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En pláticas con trabajadores, hemos encontrado cierta oposición a nuestra consigna de “¡Abajo el T-MEC!”, con base en que el libre comercio ha sido benéfico para México al traer crecimiento industrial y creación de empleos. Además, ante los actuales ataques de Trump que amenazan con poner fin a este tratado comercial, el gobierno de Morena y los dirigentes sindicales impulsan la noción de que es a través de la defensa del T-MEC que se puede enfrentar la embestida imperialista. En realidad, la precondición para defender a México es romper con todo instrumento de subordinación a los imperialistas.

El TLCAN fue el mecanismo que estableció las condiciones con las que México fue integrado a la globalización dominada por EE.UU. Este periodo —que inició en la década de los 80 y se intensificó a raíz de la caída de la Unión Soviética— efectivamente representó un desarrollo enorme de las fuerzas productivas en México. Es posible observar una mejora en el nivel de vida general desde principios de los 90 hasta ahora, reflejada en varios indicadores socioeconómicos. El proletariado mexicano creció y se fortaleció en los últimos 30 años, y eso es un suceso altamente progresista. Sin embargo, todo esto no ocurrió gracias a un mítico libre comercio entre iguales, sino bajo el interés del capital monopolista estadounidense, provocando una subordinación económica y política aún más profunda a los imperialistas y la devastación de capas enteras de la población.

El tratado significó la destrucción de la industria nacional y su conversión a una industria interconectada y dependiente de la estadounidense. Los campesinos, incapaces de competir con plantaciones altamente tecnificadas y subsidiadas, abandonaron sus tierras en masa. Millones de personas terminaron en empleos informales o como subcontratados, migraron a las ciudades o a EE.UU., o terminaron integrándose al narco. La “ventaja competitiva” que ofrece México son obreros calificados bajo salarios miserables y condiciones de trabajo deplorables. La brecha salarial entre los obreros mexicanos, por un lado, y los estadounidenses y los canadienses, por el otro, no ha hecho más que ensancharse desde la entrada en vigor del tratado, particularmente en la industria automotriz, la más dinámica del país. El mercado interno, las materias primas esenciales y hasta ciertos sectores considerados como de seguridad nacional (como el energético) fueron cayendo paulatinamente bajo el dominio del capital financiero extranjero. Qué se produce en México y bajo qué condiciones, y con quién se comercia y con quién no (léase China), es algo que se decide en Washington, D.C. y no en la Ciudad de México. Todo esto es el legado del tratado comercial.

A los populistas, desde Cuauhtémoc Cárdenas hasta López Obrador y Sheinbaum, la globalización y la integración de las economías bajo el dominio estadounidense les parecía inevitable, pero diferían de los gobiernos neoliberales acerca del alcance y el ritmo que debía tener la rapiña contra México. Buscaban conciliar la subordinación al capital financiero de EE.UU. con la conservación de la soberanía y el desarrollo del país en beneficio de la industria nacional. Esta situación imposible reflejaba tanto la preocupación de ciertos sectores de la clase dominante mexicana de ser arrasados por el TL CAN, como su posición intermedia entre el proletariado y los imperialistas. A veces busca apoyarse en el primero, pero es incapaz de romper con estos últimos.

La ofensiva neoliberal sólo podía detenerse reforzando la posición de la clase obrera internacional. En México, esto significaba organizar huelgas defensivas contra los ataques a las condiciones de vida, tomas de plantas en contra de las privatizaciones del sector energético, echar abajo los instrumentos de subordinación del país a los imperialistas —como el TL CAN y la deuda—, así como buscar movilizar a los obreros estadounidenses en un frente único que luchara por un plan de desarrollo conjunto bajo control de los trabajadores contra el enemigo común: los patrones imperialistas. Sólo poniendo las necesidades de las masas oprimidas en ambos países por encima de las ganancias, era posible combatir la desindustrialización en EE.UU. y la subyugación de México. Pero esto no fue lo que sucedió. Buena parte de la izquierda se liquidó en el PRD (y después en Morena) buscando una globalización más justa y democrática. El resto de la izquierda se limitó a predicar estérilmente por el socialismo, viendo los toros desde la barrera, ignorando las aspiraciones por emancipación nacional de las masas. Ambas corrientes dejaron a los populistas sin desafío a la cabeza de la lucha contra los imperialistas. En ausencia de una alternativa genuinamente antiimperialista, los populistas pudieron canalizar el descontento que había contra el TLCAN hacia la exigencia de “renegociarlo” y “revitalizarlo equitativamente”, con el respaldo pleno de la burocracia sindical. Eventualmente, incluso la oposición formal al TLCAN/T-MEC fue abandonada por la izquierda y el movimiento obrero. Actualmente, el poder objetivo de la clase obrera es más grande que nunca; sin embargo, esto no se refleja en su fuerza política precisamente por las traiciones durante las más de tres décadas de lucha contra el neoliberalismo.

Hoy, el imperialismo estadounidense busca detener su declive atacando y buscando revertir las bases de la globalización: el desarrollo económico de China, la industrialización de los países semicoloniales, el libre comercio, etc. Bajo AMLO, los populistas gozaron de un periodo de gracia debido al masivo flujo de capital extranjero por el nearshoring. Pero este relativo margen de maniobra se acabó. Trump ha pasado a la ofensiva y exigirá concesiones económicas y políticas aún más exorbitantes a México. Aferrarse a los faldones del orden liberal en decadencia es reaccionario. Son precisamente las condiciones que el tratado de libre comercio impuso a México las que han puesto al país en una posición de extrema vulnerabilidad y debilidad frente a los ataques de Trump.

Nosotros estamos por la destrucción del T-MEC, pero las condiciones en que esto suceda son importantes. Los aranceles de Trump bien pueden ser el fin del tratado, pero esto no sería un suceso progresista, sino que podría hundir económicamente al país. También se puede tratar de medidas que sirvan como chantaje para exigir una renegociación de un tratado de libre comercio aún más brutal. Estas opciones tendrán consecuencias similares: profundizar la opresión nacional de México y la miseria del proletariado y las masas trabajadoras del campo. La estrategia de Sheinbaum no ofrece una salida a este atolladero. Lo que se necesita es romper la dependencia y la sumisión a EE.UU.; poner la integración de Norteamérica en manos de los trabajadores mexicanos, estadounidenses, canadienses y quebequenses. ¡Defender a México de Trump! ¡Por lucha conjunta en ambos lados de la frontera! ¡Por el control de México de su comercio exterior! ¡Abajo el T-MEC!