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Argentina se enfrenta a una crisis económica devastadora que está destruyendo rápidamente el nivel de vida de la mayoría de las capas de la población. Con una hiperinflación galopante (que alcanzó una tasa anual del 287 por ciento en marzo) y la economía en ruinas, el gobierno derechista de Javier Milei, elegido en noviembre de 2023, prometió aplicar su “plan motosierra” neoliberal, inspirándose explícitamente en la política económica de Margaret Thatcher. Se ha alineado totalmente con la política exterior estadounidense y se ha comprometido sin reservas a pagar miles de millones de dólares de deuda al FMI y a otros acreedores imperialistas. Para satisfacer a estos buitres, Milei está imponiendo una austeridad drástica: recortes en el presupuesto para las provincias, la educación, la jubilación y los servicios sociales; eliminación de subsidios; despidos masivos y amenaza de vender grandes franjas de los recursos y servicios del país a empresas extranjeras.
Al otro lado de esta guerra de clases está la poderosa clase obrera. Para abrir plenamente el país al saqueo imperialista, la burguesía argentina necesita quebrar la resistencia de los trabajadores. Desde la elección de Milei, ha habido una serie de grandes manifestaciones, huelgas parciales y dos paros nacionales de un día convocados por las centrales sindicales CGT y CTA. Todo ello ha demostrado que existe voluntad de lucha. Sin embargo, no se ha conseguido frenar los ataques de Milei y no se está organizando ninguna forma de lucha que mantenga la presión sobre el gobierno. Milei ha logrado que su reaccionaria Ley de Bases sea aprobada por el Congreso, obteniendo el visto bueno de sus amos imperialistas. Esta ley incluye medidas para privatizar empresas estatales, restringir el derecho de huelga, desmantelar los contratos permanentes en favor del trabajo temporal y precario y recortar drásticamente el seguro por desempleo. Mientras tanto, la represión se intensifica, con ataques tanto a los sindicatos como a las organizaciones de izquierda y nuevas leyes como el protocolo antipiquetes.
¿Por qué no han tenido efecto las luchas parciales de los últimos meses? El grueso de la clase obrera argentina está bajo la dirección de los peronistas nacionalistas burgueses, que han demostrado claramente que no tienen ninguna intención de luchar seriamente contra el gobierno y están traicionando abiertamente los intereses de los trabajadores. Aunque se opone a los peores ataques de Milei, la burocracia sindical predica el “diálogo social” con el gobierno y el respeto al proceso parlamentario. Dado que los burócratas parten de la premisa de que el poder debe seguir en manos de los capitalistas y que hay que satisfacer las exigencias imperialistas, lo que pretenden negociar es cuánto tendrán que ceder los trabajadores. Se movilizan tras el lema “La Patria no se vende”, que expresa la legítima rabia por la deuda imperialista y la venta de los recursos e industrias nacionales de Argentina a empresas extranjeras. Sin embargo, los peronistas no tienen ningún programa para combatir al imperialismo, como lo han demostrado cada vez que están en el gobierno (ver volante, p. 7).
Resolver los problemas económicos de Argentina requerirá atacar tanto la propiedad privada como los intereses de los imperialistas, lo cual amenazaría directamente los propios intereses de la burguesía argentina. Los peronistas defienden esos intereses y, por lo tanto, se opondrán a cualquier estrategia, a cualquier método de lucha de clases capaz de derrotar a la burguesía, y en su lugar buscan un compromiso ilusorio entre el trabajo y el capital. Es debido a este programa que la CGT ha organizado los paros de tal forma que causen la menor perturbación posible (con semanas o meses de diferencia, a menudo sólo durante unas horas) y que no provoquen una crisis mayor que obligue al gobierno a retroceder. Toda su perspectiva es esperar a las próximas elecciones con la esperanza de conseguir un nuevo gobierno peronista. Esto simplemente perpetuaría el ciclo de gobiernos peronistas y neoliberales que administran el saqueo imperialista del país, que llevó a la victoria de Milei en primer lugar.
A la izquierda de los peronistas se encuentra el mayor movimiento de autoproclamados trotskistas del mundo. La mayoría está organizada en el FIT-U (Frente de Izquierda y de Trabajadores-Unidad), una alianza electoral de cuatro organizaciones que cuentan con decenas de miles de partidarios: el Partido Obrero (PO), el Movimiento Socialista de los Trabajadores (MST), el Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS) e Izquierda Socialista. También hay decenas de grupos trotskistas más pequeños, además de diversos maoístas. Como señaló el MST en su reciente conferencia:
Ésta es una muy buena pregunta.
¿Una marea de lucha creciente?
La respuesta empieza con la forma en que la izquierda ve el estado actual de la lucha contra Milei. Durante meses después de la elección de éste, la izquierda pintó el escenario optimista de un gobierno contra las cuerdas —paralizado por disputas internas e incapaz de conseguir que su primera Ley Ómnibus fuera aprobada en el Congreso— mientras exageraba el tamaño de las movilizaciones en su contra. Algunos partidos del FIT-U han moderado su optimismo desde que se votó la Ley de Bases, pero su método sigue siendo presentar la situación como una marea de lucha creciente. Según esta lógica, los ataques de Milei impulsarán automáticamente a capas cada vez mayores a unirse a la lucha, y ésta aumentará progresivamente gracias a una tradición de organización democrática de bases. Sin un papel decisivo que desempeñar hoy, la tarea de los trotskistas pasa a ser simplemente apoyar las luchas existentes, presionar a las direcciones actuales para que las intensifiquen, convocar asambleas y esperar a que suba la marea.
Sin embargo, la realidad demuestra que la lucha se encuentra en un peligroso estado de estancamiento. Está claro que la estrategia de convocar un paro nacional de un día cada tres meses no supone una amenaza real para el gobierno. Las huelgas más pequeñas y aisladas se levantan a menudo sin ninguna oferta decente sobre la mesa. El 23 de abril, un millón de personas salieron a la calle para protestar contra los drásticos recortes que amenazan con el cierre de las universidades. La izquierda lo saludó como un gran movimiento. Pero al día siguiente, todo el mundo estaba de vuelta en la escuela. La protesta no dio lugar a un movimiento estudiantil contra Milei y no se han convocado movilizaciones nacionales para darle continuidad. Los maestros hicieron una huelga de dos días en junio, pero como el gobierno liberó fondos limitados para mantener las universidades funcionando unos meses más, no se está organizando ninguna otra acción. Los ataques a las universidades no han sido derrotados y la izquierda no tiene ninguna propuesta sobre qué hacer a continuación, más allá de vagos llamamientos a asambleas y planes de lucha. Cada día que pasa, el gobierno se consolida más. Si no hay un camino claro hacia delante, se corre el riesgo de que la apatía y la desmoralización se generalicen y que la clase obrera enfrente una derrota histórica.
La tarea urgente para los trotskistas en Argentina es hacer que los trabajadores rompan con los peronistas. Si esto no se logra, no habrá victoria contra Milei, y mucho menos una revolución socialista. Las luchas recientes han demostrado que la clase obrera sigue abrumadoramente a la dirección actual de las centrales sindicales. Cuando la burocracia sindical convoca un paro nacional, su llamado es ampliamente acatado y efectivamente se paraliza el país. Por otro lado, cuando los sindicatos se niegan a convocar manifestaciones, como cuando se debatía la Ley de Bases en el Senado, las protestas se limitan a la izquierda, sin una participación significativa de la clase obrera organizada.
Para romper la influencia de los peronistas, la izquierda debe ofrecer una alternativa genuina a la subordinación nacional irrestricta que ofrece Milei, un camino que fusione el justo anhelo de liberación nacional de la opresión imperialista con la lucha por la liberación social. Lo que se plantea a quemarropa es la necesidad de repudiar las traiciones de la dirección sindical y unificar a todos los sectores de los oprimidos detrás del poder de la clase obrera industrial, bajo una dirección dispuesta a enfrentar tanto a los gobernantes nacionales como a los imperialistas que están detrás de ellos.
Aunque los partidos del FIT-U son muy capaces de denunciar las traiciones de la burocracia, su principal crítica es simplemente que los dirigentes sindicales no son suficientemente combativos. Por ejemplo, en la única protesta en Buenos Aires por el paro nacional del 9 de mayo, organizada por PO e Izquierda Socialista, ambas organizaciones propusieron continuar la lucha no contraponiendo una estrategia revolucionaria a la postración de la CGT ante el gobierno, ni con un plan para combatir la opresión imperialista, sino con un llamado a la CGT para que el próximo paro (en alguna fecha no especificada) sea de 36 horas en vez de 24 y para que organice una manifestación ese día. Concluyeron con un llamado a esta dirección sindical, que no tiene ninguna intención de luchar, para que presente un...“plan de lucha”. Esto equivalió a presionar a la burocracia para que fuera un poco más radical sobre la base de su programa existente, totalmente derrotista, un camino que llevará a la ruina.
Contra el boicot sectario a los sindicatos
Al mismo tiempo, la izquierda aprovecha las muy reales traiciones de la burocracia para plantear una perspectiva sectaria, llamando a organizarse “independientemente”, es decir, al margen del grueso de la clase obrera. A los sindicatos dirigidos por peronistas, contraponen la lucha a través de organizaciones alternativas supuestamente independientes y más combativas: asambleas barriales, piqueteros, sindicatos combativos o “antiburocráticos” (generalmente una referencia a los dirigidos por trotskistas), autoconvocados, comités de acción, jubilados, movimientos sociales, etc. Obviamente, es importante organizar a esos sectores. Pero al contraponerlos a los sindicatos de la CGT y las CTA, la izquierda está esquivando el obstáculo fundamental de las burocracias sindicales en vez de luchar en la base de los sindicatos para remplazarlas por una dirección revolucionaria. Esto significa aceptar que es imposible ganar a la clase obrera en oposición a los peronistas.
Esta traición se expresó muy claramente el Primero de Mayo. Mientras que los sindicatos convocaron una manifestación a la que asistieron más de 300 mil trabajadores, la mayoría de la izquierda la boicoteó directamente (PTS, MST, los maoístas y muchos grupos trotskistas más pequeños) u organizó “columnas independientes” al margen de la manifestación que no se mezclaron con los trabajadores organizados por la CGT (PO, Izquierda Socialista).
El PTS descalificó la movilización de la CGT como un “acto testimonial” (laizquierdadiario.com, 1o de mayo), mientras que el MST llegó a calificarla de “marcha reaccionaria” (mst.org.ar, 2 de mayo). Otros grupos argumentaron que la CGT estaba totalmente desprestigiada y que no había ilusiones en ella, que los trabajadores que asistieron eran cómplices de las traiciones de sus dirigentes, que ir a esta manifestación sindical era una capitulación ante la burocracia, o incluso que ningún trabajador acudiría a ella. Basándose en que la dirección de los sindicatos está vendiendo a los trabajadores al gobierno —lo cual es cierto—, cada quien organizó sus propias actividades por separado. Esto significó dividir a la clase obrera y abandonar la lucha por la dirección de los sindicatos, dejando a los trabajadores que salieron a protestar contra los ataques de Milei en manos de los peronistas.
La LCI intervino tanto en la manifestación organizada por la CGT como en varias de las actividades trotskistas por separado. En los actos organizados por los partidos del FIT-U, sus diputados pronunciaron encendidos discursos contra el imperialismo, en defensa de Palestina y llamando a la revolución socialista. Pero toda esta oratoria carece de sentido si no va dirigida a hacer que la clase obrera rompa con sus dirigentes actuales. El que los socialistas vayan a otra ubicación y proclamen la necesidad de la revolución mientras se niegan a luchar dentro de los sindicatos contra una burocracia totalmente opuesta a tal perspectiva no convencerá a los trabajadores de abandonar a su dirigencia. Es necesario intervenir en los mismos sindicatos de la CGT y las CTA y participar en la lucha en los lugares de trabajo, planteando a cada paso lo que hay que hacer y vinculando las luchas cotidianas a una estrategia de combate contra el saqueo imperialista del país. Ello permitiría a los trabajadores poner a prueba a sus dirigentes en la acción y demostraría concretamente que se niegan a hacer lo necesario para ganar.
Los partidos del FIT-U llaman a un plan de lucha...hasta la huelga general. Por supuesto que esto se necesita. Pero huelga decir que ello no va a ocurrir sin la participación activa del grueso de la clase obrera industrial. Los llamados a la huelga general son vacuos sin una estrategia para sustituir a la dirección actual de los sindicatos por otra basada en un programa fundamentalmente distinto.
Los trotskistas argentinos deben cambiar urgentemente de curso y romper con su sectarismo. Los ataques de Milei amenazan con destruir muchas de las conquistas que constituyen la base del apoyo a los peronistas entre los oprimidos (nacionalizaciones, subsidios, programas sociales, etc.). El movimiento obrero, incluidos los que todavía apoyan a los peronistas, tiene un interés objetivo en derrotar estos ataques. La situación está madura para que los trotskistas llamen agresivamente a los sindicatos a una acción de frente único para defender las condiciones de vida básicas de los trabajadores. Esto haría avanzar la lucha y ayudaría a desenmascarar a sus actuales dirigentes. Como Trotsky motivó:
¡Por un gobierno del FIT-U, la CGT y las CTA!
Una de las razones por las que no hay más movilizaciones que mantengan la presión es que, aunque los obreros apoyan las reivindicaciones de cancelación de la deuda, de aumentos salariales ligados a la inflación y de oposición a las privatizaciones, no ven quién va a conseguirlo. Como señaló el MST en su conferencia: “Muchos trabajadores nos dicen: esto no va más. Pero también nos dicen ¿Pero si se va Milei, qué? Vuelven los del pasado”. Esto es cierto: una de las razones de la popularidad de Milei es que el anterior gobierno peronista era justamente odiado por llevar al país a la hiperinflación y al caos económico. El MST sostiene que el FIT-U tiene que contraponer una alternativa a los peronistas. Claro que tiene que hacerlo. Pero su solución es convocar un congreso con el objetivo de abrir el FIT-U a los “sectores combativos” y a los movimientos sociales, dejando una vez más a la dirección de los sindicatos sin desafío.
La mayor parte de la izquierda está de acuerdo en que deberíamos exigir el repudio de la deuda externa, la expropiación de los bancos y la nacionalización de la industria. De hecho, ellos también hacen estos llamados. Pero para realmente llevar esto a cabo y proporcionar una alternativa a los callejones sin salida de un gobierno neoliberal o un retorno a los odiados peronistas, es necesario tener una perspectiva de lucha política por el poder obrero. Esto es exactamente lo que no tienen ni la burocracia sindical ni los trotskistas. El volante de la LCI del 7 de mayo sobre Argentina (ver p. 9) motiva la necesidad de un plan de lucha concreto que aborde los principales problemas que enfrenta actualmente la población y lo vincule a la perspectiva de un gobierno obrero del FIT-U, la CGT y las CTA.
Pero todos los partidos del FIT-U se oponen a esto. ¿Por qué? Porque incluye a los sindicatos, y éstos están dirigidos por traidores. Estas objeciones pasan por alto el punto crucial: para que los sindicatos luchen por un gobierno obrero, la dirección peronista debe ser echada y remplazada por revolucionarios auténticos. En todo caso, lo que revelan las objeciones del FIT-U es el rechazo de la tarea de los comunistas de dirigir a los sindicatos en lugar de los peronistas, para lo cual es crucial encaminar nuestros esfuerzos a la consecución de un gobierno de sindicatos y partidos revolucionarios, es decir, un gobierno obrero.
Algunos grupos trotskistas más pequeños fuera del FIT-U se oponen a incluir a los partidos del FIT-U en nuestro llamado por un gobierno obrero, porque el FIT-U está enfocado abrumadoramente en el electoralismo y alimenta ilusiones de que Milei puede ser derrotado a través del parlamento. Aunque esta crítica a los partidos del FIT-U es correcta, no dejan de representar la vanguardia política de la clase obrera en Argentina y el principal obstáculo para construir una oposición revolucionaria a los peronistas dentro de los sindicatos. No se puede simplemente descartar al FIT-U.
El argumento más serio contra nuestro llamado lo plantean los grupos que sostienen que ahora no es el momento de levantar la consigna de un gobierno alternativo: la clase obrera no está preparada para tomar el poder, el periodo no es revolucionario, hay que esperar a que haya una acción más sostenida en torno a las reivindicaciones económicas antes de plantear una perspectiva de lucha política contra el gobierno. Obviamente, la clase obrera no está preparada para lanzar una lucha directa por el poder. Pero sólo organizándonos hoy hacia este objetivo podremos hacer avanzar la causa de los trabajadores. Para convencer a los trabajadores de que hagan los sacrificios necesarios para librar una lucha fructífera, especialmente con el desempleo masivo y la inflación galopante, necesitan saber no sólo contra qué luchan, sino también por qué.
En sus escritos sobre Francia, Trotsky escribió toda una polémica contra el Partido Comunista que, en un momento de grave crisis, pretendía limitar la lucha a las reivindicaciones económicas y se negaba a plantear la cuestión de qué clase debía gobernar. Escribió:
La trayectoria de la izquierda argentina apunta al desastre. La única forma de salir de la crisis argentina es unir a todos los oprimidos tras el poder de la clase obrera organizada. Los socialistas debemos forjar núcleos combativos en los sindicatos y tratar de organizar acciones de frente único para combatir a los burócratas y remplazarlos por una dirección que bregue por ganar la lucha de clases y detener el saqueo imperialista del país. Es decir, una dirección que organice las próximas batallas basándose en el entendimiento de que la clase oprimida debe derrocar al opresor y prepararse para enfrentar a los imperialistas estadounidenses. Tal perspectiva tendría un amplio atractivo en toda América Latina y en todos los demás países que los imperialistas están exprimiendo en su intento de apuntalar su orden cada vez más inestable.