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4 DE OCTUBRE—En el año transcurrido desde el 7 de Octubre, la infernal maquinaria sionista ha masacrado a decenas de miles de palestinos. Ahora, mediante una escalada incesante, amenaza con una gran guerra regional. En abril, Israel bombardeó la embajada iraní en Siria; en julio, asesinó al dirigente de Hamás, Ismail Haniyeh, en Teherán; y desde entonces ha emprendido una ofensiva contra Hezbolá, haciendo explotar miles de localizadores, matando a sus dirigentes —incluido Hasan Nasrallah— y atacando el sur del Líbano. En respuesta a los crímenes de Israel, millones de personas se han manifestado, la Corte Penal Internacional (CPI) ha abierto una investigación e Irán y Hezbolá han disparado misiles contra Israel. Sin embargo, nada parece detener la escalada israelí.
Parte de la explicación es que el gobierno de carniceros y fanáticos de Netanyahu tiene claro su objetivo: la limpieza étnica de los palestinos desde el río hasta el mar. El obstáculo al que se enfrenta es que en las últimas décadas Irán ha erosionado gradualmente el dominio militar de Israel en la región. Irán no sólo ha desarrollado armamento avanzado, incluida la tecnología para fabricar armas nucleares, sino que también ha aprovechado las desastrosas guerras de Estados Unidos en la región para consolidar una red de poderosas milicias. Estos acontecimientos son considerados amenazas existenciales para el proyecto sionista de Israel.
Ahora la derecha sionista ve una oportunidad histórica para asestar un golpe demoledor contra Irán. Desde el 7 de Octubre, la población israelí ha estado alineada tras un frenesí genocida, la reputación internacional de Israel está ya destruida y Estados Unidos promete apoyo incondicional. En este contexto, Netanyahu piensa que intensificando de manera continua el conflicto puede conseguir una capitulación importante de Irán y sus aliados o arrastrar a Estados Unidos a una guerra directa contra la República Islámica. En cualquier caso, espera asegurar una expansión sin oposición en el territorio palestino restante y la defensa a largo plazo de las fronteras de Israel.
Sin embargo, la pregunta sigue en pie: “¿Por qué nadie puede detener a Netanyahu?”. En algunos casos, la respuesta es obvia. Estados Unidos puede no considerar deseable una guerra con Irán en estos momentos, pero esto es totalmente secundario con respecto a su compromiso de defender a Israel pase lo que pase. Incluso si Biden no estuviera senil, la falta de determinación política para detener la agresión de Israel se mantendría. En cuanto a los gobiernos de Gran Bretaña, Alemania, Francia, Japón y otras “democracias” avanzadas, son paleros comprometidos a mantener el orden mundial estadounidense, incluso si ello conduce a la devastación de sus propias economías. No van a armar un escándalo.
¿Pero qué pasa con las fuerzas que se oponen a Israel, como Irán? ¿O qué hay de los millones que se han manifestado contra el genocidio en Gaza? ¿Por qué no han sido capaces de detener la espiral sangrienta en el occidente asiático? Aquí no sólo debemos fijarnos en el equilibrio de fuerzas militares, sino también examinar la perspectiva política de las distintas fuerzas opositoras a Netanyahu. Como veremos, la verdadera razón por la que su gobierno no ha sido detenido es porque sus oponentes carecen de un programa audaz y coherente para derrotar al sionismo y deshacerse de la dominación imperialista en la región.
Las opciones para el ayatolá: ¿Capitulación o yihad?
En primer lugar, debemos analizar al Eje de la Resistencia dirigido por Irán, que incluye a Hezbolá y a los hutíes en Yemen. A diferencia de la mayoría de los demás regímenes musulmanes que condenan a Israel en sus discursos mientras permanecen alineados con Estados Unidos en la práctica, el régimen iraní y sus aliados se han enfrentado directamente con Israel, incluso lanzando misiles sobre su territorio. Habiendo dicho esto, las demostraciones de fuerza como la del 1º de octubre no prueban que el Eje de la Resistencia esté comprometido con la liberación palestina, ni que tenga ningún tipo de plan coherente para derrotar a Israel o, lo que es más importante, a Estados Unidos. De hecho, la realidad es totalmente diferente.
La prioridad absoluta de los gobernantes iraníes es la preservación del régimen teocrático chiíta. Desde que se estableció al derrocar al sha, un títere de Estados Unidos, el régimen ha estado en continuo conflicto con los intereses imperialistas en la región. Al mismo tiempo, la naturaleza teocrática y capitalista del régimen limita la capacidad de Irán para hacer retroceder y derrotar al imperialismo uniendo a los pueblos del occidente asiático en una lucha común.
Los problemas del régimen empiezan con el pueblo mismo de Irán, gran parte del cual odia vivir bajo el látigo de la ley islámica y los mulás. A las mujeres, en particular, se les niegan los derechos democráticos más básicos, incluido el de decidir cómo vestirse. Irán también comprende diferentes nacionalidades y grupos religiosos que sufren la represión y la negación de sus derechos nacionales. Estas tensiones internas se pusieron de manifiesto en la explosión social de 2022 que se produjo tras la muerte bajo custodia policial de Jina Amini.
Esta tensa situación interna significa que cualquier amenaza que provenga de los imperialistas y de Israel debe tener como contrapeso la estabilización del frente interno, que en muchos sentidos parece más peligroso para los clérigos gobernantes. Esto explica por qué, en medio del genocidio israelí en Gaza, el ayatolá permitió que Masoud Pezeshkian se presentara a las elecciones presidenciales y saliera elegido con una plataforma de apaciguamiento de Occidente. No fue un giro de 180 grados, sino el resultado lógico de la doctrina proclamada de “paciencia estratégica” con respecto a Israel. El ala reformadora del régimen piensa que si puede evitar una confrontación directa con Israel y obtener concesiones económicas de Occidente, podrá reducir las tensiones internas y asegurar la estabilidad del régimen.
Los reformadores están conscientes de que el precio de tales concesiones es apuñalar por la espalda a los palestinos y a sus otros aliados. A finales de septiembre, incluso cuando Israel estaba decapitando decididamente a Hezbolá —el principal aliado de Irán en la región—, el presidente Pezeshkian estaba en Nueva York haciendo llamados para reabrir las negociaciones nucleares de 2015. La escandalosa inacción ante la agresión de Israel contra el Líbano fue justificada por una persona del régimen, citada en el Financial Times (26 de septiembre), que dijo: “inevitablemente, algunas cuestiones importantes se están dejando de lado por otras más urgentes, al menos temporalmente. Éste es el precio que se paga cuando se modifica el enfoque en la batalla”.
Existe, por supuesto, otra ala de la clase dirigente, los llamados “partidarios de la línea dura”, que quiere imponer internamente un orden religioso más draconiano y seguir una línea de mayor confrontación con Israel. De hecho, es posible que en una larga guerra de desgaste contra Israel y Estados Unidos, Irán salga victorioso. Pero esto tendría un precio terrible y supondría un gran riesgo para el régimen.
Por supuesto, Estados Unidos e Israel son muy poderosos militarmente. Pero a esto se añade el hecho de que el esfuerzo bélico de Irán se vería obstaculizado por su carácter religioso. Dada la naturaleza de la República Islámica, cualquier guerra se basaría en gran medida en el sectarismo chiíta. Sobre esta base es imposible unir a los pueblos de toda la región contra el imperialismo y el sionismo. Una guerra de este tipo alienaría a gran parte del occidente asiático y le facilitaría al enemigo —y a los regímenes suníes hostiles a los chiítas— el fomentar los conflictos religiosos y nacionales entre los diversos grupos oprimidos. Esta consideración hace que una guerra con Israel sea mucho más costosa y su resultado mucho más incierto para los clérigos gobernantes.
El Líbano es un buen ejemplo del problema. Los colonialistas franceses erigieron conscientemente el Líbano sobre líneas sectarias para enfrentar entre sí a los diversos grupos religiosos y mantener su dominio. Pero en lugar de superar esas divisiones y esforzarse por unir a suníes, chiítas y cristianos contra el imperialismo e Israel, Irán ha centrado sus esfuerzos en construir a Hezbolá, una milicia basada en la comunidad chiíta. Esto significa que, en cualquier conflicto con Israel, Hezbolá no sólo debe enfrentarse al enemigo exterior, sino también equilibrar las relaciones con otros grupos religiosos del Líbano. Esta consideración es sin duda un factor importante en la moderación de Hezbolá desde el 7 de Octubre.
Es evidente que ni Hezbolá ni Irán confían en su capacidad para enfrentar a Israel en estos momentos. En las últimas semanas, Netanyahu fue capaz de explotar la indecisión y la vacilación de sus adversarios con un efecto devastador. Israel logró decapitar a la dirección de Hezbolá y expuso a Irán como un aliado poco fiable. Ante la humillación, el régimen iraní respondió finalmente disparando una salva de 180 misiles balísticos contra Israel. Ahora la iniciativa vuelve a estar en manos de Israel, que decidirá si quiere seguir intensificando el conflicto.
Hay que tener en cuenta que no está en absoluto asegurado que una guerra total en Medio Oriente vea fortalecida la posición de Estados Unidos e Israel; de hecho, es probable más bien lo contrario. Dicho esto, para avanzar la liberación palestina y la emancipación de la clase obrera no se puede depender del Eje de la Resistencia. En su lugar, lo que se necesita es un programa intransigente en oposición al imperialismo que pueda unir a los pueblos del Medio Oriente. Los pilares de dicho programa deben ser:
• ¡Defender a Gaza, Cisjordania, Yemen, Líbano e Irán contra los ataques sionistas e imperialistas!
• ¡Liberación nacional de Palestina y reconocimiento de plenos derechos nacionales, incluida la autodeterminación de todas las naciones!
• ¡No a las religiones de estado! ¡No a la imposición del velo!
• ¡Nacionalización de las propiedades de los imperialistas y sus títeres locales!
Sionismo liberal: Reaccionario e impotente
A pesar de las ilusiones de los ideólogos del Eje de la Resistencia, Israel no es un tigre de papel. No se derrumbará si su narrativa queda al descubierto o si sufre golpes económicos, aunque sean graves. Los dos pilares de la fuerza de Israel son el apoyo que recibe de Estados Unidos y la existencia de una nación judía consolidada en el territorio de Palestina. Esto significa que incluso si fuera posible infligir una desastrosa derrota militar a Israel, que pusiera en cuestión su propia existencia, no cabe duda que los sionistas serían capaces de infligir una destrucción catastrófica y que gran parte de la población israelí lucharía hasta el amargo final por su existencia nacional. Enfrentarse militarmente a toda la nación israelí garantiza la máxima resistencia y destrucción. Por esta razón, si uno se toma en serio la liberación palestina, se debe tener una estrategia para socavar la unidad nacional de Israel y hacer que un importante segmento de la población rompa con el sionismo.
Los últimos años han demostrado que, efectivamente, existen importantes fisuras dentro de Israel. Las tensiones dentro de Israel reflejan el inexorable deslizamiento del país hacia una teocracia militarizada totalitaria incluso para los judíos. Esta trayectoria demuestra que una sociedad basada en la opresión nacional no sólo degrada a los oprimidos —en este caso los palestinos— sino que también arrastra a la nación opresora a la barbarie.
Tanto las manifestaciones masivas de 2023 contra la antidemocrática reforma judicial de Netanyahu como las manifestaciones más recientes que exigían un alto al fuego para liberar a los rehenes en Gaza fueron movimientos basados en el ala liberal de la clase dominante sionista. Este polo de la sociedad israelí lucha contra el aspecto más belicoso y teocrático de la política gubernamental y, al mismo tiempo, está plenamente comprometido con el sionismo, es decir, con la opresión nacional de los palestinos. Esto confiere al sionismo liberal un carácter reaccionario. También significa que es totalmente impotente a la hora de enfrentarse al ala derecha de la sociedad israelí.
La lógica del sionismo es tal que la fracción más rabiosa y confrontativa de la clase dominante siempre será más coherente que quienes se revisten de ideales magnánimos mientras defienden el crimen histórico de la desposesión palestina. La bancarrota de los movimientos sionistas liberales se demuestra claramente por el hecho de que se evaporan en el momento en que la defensa nacional de Israel se plantea de manera seria. Después del 7 de Octubre, algunos de los oponentes más fuertes de Netanyahu se apresuraron a integrarse a su gobierno de unidad nacional. Y tras la ofensiva de Israel contra el Líbano, el movimiento para liberar a los rehenes se empeñó inmediatamente en desmovilizarse. El hecho fundamental es que no puede haber una oposición seria a la banda de fanáticos de Netanyahu sin una ruptura política con el sionismo y una defensa de la liberación palestina.
En Israel existen pequeñas fuerzas que se oponen a la opresión palestina. Sin embargo, aunque sufren una intensa represión, no consiguen enfrentarse al obstáculo que representa el sionismo liberal. En el caso de grupos como la Liga Socialista Internacionalista (afiliada a la CCRI), el argumento es que como Israel es un estado de asentamientos coloniales, básicamente no se puede hacer nada ahora para que la clase obrera israelí rompa con el sionismo. Para ellos, la tarea consiste simplemente en solidarizarse de manera liberal con los palestinos sin tratar de afectar a la sociedad israelí. Luego están los que son porristas de los movimientos sionistas liberales, como Lucha Socialista (afiliada a Alternativa Socialista Internacional). Por ejemplo, aclamaron la huelga general de un día de principios de septiembre sin oponerse al sionismo y ocultando el hecho de que fue organizada por una burocracia sindical totalmente comprometida con la opresión nacional de los palestinos. En ambos casos, hay una falta de voluntad o incapacidad para enfrentarse a las creencias sionistas profundamente arraigadas de los trabajadores.
Para resquebrajar la sociedad israelí, es esencial ir más allá de las ideas en las cabezas de los individuos y observar los intereses materiales de las distintas clases. Aunque Israel se beneficia de un mayor nivel de vida debido a su papel de esbirro de los imperialistas en la región, las condiciones para los trabajadores israelíes —incluidos los judíos— no son buenas. La opresión palestina no beneficia a los obreros judíos: los hunde al hacerlos impotentes para defender sus propios intereses frente a los patrones y los gobernantes patriotas. También los convierte en ejecutores de la barbárica opresión de los palestinos, amenazando sus vidas y las de sus familias y degradando su propia humanidad.
La clave para desentrañar estas contradicciones es socavar el sionismo con un programa dirigido tanto contra su ala derecha como contra su ala liberal.
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Plenos derechos democráticos para todos los palestinos desde el río hasta el mar—los obreros israelíes nunca serán libres mientras los palestinos sean oprimidos.
Romper la conexión con EE.UU.—servir como agentes del imperialismo nunca brindará seguridad.
Redistribuir la tierra y la riqueza de los capitalistas entre los trabajadores y los palestinos.
Harakiri para Harris
Para detener la embestida israelí, es esencial detener el flujo de armas desde Occidente, principalmente desde EE.UU. Durante el último año, ha habido innumerables manifestaciones pro palestinas e incluso un efímero pero militante movimiento estudiantil contra el genocidio en Gaza. Sin embargo, en las últimas semanas el movimiento en Estados Unidos se ha liquidado en gran medida para no perjudicar las perspectivas electorales de Kamala Harris, que todo el mundo sabe que está totalmente comprometida con la defensa de Israel.
Nada simboliza mejor el estancamiento actual que el patético movimiento de los “no comprometidos”. Hace unos meses, éste incitó a los votantes en las primarias del Partido Demócrata a escribir “no comprometido” en sus papeletas como táctica de presión sobre la dirección del partido. Aunque miles de personas siguieron el ejemplo, el movimiento no consiguió nada, como era de esperarse, y fue hecho a un lado por los demócratas. Incluso se le negó al movimiento su miserable exigencia de que un orador palestino —no importaba cuál— tomara la palabra en la convención demócrata de Chicago. Ahora, después de semanas de arrastrarse sin conseguir nada, el movimiento no comprometido se negó a apoyar a Harris, abogando en cambio por votar contra Trump... pero no por un tercer partido —es decir, votar por Harris—.
Este lamentable espectáculo —alabado a cada paso por la mayor parte de la izquierda— explica en gran medida por qué el movimiento palestino en Occidente ha sido tan ineficaz para arrancar la más mínima concesión, y ni hablar de detener los envíos de armas. En lugar de construir una oposición de la clase obrera a los dos partidos del imperialismo estadounidense, que compiten entre sí para ver cuál es más sionista, el movimiento ha tratado de atraer al Partido Demócrata hacia el lado de Palestina. Lo absurdo de esta estrategia se demuestra por el hecho de que incluso la congresista palestina-estadounidense Rashida Tlaib, que ha atraído la ira de todos los medios de comunicación y el establishment de EE.UU., continúa dentro del Partido Demócrata a pesar de que éste apoya al genocidio. Esto demuestra que no es el movimiento palestino el que ha influido en el Partido Demócrata, sino que el movimiento se ha sacrificado por los demócratas.
Mientras tanto, decenas de miles de maquinistas de Boeing y estibadores del sindicato ILA han estado en huelga. Aunque el ILA ha continuado enviando armas de manera traicionera, las huelgas han causado ciertamente más trastornos a los fabricantes de armas estadounidenses que todas las ocupaciones estudiantiles juntas. El problema es que el movimiento pro Palestina es totalmente incapaz de conectarse con estos trabajadores, muchos de los cuales odian hasta la médula al establishment liberal y preferirían votar por Trump. En el mejor de los casos, los activistas liberales argumentan sobre una base moral ante los obreros por qué deberían apoyar a Palestina; en el peor, tratan a los trabajadores conservadores con desprecio y como “parte del problema”.
Lo que los liberales pasan por alto es el punto básico de que no está en el interés de los trabajadores estadounidenses enviar misiles que causan muerte y caos por todo el mundo. Serán los hijos de los trabajadores estadounidenses los primeros en ser enviados a matar y morir por las ganancias del imperialismo estadounidense. Muchos obreros saben instintivamente que el aumento de la inseguridad y la precariedad a la que se enfrentan en su vida cotidiana tiene mucho que ver con las guerras eternas de EE.UU. En lugar de doblegarse ante el mismo partido que comete genocidio y rompe huelgas, y en lugar de tratar de vender tonterías liberales a la clase obrera, el movimiento pro Palestina debe tratar de vincular la causa palestina con la de la emancipación de la clase obrera en el propio Estados Unidos.
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¡Detener el envío de armas a Israel! Los crímenes de EE.UU. en el extranjero serán a costa de los obreros en casa.
¡Por la liberación negra, por la liberación palestina!
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¡Oponerse a demócratas y republicanos! Por un partido obrero: ¡Vota por el Partido por el Socialismo y la Liberación!
¿Dónde está el BRICS?
Una alianza eficaz es aquella en la que el todo es más fuerte que la suma de sus partes. El bloque BRICS+ es precisamente lo contrario. Cuando se trata de Palestina, o de hecho para cualquier otro gran conflicto geopolítico, es totalmente irrelevante. El problema es que cada país miembro tiene intereses muy diferentes y a menudo contrapuestos. En la cuestión de la guerra de Gaza, por ejemplo, hay un estado miembro, Irán, que está en conflicto directo con Israel. Y luego está India, que mantiene estrechas relaciones con Israel y está gobernada por un partido chovinista antimusulmán. Está claro que, en lo que respecta a Palestina, el BRICS+ como bloque no desempeñará ningún tipo de papel independiente.
Pero, ¿qué ocurre con los otros grandes países que componen este bloque, como Rusia y China? Rusia ha estado proporcionando cierto grado de apoyo militar a Irán, incluidas baterías de defensa antiaérea. Sin embargo, Rusia parece más interesada en evitar una escalada regional que en avanzar la causa de la liberación palestina. En última instancia, a pesar del clamor sobre el imperialismo ruso, no hay indicios de que Rusia esté intentando aprovechar la situación para expulsar la influencia estadounidense de la región. Más bien, Rusia está enfocada en terminar la guerra en Ucrania y, finalmente, llegar a un acuerdo con Estados Unidos sobre el futuro diseño de la seguridad en Europa.
¿Y China? Seguramente un régimen que se proclama comunista le proporcionaría apoyo material a la resistencia palestina como hizo la Unión Soviética con la Organización para la Liberación de Palestina. ¡Ja! Más allá de gestos vacíos y lugares comunes pacifistas, el Partido Comunista (PCCh) no ha movido un dedo por la causa palestina. Esto es cierto a pesar del hecho de que la liberación palestina y la expulsión del poderío estadounidense del occidente asiático contribuirían en gran medida a reducir la amenaza que enfrenta China de Estados Unidos en el Este de Asia. El PCCh está demasiado ocupado quedando bien con los peores autócratas del Golfo y los capitalistas israelíes como para prestar atención al antiimperialismo y las luchas de liberación nacional, por no hablar de la revolución proletaria mundial.
De todos los países originales del BRICS, Sudáfrica es probablemente el que más ha hecho para señalar que moralmente está con Palestina. Con bombo y platillo, presentó una demanda por genocidio contra Israel ante la CPI. ¿El resultado? Nada, por supuesto. La CPI sólo tiene como propósito apuntar contra dictadores africanos caídos y enemigos de EE.UU. Esta vacía demostración de fuerza tuvo mucho más que ver con apuntalar a Ramaphosa y el flanco izquierdo del CNA antes de las recientes elecciones que con cualquier compromiso serio con la liberación palestina. De hecho, justo después de las elecciones, el presidente Ramaphosa se precipitó a una coalición con los herederos rabiosamente sionistas del régimen del apartheid. Desde luego, Palestina no recibirá ninguna ayuda de este gobierno.
¿Significa esto que no hay esperanza alguna en esta situación? Claro que no. No es necesario alabar al BRICS para aceptar que el control de Estados Unidos sobre el mundo es cada vez más débil. Miles de millones de trabajadores y oprimidos sólo pueden esperar miseria y guerra de Estados Unidos y de su orden que se desmorona. Una vez que se deja de poner la fe en los regímenes podridos que concilian y apoyan el statu quo, queda claro que hay un enorme potencial en la unión de las víctimas del imperialismo estadounidense en todo el mundo —desde Palestina a México y Filipinas y en el propio Estados Unidos—.
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¡Por un frente antiimperialista contra Israel y EE.UU.!
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¡Nacionalizar todos los activos imperialistas y repudiar las deudas!
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Ninguna ilusión en el BRICS: ¡Trabajadores del mundo, uníos!
¿Y ahora qué?
La situación es sombría. Cada día, más palestinos son asesinados por las FDI y cientos de miles se enfrentan al hambre y las enfermedades. En Cisjordania, más tierras palestinas están siendo robadas. Israel muestra ahora todos los signos de querer convertir al Líbano en una nueva Gaza y bombardear Irán hasta la sumisión. Otra cosa es que lo consiga. Sin embargo, si algo ha demostrado el último año es que no hay lugar para el optimismo fatuo. La ONU, la comunidad internacional, la CPI, el BRICS, los regímenes musulmanes... ninguno acudirá al rescate de los palestinos. Es hora de enfrentarse a la dura realidad y extraer lecciones de los desastrosos resultados de los últimos doce meses. Los actuales líderes de la resistencia palestina no están a la altura de las circunstancias. Tampoco lo está el movimiento pro Palestina a escala internacional.
Los comunistas y los socialistas tienen poca influencia en el mundo árabe, entre otras cosas porque hasta ahora no han sido capaces de ofrecer un camino hacia una auténtica liberación nacional (ver “Los marxistas y Palestina: Cien años de fracasos”, Spartacist No. 43). Sin embargo, cada día está más claro que las fuerzas del Islam político tampoco tienen una respuesta. Esto proporciona una apertura para que el movimiento obrero entre a la refriega del lado de los palestinos y proporcione una alternativa.
La tarea que tenemos ante nosotros es fusionar las luchas en casa de los trabajadores alrededor del mundo con la de la liberación palestina. Esto sólo será posible si se lucha contra el camino a la bancarrota que ofrecen los burócratas sindicales, los liberales y los conciliadores que han llevado la voz cantante hasta ahora. Es responsabilidad urgente de todos los socialistas, los militantes obreros y los activistas palestinos empezar a debatir y organizar esta lucha con un nuevo rumbo. No podemos permitir que este próximo año sea como el anterior.