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¿Qué es lo que refrena el progreso de las mujeres en las naciones más pobres? En muchos países ha habido importantes periodos en los que las mujeres acceden a la esfera pública y se integran a la sociedad. Al mismo tiempo, persisten todo tipo de prácticas atrasadas precapitalistas contra las mujeres y con frecuencia décadas de progreso se revierten en pocos años.
En Afganistán, el régimen aliado de la Unión Soviética del Partido Democrático Popular de Afganistán (PDPA) llevó a cabo reformas sociales radicales, pero, al hacerlo, alimentó una reacción islamista que llegó al poder con el apoyo de Estados Unidos. Luego, tras bombardear Afganistán en 2001, EE.UU. instaló el régimen títere de Karzai, que llevó a cabo algunas medidas en favor de las mujeres, pero el Talibán movilizó sus fuerzas en oposición al imperialismo. Ahora que está en el poder, ha obligado a las mujeres a volver a sus casas.
En Irán, tras un periodo de modernización social en el que los derechos de las mujeres avanzaron, la llegada al poder de los mulás en 1979 los revirtió, forzando a las mujeres a usar el velo. India es hogar de una de las mayores reservas del mundo de mujeres en el trabajo y la educación, lo cual es objetivamente bueno, pero viven bajo un régimen abiertamente chovinista hindú que enarbola valores familiares conservadores y aborrece la idea de que las mujeres se independicen. En Argentina, pese a los fuertes movimientos feministas del último periodo, hoy las mujeres enfrentan los ataques devastadores de Milei, incluyendo contra el derecho al aborto.
Hay incontables ejemplos que muestran esta dinámica de avance y retroceso una y otra vez. ¿Por qué el progreso topa con un límite? ¿Cómo podemos salir de esta dinámica y fijar un curso que lleve la lucha de las mujeres hacia delante? Éstas son preguntas decisivas. Presentamos este artículo como una contribución a la elaboración de las respuestas, con el fin de provocar un muy necesario debate en el movimiento de las mujeres y en la izquierda.
La cuestión de la mujer y el imperialismo
La cuestión de la mujer no puede entenderse independientemente del desarrollo social. Las condiciones y los derechos de las mujeres en una sociedad determinada son un reflejo del grado de desarrollo social y económico de esa sociedad. Como explicó Marx: “El derecho no puede ser nunca superior a la estructura económica ni al desarrollo cultural de la sociedad por ella condicionado” (Crítica del programa de Gotha, 1891). Para entender los límites del progreso de las mujeres en los países oprimidos, debemos entender los factores que actúan como freno al desarrollo general de esos países.
La expansión colonial impuso relaciones sociales capitalistas a sociedades que hasta entonces eran precapitalistas. Este proceso minó las bases de las viejas sociedades introduciendo elementos de modernización, como nueva tecnología. Esto llevó a cierta industrialización y urbanización, lo que preparó el terreno para la integración de la mujer al proletariado y socavó los viejos prejuicios que dictaban que las mujeres debían quedarse en casa. Se pueden ver ejemplos de mujeres en plantas textiles y fábricas en todo el sur y el sureste asiático colonial.
Al mismo tiempo, el colonialismo era una expoliación descarada. Todo desarrollo progresista era un subproducto de un proceso reaccionario por el que las materias primas y la riqueza eran saqueadas y trasladadas a las metrópolis. Esto no sólo asfixió y empobreció a las colonias, sino que, al hacerlo, alentó la persistencia de estructuras sociales y prácticas arcaicas. Incluso cuando esas estructuras se volvían económicamente anacrónicas, los amos coloniales las fomentaban como mecanismo de control social. En toda África, los jefes tradicionales se integraron a las administraciones coloniales, mientras que en India los británicos fomentaron una clase de aristócratas parasitarios.
Aunque los imperios coloniales se han ido, el saqueo de las antiguas colonias continúa mediante su estrangulamiento económico a manos de Wall Street e instituciones dominadas por EE.UU., como el Banco Mundial y el FMI, todas ellas respaldadas por el poder militar del imperialismo estadounidense. Justificada como un medio para crear empleos y desarrollo, la exportación de capital financiero imperialista a todos los rincones de la Tierra se lleva a cabo con el fin explícito de extraer superganancias que mantienen en la miseria a los países pobres. El total colapso económico de Sri Lanka en 2022 es una ilustración gráfica reciente de ese estrangulamiento y ese empobrecimiento.
Como el colonialismo, la opresión imperialista moderna pone límites fundamentales al nivel de desarrollo de las naciones pobres y reproduce diariamente toda clase de basura precapitalista. Esto resulta en una reserva permanente de fuerzas sociales conservadoras y prácticas reaccionarias concomitantes que pueden movilizarse en cualquier momento para defender los valores tradicionales, formando la punta de lanza de los ataques contra las mujeres. Para combatir la reacción social conservadora que busca revertir las conquistas de las mujeres hace falta atacar las bases materiales de la que surge: la opresión imperialista de la nación. Esto significa que el avance de las mujeres debe ser parte de la lucha general por el desarrollo de la sociedad en oposición a la subyugación imperialista.
La cuestión de la mujer y la burguesía nacional
Uno de los principales agentes a los que las mujeres voltean para exigir mejoras a sus condiciones es la burguesía nacional. Ya sea a través del Partido del Congreso en India, los partidos kemalistas en Türkiye o los partidos populistas de izquierda en América Latina, las clases dominantes de los países oprimidos pueden presentarse a veces como una fuerza modernizadora y secular de progreso social.
Sin embargo, no importa que tan progresistas o radicales parezcan, lo que buscan es enfrentar los problemas del subdesarrollo y el atraso social dentro de los estrictos límites que les imponen sus intereses de clase propietaria. Les interesa desarrollar y modernizar sus países para aumentar su propio poder y al hacerlo deben resistir al pillaje imperialista de sus países. Pero, al mismo tiempo, temen más que nada al potencial revolucionario de las masas. Por eso, imponen sus reformas por medios burocráticos para limitar la participación directa de las masas, dejando intactas las raíces económicas del subdesarrollo y de la opresión de la mujer.
Para entender la dinámica que alimenta los ciclos reaccionarios que mantienen a la mujer oprimida debemos regresar a Marx: la extensión significativa de los derechos legales y su ejercicio requieren una base económica suficiente. Las reformas modernizadoras o en pro de las mujeres que lleva a cabo la burguesía “progresista” pueden ayudarlas a corto plazo, pero sin atacar las raíces sociales del atraso, en última instancia sientan las bases para el crecimiento de la reacción. Sin una revolución social y democrática radical más amplia que libere a la nación del estrangulamiento imperialista, resuelva el subdesarrollo del campo y conduzca a un verdadero desarrollo social, toda mejora en la condición de la mujer y todo progreso democrático serán temporales y reversibles. En última instancia, lo que hace falta para resolver las necesidades candentes de las masas, incluyendo las mujeres trabajadoras, es elevar el nivel de desarrollo de la nación en su conjunto. Pero sólo se puede dar pasos en esta dirección rechazando toda forma de confianza en la burguesía nacional.
Trabajadoras, ¡volteen hacia el proletariado!
Hemos establecido una premisa materialista básica de la opresión de la mujer en los países oprimidos: está vinculada al nivel general del desarrollo social, que está estancado debido a la opresión imperialista, la cual la burguesía nacional no puede enfrentar de manera decisiva. Así, el movimiento de las mujeres debe rechazar a estas fuerzas. ¿Pero entonces hacia dónde debe orientarse? ¿Quiénes son sus aliados en la lucha por el desarrollo social? La respuesta es simple: el proletariado. La misma opresión nacional y el mismo atraso social que pesan sobre las mujeres aplastan al proletariado. Éste no tiene interés alguno en contemporizar ni con el imperialismo ni con la burguesía nacional, pero sí en unir su propia emancipación a la de las mujeres, entre otras cosas porque las mujeres constituyen una parte crucial de la clase obrera.
Si bien el proletariado tiene un interés objetivo en enarbolar la lucha por la liberación de la mujer, eso no significa que sea un aliado dispuesto o que automáticamente tenga ideas socialmente progresistas sobre la cuestión de la mujer. La realidad es que, con frecuencia, los hombres de la clase obrera y el campesinado pobre tienen opiniones muy retrógradas respecto a las mujeres. Por ejemplo, el machismo es rampante en muchos países de América Latina y en los países musulmanes existe la expectativa de que las mujeres se cubran para mantener su modestia cuando salen de casa. Esas opiniones atrasadas son un obstáculo para la construcción de una unidad duradera entre las trabajadoras y los trabajadores. Hace que las trabajadoras desconfíen de sus aliados naturales y las empuja a otros canales políticos, como las ONGs liberales, o a los brazos abiertos de los imperialistas, que usan la opresión de la mujer como arma para penetrar aún más en las naciones pobres y seguir exprimiéndolas.
Sin embargo, forjar la unidad es posible. La clave para unir a los trabajadores de los países pobres es oponerse al imperialismo y a todas las fuerzas que se acomodan a él, y basar las luchas de las trabajadoras en los intereses históricos del proletariado. ¡Mujeres obreras y trabajadores del mundo, únanse contra el imperialismo!
Trabajadoras, ¡cuidado con los liberales!
Hemos querido aportar una perspectiva que pueda romper el ciclo de reacción y avance de las luchas de las mujeres en los países oprimidos. La actual situación de retroceso para las mujeres en todo el mundo, incluyendo el Sur Global, es la prueba más clara de que las luchas de las mujeres no han seguido el curso correcto. De hecho, han seguido un camino totalmente equivocado, ya sea contando con el imperialismo o acomodándose a él. Ilustraremos el peligro de estas tendencias mediante ejemplos concretos, y motivaremos nuestra perspectiva en contraposición.
Prédicas liberales imperialistas
Al resistir contra su opresión, muchas mujeres voltean a las ONGs occidentales como aliadas en la lucha contra los prejuicios antimujer. En el núcleo del trabajo de las ONGs está la ideología de llevar a cabo trabajo misionero y civilizar a los países pobres y sus pueblos... en nombre de las fuerzas responsables de mantenerlos en un estado de miseria. Nada podría ser más peligroso.
En muchas partes de África, las ONGs llevan a cabo campañas para acabar con las prácticas atrasadas. Los métodos de los liberales y las ONGs se basan en las prédicas contra tal atraso, ya que, por designio, ni pretenden ni pueden atacar las bases materiales del subdesarrollo que mantienen esas prácticas. Ciertamente existen toda clase de prácticas antimujer, pero la burguesía imperialista liberal usa la oposición a ellas de manera hipócrita para reforzar su propia influencia ideológica en las naciones pobres, así como su dominación económica de éstas. Como resultado, las prédicas liberales alimentan las fuerzas que quieren defender esas prácticas como parte de la defensa de sus “valores culturales” contra la influencia liberal de Occidente.
Muchos liberales y ONGs en Sudáfrica se oponen al amakhosi, o jefatura tradicional, sobre la base de que preserva prácticas como la lobola (el precio de la novia). El argumento del feminismo liberal es que, ya que los hombres pagan por sus esposas, la práctica de la lobola les da el derecho a tratarlas como su propiedad y fomenta el maltrato a las mujeres. Esta posición despierta la ira de un ala de los nacionalistas negros pequeñoburgueses que defienden el amakhosi y ciertas prácticas concomitantes como parte de su defensa de la nación. Por ejemplo, en respuesta a los liberales y las feministas que se opusieron a la Ley de tribunales tradicionales —que le da más poder a los jefes tradicionales—, el ex presidente Jacob Zuma arremetió diciendo: “Resolvamos los problemas africanos al modo africano, no al modo del hombre blanco” (énfasis nuestro).
Esta grandilocuencia en contra de los liberales resuena en amplias capas sociales porque se ve como una expresión de dignidad frente a los que saquean a todo el continente. El liberalismo termina atando a los oprimidos todavía más a las élites nacionalistas negras que, a su vez, concilian también al imperialismo y cumplen un papel reaccionario bloqueando el desarrollo social. El que la lucha por acabar con el atraso contra las mujeres se mantenga en un bucle de reacción liberal y nacionalista polariza a las masas en torno a quién tiene ideas liberales y quién tiene ideas atrasadas, lo que impide su unidad revolucionaria en la lucha contra el imperialismo y sus agentes locales.
La verdadera pregunta es: ¿cuál es el enfoque proletario para acabar con las prácticas atrasadas? Como hemos explicado, la persistencia de esas prácticas es en sí mismo un resultado de la subyugación imperialista de las naciones pobres y de la incapacidad de las burguesías locales de resolver las tareas democráticas básicas. Así, todo intento de eliminarlas exige una lucha contra todo el orden social que mantiene esas prácticas. Contra las prédicas liberales, los activistas que luchan contra las prácticas atrasadas antimujer deben ganar a los trabajadores hombres a su lucha al vincularla a su propia emancipación nacional y social.
Bombas imperialistas contra la opresión de la mujer y la opresión nacional
Una de las principales justificaciones ideológicas para los bombardeos estadounidenses de Afganistán era la defensa de las mujeres. El Afganistán moderno muestra de la manera más gráfica cómo la cuestión de la mujer está atrapada entre dos polos reaccionarios; en este caso, entre el liberalismo pro imperialista y la reacción fundamentalista islámica antiimperialista.
Que la preocupación de los imperialistas por las mujeres afganas era algo peor que una mentira y una estafa está claro para todos: Estados Unidos huyó en 2021 tras una guerra de veinte años y ahora los talibanes oprimen a las mujeres incluso más que antes. Es simplemente reaccionario creer, incluso por una fracción de segundo, que el imperialismo estadounidense —el principal responsable del caos en todo el mundo musulmán— puede llevarle progreso social a los oprimidos. Cualesquiera que sean las reformas favorables a las mujeres que lleven a cabo los regímenes apoyados por Estados Unidos, éstas se ven minadas y atacadas por el arribo al poder de la reacción islamista, que usa la defensa de la nación para movilizar a fuerzas sociales conservadoras. Así, la presencia misma del imperialismo estadounidense en la región impide todo proyecto de desarrollo social duradero.
La situación es algo más complicada unas cuantas fronteras más allá, en la región kurda, que en 2012 vivió un levantamiento nacional democrático conocido como la Revolución de Rojava. Las mujeres kurdas tuvieron un papel central en el levantamiento, tomando las armas por la causa de su emancipación nacional y social. Estos sucesos tuvieron un potencial tremendo de convertirse en un faro para luchas democráticas más amplias en la región.
El problema, sin embargo, es que esa “revolución” estuvo totalmente subordinada a los intereses del imperialismo estadounidense en la región. Esa alianza aliena y aísla la causa de la liberación nacional kurda de la de otras nacionalidades y grupos de la región que están siendo aplastados por el imperialismo estadounidense y sus aliados. Como escribimos en nuestra prensa tras la caída de Assad en Siria:
“Una cosa era aceptar la ayuda de Estados Unidos y entrar en una alianza objetiva con él ante la amenaza del exterminio étnico. Ése fue el caso de Kobane que en 2014 se vio sitiada por las fuerzas del Estado Islámico... Sin embargo, es un asunto distinto lanzar una ofensiva conjunta con tropas estadounidenses en territorios habitados mayoritariamente por árabes... la devastación a gran escala que EE.UU. causó en ciudades como Raqa, con ayuda de las fuerzas kurdas, sólo alentará más resentimiento”.
—“Sólo el antiimperialismo puede unir a los pueblos de Siria”, Workers Hammer No. 255, invierno de 2025
Cuando mujeres heroicas toman las armas, lo hacen por un deseo de luchar por su liberación nacional. Pero el principal peligro es creer que eso puede lograrse confiando en el imperialismo. La imagen de las mujeres kurdas armadas es impresionante y ciertamente muestra su empoderamiento respecto a quienes enfrentan condiciones mucho más opresivas. Pero las armas por sí mismas no pueden resolver su opresión; sólo una estrategia basada en el antiimperialismo proletario puede derrumbar las barreras que separan a los kurdos de los demás pueblos de la región.
Los imperios coloniales y el imperialismo se repartieron vastas regiones, dividiendo pueblos enteros. En el proceso, sin embargo, vincularon sus destinos. En una región como el Medio Oriente, una nación no puede avanzar aislada de las demás sin pisotear los derechos de las otras. El futuro del Medio Oriente yace en una lucha conjunta contra el imperialismo basada en la defensa de los derechos democráticos de las mujeres, las minorías religiosas y las naciones oprimidas. Para que las combatientes kurdas avancen en la lucha contra su opresión nacional y social, deben erigirse como las defensoras de todos los trabajadores de la región. Esto exige que rompan su alianza con el imperialismo estadounidense.
Mujer, Vida, Libertad
En 2022, Jina Amini fue acusada de violar los reaccionarios códigos de decencia impuestos por los mulás iraníes, por mostrar algo de cabello bajo su velo. Fue puesta bajo custodia de la policía de la moral del régimen y luego murió bajo circunstancias altamente sospechosas. Este asesinato sancionado por el estado fue la chispa que detonó el movimiento de masas Mujer, Vida, Libertad que sacó a las calles a quienes estaban hartos del régimen clerical. Una de las principales exigencias del movimiento estaba dirigida contra la imposición del velo y por el laicismo.
El resentimiento contra el régimen de los mulás atrajo gente de todos los sectores y las tendencias políticas de la sociedad iraní y de la diáspora. El apoyo iba desde la izquierda y las minorías nacionales oprimidas kurda y baluchi, pasando por los activistas liberales pro derechos humanos y las feministas de todos los colores, hasta elementos abiertamente reaccionarios y pro imperialistas, como Reza Pahlaví, el Príncipe heredero en el exilio, con su camarilla de partidarios monárquicos y, desde luego, el propio imperialismo estadounidense.
Aunque el movimiento también tenía elementos de izquierda y antimonárquicos, éstos estaban subordinados a los liberales, que asumieron la dirección basándose en la lucha por los derechos humanos y de género. Esto alineó objetivamente al movimiento con los fines de la reacción monárquica e imperialista, que lo usó para impulsar un programa anti-Irán bajo la máscara del laicismo y la democracia. Así, en uno de los discursos principales de la Cumbre de Ginebra por los Derechos Humanos y la Democracia en febrero de 2025, Reza Pahlaví declaró que:
“El pueblo iraní ha soportado más de cuatro décadas de sufrimiento, pero su espíritu no se ha quebrado. Lucha no sólo por sí mismo, sino por los valores de la libertad, la justicia y la dignidad humana”.
En el primer aniversario de la muerte de Jina Amini, incluso el senil Biden tuvo la audacia de afirmar:
“Inspiró un movimiento histórico —Mujer, Vida, Libertad— que ha impactado a Irán e inspirado a gente en todo el mundo a luchar incansablemente por la igualdad de género y el respeto a los derechos humanos”.
Las exigencias democráticas del movimiento reflejaban, de manera algo distorsionada, las aspiraciones de las masas, y especialmente de las mujeres. Sin embargo, en las manos de los monárquicos y los imperialistas, esas mismas exigencias se usan como punta de lanza para oprimir a Irán y aplastar su resistencia al imperialismo estadounidense. Estas exigencias y la opresión de las mujeres se esgrimen con objetivos totalmente reaccionarios. En consecuencia, las luchas de las mujeres iraníes se alienaron de capas de las masas chiítas conservadoras que ven al régimen iraní como un combatiente contra el imperialismo estadounidense. La incapacidad del movimiento de penetrar en la conciencia nacionalista y antiimperialista de la clase obrera chiíta hizo que el movimiento empujara a ciertos sectores todavía más a los brazos de los mulás y se aislara a sí mismo en el camino a una derrota gradual.
¿Qué debió haber hecho el movimiento? Era necesario plantar cara al régimen y hacer uso de los reclamos económicos y democráticos de las masas, pero esto no era suficiente. Para socavar eficazmente al régimen sin concederle ni un centímetro al imperialismo era necesario ganarse a los sectores del proletariado que son leales al régimen y que lo ven como un reflejo de su resistencia al pillaje imperialista. Para hacerlo, es crucial minar el argumento más fuerte del régimen: que representa un faro de resistencia musulmana contra la agresión occidental. La manera de hacerlo es mostrar que al alienar a las minorías nacionales y religiosas, la juventud, las mujeres y los obreros, este régimen en realidad socava la unidad de las masas contra el imperialismo, y por lo tanto constituye un obstáculo al avance de la lucha antiimperialista. Al fusionar la lucha por la liberación democrática y social, esto hubiera permitido al movimiento voltear el impulso antiimperialista de la clase obrera chiíta contra el régimen mismo, abriendo paso a una lucha dirigida tanto contra el imperialismo como contra los mulás.
Este movimiento fue el ejemplo más claro de cómo la lucha contra la opresión de la mujer y por los derechos democráticos es una poderosa fuerza motriz para la revolución iraní, pero también cómo no puede triunfar sin una perspectiva proletaria antiimperialista.
Al examinar algunos de los ejemplos y las tendencias más populares, hemos querido mostrar cómo los diversos programas y métodos de las luchas de las mujeres terminan bloqueando el camino a su propia liberación. Al centro de nuestra tesis está la necesidad de una oposición incondicional al imperialismo y todos sus conciliadores. Para insistir en ello una última vez, dejamos a nuestros lectores unas palabras del camarada Trotsky:
“El imperialismo oculta sus objetivos peculiares —la conquista de colonias, mercados, fuentes de materia prima y esferas de influencia— con ideas tales como ‘la salvaguarda de la paz contra los agresores’, ‘la defensa de la patria’, ‘la defensa de la democracia’, etcétera. Estas ideas son falsas de cabo a rabo. Todo socialista tiene la obligación de no apoyarlas sino, por el contrario, de desenmascararlas ante el pueblo”.
—“Lenin y la guerra imperialista”, diciembre de 1938
A la lista de estos camuflajes del imperialismo, debemos añadir “la lucha por los derechos de la mujer”. ¡Adelante hacia un movimiento de mujeres antiimperialista e internacionalista!