elaborado sobre la base de la democracia soviética, el mando burocrático refrena los avances en la tecnología y en el nivel de vida de las masas. Incluso ahora, los planes del PCCh para automatizar la producción están poniendo en peligro millones de puestos de trabajo en el sector manufacturero.
El statu quo no es sostenible. Actuar contra los imperialistas implicaría también tomar medidas drásticas contra los capitalistas chinos. Esto podría ser explosivo dentro de la propia burocracia, ya que muchos tienen vínculos materiales con esa clase. Cambiar radicalmente de rumbo también provocaría conmociones que harían surgir el espectro de un levantamiento de masas. En última instancia, los estalinistas no pueden proporcionar un camino hacia delante para China, independientemente de la cara que presenten. Un programa revolucionario internacionalista es la única salida para un estado obrero asediado. Ésta es la lección que hay que aprender de la destrucción de la Unión Soviética. A fin de cuentas, las únicas opciones para China son la revolución política o la contrarrevolución social. La autarquía estalinista sólo retrasará lo inevitable.
Conflictos mundiales
En la actualidad, China es la principal potencia industrial del mundo. Su capacidad de construcción naval es 232 veces superior a la de Estados Unidos. Sin embargo, en comparación con su poderío económico y militar, la influencia real de China en los acontecimientos mundiales es minúscula. El Ejército Popular de Liberación (EPL) no aparece en los principales conflictos mundiales.
La OTAN acusa a China de ayudar a Rusia en su guerra en Ucrania con tecnología de uso militar. La realidad es que China no ha enviado ni un solo proyectil. Ha apuntalado económicamente a Rusia, aprovechando las sanciones para conseguir gas barato (e inundando Moscú de coches). Pero el comercio no es lo mismo que la ayuda militar directa, la cual ha recibido por montones de EE.UU. la Ucrania de Zelensky. Como dijo el representante de China ante el Consejo de Seguridad de la ONU al referirse a la duración de la guerra: “Si China hubiera proporcionado realmente suministros militares a Rusia, la situación en el campo de batalla no estaría donde se encuentra ahora” (un.china-mission.gov.cn, 16 de enero).
Lo mismo puede decirse del genocidio de Israel en Gaza. A diferencia de la ayuda militar soviética a los palestinos, los misiles del EPL no están en manos de Hamás o Hezbolá. En su lugar, sólo hay llamados a retomar el “derecho internacional”. La falta de compromiso de China en el conflicto palestino refuta tanto las afirmaciones de que China es una potencia imperialista como las de que el PCCh es una fuerza antiimperialista. Si cualquiera de estas afirmaciones fuera cierta, China estaría interviniendo enérgicamente para asestar un golpe a los estadounidenses. Bajo una dirección internacionalista revolucionaria, la República Popular se propondría forjar una alianza antiimperialista con los trabajadores y los oprimidos del Sur Global. Combatientes palestinos con misiles Dongfeng y enjambres de drones asestando un golpe a los imperialistas en el Medio Oriente no sólo harían avanzar la liberación de la región, sino que también restringirían la capacidad de los imperialistas de estrangular a China mediante una concentración militar en la primera cadena de islas.
Taiwán
Luego está Taiwán. Los imperialistas han hecho innumerables proyecciones sobre cuándo y cómo podría tener lugar una guerra. Para Estados Unidos, Taiwán es una pieza de ajedrez demasiado valiosa como para renunciar a ella sin más. Militarmente, es un portaaviones insumergible justo al lado del continente. Económicamente, es donde se fabrican la mayoría de los dispositivos semiconductores avanzados. Y de manera más importante está la utilidad política de Taiwán: tanto como ejemplo de “democracia liberal” china, con la cual arremeter contra los estalinistas, así como una trampa para una invasión del EPL que podría hacer añicos a la frágil burocracia y abrir el camino a la contrarrevolución.
En cuanto al PCCh, éste no quiere cruzar ninguna línea roja sobre Taiwán en la medida en que quiere hacer crecer la economía china dentro del orden estadounidense. Pero si Beijing es expulsado del orden estadounidense (a pesar de los deseos del PCCh), entonces la perspectiva de una guerra por Taiwán podría aumentar. Una grave recesión económica también podría hacer de la guerra una opción atractiva para el régimen. Sin embargo, la reunificación armada bajo su esquema de “un país, dos sistemas” significaría tratar de conquistar Taiwán con un programa que aliena al proletariado y mantiene el capitalismo, maximizando así la oposición a la RPCh. En cambio, los trotskistas aspirarían a una reunificación revolucionaria extendiendo la revolución social a Taiwán, con una expansión de las libertades democráticas para la clase obrera, y una revolución política en la China continental, mediante la cual los trabajadores tomarían las riendas del poder.
En línea con la beligerancia de Trump, la burguesía títere taiwanesa está subiendo la apuesta mediante la deportación de influencers favorables a la unificación. También ha acordado construir múltiples fábricas de circuitos integrados en EE.UU. Los trabajadores de Taiwán temen claramente la guerra y, por lo tanto, desean mantener el statu quo. Sin embargo, este statu quo está siendo destrozado por los amos imperiales de la isla. Esto hace que la lucha contra el imperialismo estadounidense sea la tarea candente, la cual no puede ser dirigida ni por los partidos capitalistas de Taiwán ni por los estalinistas, que quieren mantener el capitalismo y, por tanto, buscan alianzas con la burguesía de la isla. Sólo una lucha revolucionaria proletaria contra la dominación estadounidense podría movilizar a las masas trabajadoras. Ésta sería también la salvaguarda más efectiva para la paz en el estrecho de Taiwán: si se echa a los estadounidenses, habría menos motivos para que el EPL invadiera.
Comercio mundial
Toda la estrategia de desarrollo del Partido Comunista de China se ha basado en las exportaciones, ya fueran zapatos deportivos Nike en la década de 1990 o coches eléctricos de fabricación nacional en la actualidad. Esto ha supuesto la integración y la participación en el comercio mundial a través del dólar. Durante muchas décadas, los dólares obtenidos por las exportadoras chinas se han reciclado en el Tesoro estadounidense, financiando la expansión de EE.UU. alimentada por la deuda mediante la extorsión de la clase obrera china. Simultáneamente, esto permitió a los capitalistas estadounidenses vaciar la industria y debilitar al proletariado estadounidense sin el correspondiente colapso de los niveles de vida.
A diferencia de lo que afirma Xi Jinping, el comercio de China con EE.UU. no ha sido “mutuamente beneficioso y bueno para todos”. En China, se han dedicado ingentes recursos económicos a la exportación y no al consumo, de modo que 900 millones de personas viven con menos de 3 mil yuanes al mes (unos 412 dólares estadounidenses). La obstinación con este modelo, incluso tratándose de productos de alta tecnología, significa que la economía china es más vulnerable a los aranceles que la del imperialismo estadounidense.
Desde 2013, la burocracia bajo Xi Jinping ha intentado conscientemente alejarse de esta dependencia del dólar estadounidense. Llegó la “Iniciativa de la Franja y la Ruta” (IFR) y la “internacionalización del renminbi”. En lugar de comprar más bonos del Tesoro estadounidense, China utilizaría dólares para construir infraestructura en el extranjero y empujaría a otros a comerciar con el yuan. El problema es que sin una ruptura política y económica con los imperialistas, esto equivale simplemente a intercambios de dólares con pasos adicionales.
El control estatal del yuan, aunque es una herramienta importante para que China proteja su economía, también significa que comerciar en el extranjero con él es esencialmente un trueque bilateral. El yuan sigue estando en gran medida vinculado al dólar para mantener el flujo de las exportaciones y garantizar que China sea un factor estabilizador en el orden estadounidense. De hecho, mientras los países del BRICS lanzan bravatas sobre la “desdolarización”, todas sus monedas dependen del dólar. En su lugar, la República Popular debería establecer una moneda convertible respaldada por algo con valor real, como el oro, que le diera circulación mundial. Para evitar una posible fuga de capitales de China, se debería expropiar la riqueza de los capitalistas nacionales bajo control obrero. La creación de la base para un sistema de comercio mundial alternativo, basado en los intereses del proletariado internacional y en el que los intercambios globales se produzcan al margen del dólar, socavaría directamente al imperialismo estadounidense.
Tal ruptura con la hegemonía estadounidense requiere derrotar el programa del “socialismo en un solo país” de la burocracia del PCCh. Lo que se plantea no es un retorno a la pobreza autárquica del período maoísta, sino una lucha por la extensión internacional de la revolución social. Con esto no queremos decir que China deba exportar militarmente la revolución, sino que su política comercial y exterior debe actuar en interés del proletariado internacional, la mejor manera de proteger a la República Popular.
En cambio, muchos de los proyectos de la Franja y la Ruta se construyeron con trabajadores chinos importados, a menudo en detrimento de la clase obrera local. Allí donde no se excluye a los trabajadores locales, las operaciones de la IFR en el extranjero van de la mano con campañas antisindicales. Esto inflama las tensiones nacionalistas en el Sur Global contra China y hace mucho más difícil demostrar a los trabajadores que la defensa de la RPCh está en su propio interés.
Los planes de desarrollo deben elaborarse en interés de la clase obrera mundial. Ahora mismo, el torrente de exportaciones de China está provocando desindustrialización a lo largo del Sur Global. Miles de trabajadores sudafricanos del acero están en peligro de ser despedidos no sólo por las amenazas arancelarias de Estados Unidos, sino también por la sobrecapacidad de China. En su lugar, las cuotas de producción deberían determinarse bajo el control conjunto de los trabajadores de ambos países. En lugar de excluir a los trabajadores locales, los fabricantes chinos que se trasladen al extranjero deberían estar bajo el control de la RPCh, con trabajadores locales contratados en condiciones sindicalizadas. Pagar a estos trabajadores un salario digno socavaría por completo a los imperialistas, cuyo modus operandi entero consiste en pagar salarios de hambre, y le ganaría a la República Popular millones de defensores incondicionales.
Si estuvieran al mando auténticos bolcheviques, los trabajadores de las fábricas chinas en el extranjero recibirían formación política con el objetivo de fomentar la lucha proletaria antiimperialista. Ante los intentos de los imperialistas por expulsar a China del Sur Global, la República Popular debería confiar en los trabajadores en lugar de en las pérfidas y débiles burguesías locales para defender sus fábricas. Además, industrializar el Sur Global sacaría a miles de millones de personas de la pobreza al tiempo que impulsaría el consumo y el nivel de vida en China.
Estancamiento económico
La aguda sensación de crisis en China resulta del hecho de que el régimen redobla la apuesta por el viejo modelo económico mientras los estadounidenses lo arrojan al precipicio. Esto explica el juego de las sillas cada vez más rápido dentro del Comité Central, así como las “medidas disciplinarias” aplicadas a los ministros de Defensa, Agricultura y Tecnología. Además, una recesión económica mundial daría a los imperialistas estadounidenses la oportunidad de aumentar masivamente las sanciones contra China. Interrumpir las importaciones baratas chinas va de la mano con el intento de los imperialistas de reindustrializar Occidente.
Una desaceleración importante de la economía mundial supondría un enorme choque económico para China. Pero la burocracia no puede permitirse millones de trabajadores desempleados, quienes podrían amenazar con otro Tiananmen en 1989. La economía quedaría en una situación similar a la de un zombi, con fábricas improductivas que seguirían funcionando para mantener el empleo. Como dice el viejo chiste soviético, “ellos fingen que nos pagan y nosotros fingimos que trabajamos” (aunque en China sea 72 horas a la semana). Incluso ahora, las industrias estatales que producen acero de baja calidad se han mantenido en funcionamiento a pesar del colapso del sector de la construcción. Un estancamiento semejante al ocurrido bajo Brezhnev haría retroceder mucho a China en la carrera tecnológica contra Occidente. Éste ya es el caso del inactivo sector inmobiliario, donde los precios se estabilizan gracias a las empresas inmobiliarias estatales que compran terrenos en subastas patrocinadas por el estado. Los jóvenes hablan de que el régimen ya está jugando “minutos basura”.
La economía depende cada vez más del sector estatal. La inversión extranjera se ha reducido drásticamente, mientras que gigantescas cantidades de crédito estatal se destinan a fábricas de páneles solares y vehículos eléctricos. Obviamente, esto tiene un elemento enormemente progresista. La electrificación y la automatización masivas podrían suponer un aumento significativo del nivel de vida y una rápida reducción de la jornada laboral. Los recursos podrían volcarse a las necesidades sociales para conquistar las “montañas” de la atención médica, la educación y, cada vez más, la atención a la tercera edad.
Pero el gobierno de los parásitos del PCCh distorsiona la planificación económica e impide a los trabajadores disfrutar de los frutos de su trabajo. Las granjas solares permanecieron desconectadas de la red eléctrica durante años mientras los mezquinos burócratas provinciales preferían construir plantas que quemaban carbón local. Se pueden producir 20 millones de coches eléctricos al año, pero el trabajador promedio a duras penas puede pagar uno. La economía estatal debe ponerse bajo el control de un gobierno obrero, actuando en interés de las masas y no de los burócratas.
La casta burocrática paraliza su propia capacidad de planificación eliminando u oscureciendo los datos económicos. Este pogromo contra las estadísticas se comete para que los arribistas puedan falsificar cifras, ascender y ocultar cuánta producción se desvía para su interés privado. Mientras tanto, Beijing sigue exigiendo un ritmo de crecimiento ultraelevado, que da prestigio y legitimidad a los burócratas. Esto significa continuar con la obscena sobrecapacidad y el despilfarro de la producción, para alcanzar una meta predeterminada del PIB. Hay que reducir el ritmo de inversión en exportaciones. La sobrecapacidad debe reorientarse hacia otras necesidades sociales, así como para reducir drásticamente los precios y permitir que los trabajadores vivan mejor.
Para que la República Popular pueda capear la desintegración del orden mundial estadounidense, el “socialismo con características chinas” del PCCh debe ser barrido. Durante los últimos 40 años, este pacto con el diablo parecía haber traído un inmenso éxito a la economía china. La realidad es que apuntaló el decadente orden estadounidense, permitiendo a los imperialistas gastar por encima de sus posibilidades mediante la esclavización del proletariado mundial. Ahora los demonios de Washington rechazan este acuerdo. Pero los burócratas de Beijing son tan obtusos que creen que su estrategia de básicamente no hacer nada está ganando (¡!). No. La economía china es mucho más vulnerable al estrangulamiento imperialista que al revés. La tarea de los revolucionarios es asegurar que la República Popular minimice su vulnerabilidad en las crisis venideras extendiendo las fuerzas del socialismo en la arena mundial. No hay tiempo que perder.