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La segunda elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos marca el golpe mortal al orden liberal postsoviético. El imperio estadounidense no ha sido derrotado ni el liberalismo está acabado como fuerza política. Pero el liberalismo ha muerto como la ideología dominante de las clases gobernantes imperialistas de Occidente.
2024 no es 2016. En aquel entonces, la elección de Trump fue vista como una aberración. Provocó una reacción frenética de los liberales, que redoblaron su defensa del statu quo y de los valores liberales que supuestamente profesan. En 2020, Biden derrotó a Trump y las fuerzas populistas sufrieron derrotas en todo el mundo como secuela de la pandemia del Covid. Estos sucesos provocaron un suspiro de alivio colectivo en Washington, Londres, Bruselas, Berlín y Tokio: “Trump, el populismo, el Covid, todo eso fue solamente un mal sueño”.
Pero no lo fue. Desde Afganistán, Ucrania y Palestina hasta la situación interna en el propio Estados Unidos, la presidencia de Biden supervisó el colapso continuo del statu quo liberal. El mismo partido que supuestamente encarna el progreso supervisó el genocidio de Gaza, el mayor crimen de nuestra era. Si bien un tufo de optimismo fatuo rodeaba a Biden y su gobierno, el suelo bajo sus pies se estaba erosionando militar, económica y políticamente.
Como resultado, en todos los países imperialistas occidentales, las fuerzas de la reacción derechista están ascendiendo. Los liberales triunfantes de ayer están siendo derrotados unos tras otros. La Kamalamanía —la esperanza de que una persona no senil podría mantener el statu quo aunque fuera un poco más— representó la última llamarada de energía del liberalismo agonizante. Y fue tan ilusorio como breve. La victoria de Trump del 5 de noviembre simboliza y confirma la derrota del ala liberal del establishment imperialista.
Esto no es una casualidad. La pérdida de influencia del liberalismo tiene causas mucho más profundas que Donald Trump, las redes sociales o la desinformación. Lo que hay detrás de este desplazamiento ideológico de la clase dominante estadounidense es que su hegemonía se está perdiendo. Cuando Estados Unidos era la potencia mundial incontestable, podía darse el lujo de una democracia liberal en casa y en el exterior. Ahora que la presión está aumentando en todos los frentes, el liberalismo es una carga innecesaria para la dominación mundial de EE.UU. Siempre ha habido un puño de hierro bajo el guante de seda, pero ahora el guante es demasiado costoso y van a prescindir de él.
Ya antes de las elecciones estadounidenses, los liberales se estaban deshaciendo de sus propios “valores” tan rápidamente como podían. Las fronteras abiertas, la ley internacional, los derechos trans, el multiculturalismo, el antirracismo: ya se han ido los días cuando la clase dominante profesaba estos elevados principios. Ya se han ido los días de Trudeau, Jacinda Ardern y Obama. Ahora Sir Keir Starmer es lo que se considera izquierdista en los círculos dominantes.
¿Ya todo está perdido? Para quienes ponen sus esperanzas en el progresismo de estas élites, sí, todo está perdido. Todo lo que pueden hacer es maldecir a las masas por su atraso al mismo tiempo que ellos se disponen a arrodillarse ante la reacción. Pero es precisamente entre las masas trabajadoras, incluyendo los millones que apoyaron a Trump, donde reside la esperanza.
Derrotar a los liberales es lo peor que les pudo pasar a las fuerzas de la reacción populista. Ahora, ellas mismas tendrán que navegar las corrientes turbulentas del orden mundial que colapsa. Una cosa es canalizar el profundo enojo popular contra las élites y otra muy distinta resolver la causa subyacente a ese enojo. Trump y sus correligionarios internacionales no tendrán otra alternativa que reprimir y aplastar a la clase obrera del mundo y, tarde o temprano, las masas se tornarán contra ellos. ¿Hacia dónde se canalizará esa energía? Ésa es la gran pregunta de nuestros tiempos.
Hace poco más de treinta años, se proclamó que el comunismo había muerto y se anunció el triunfo de la democracia liberal sobre la Unión Soviética como el “fin de la historia”. Hoy, todo el mundo sabe que la historia no ha terminado. Casi todo el mundo sabe, o siente, que la democracia liberal está en bancarrota total. Y, en cuanto al comunismo, no está muerto pero tampoco está del todo vivo. Atomizados, escleróticos y aislados de la clase obrera, los comunistas tenemos que hacer frente a una pronunciada pendiente. Conforme se abre un nuevo periodo de reacción, nuestra labor es recuperar el tiempo perdido y preparar a la clase obrera para las luchas que vienen.
Si las fuerzas de la izquierda revolucionaria continúan aferrándose en vano al carro de los liberales, seguirán alienando a la clase obrera y siendo un factor irrelevante. El mayor peligro del periodo que comienza es que la izquierda se quede esperando a que los liberales encabecen “la resistencia”. Igual de fallido será el impulso de algunos de separarse de las masas y buscar refugio en una retórica abstracta sobre la revolución. Ambas tendencias han sido dominantes en las últimas décadas. Ambas deben descartarse. La única forma en que los marxistas podemos convertirnos en un factor vivo es si sacamos las lecciones apropiadas de los últimos treinta años de fracasos y le ofrecemos un camino hacia delante a la clase obrera, a través de una ruptura completa tanto con el liberalismo como con el populismo de derecha.
En el periodo inmediato, las luchas defensivas sin duda estarán en el orden del día. Mientras los liberales abandonan a los grupos oprimidos que dicen defender —los negros, los musulmanes, los trans, los inmigrantes y las mujeres— los comunistas debemos ponernos en la vanguardia de sus luchas. Pero debemos luchar por construir estos movimientos sobre cimientos más sólidos, lejos del moralismo y el sentimentalismo de los liberales y vincularlos estrechamente a los intereses materiales de todos los trabajadores. En última instancia, la clase obrera será el factor decisivo. Para ganarnos su lealtad, los comunistas debemos mostrarle, en el curso de la lucha de clases, que, a diferencia de los traidores que hoy la dirigen, tenemos un programa que puede avanzar materialmente sus intereses y llevarla a su liberación.