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Las crisis se suceden, sacudiendo el mundo al ritmo del declive de la hegemonía estadounidense. Mientras el destino del proletariado mundial está en juego, hay una necesidad urgente de una dirección revolucionaria. Pero el movimiento obrero se encuentra desarmado y desorientado.

En este contexto, la Liga Comunista Internacional celebró este verano su VIII Conferencia Internacional, a la que está dedicado este número de Spartacist. El documento que adoptamos como nuestro nuevo programa, “El declive del imperio de EE.UU. y la lucha por el poder obrero—Un programa para la IV Internacional” (página 3), da respuesta a los principales problemas políticos que han plagado a la izquierda y el movimiento obrero durante los últimos 30 años, proporcionando un análisis marxista del periodo postsoviético y trazando un camino revolucionario para las luchas obreras de hoy.

El triunfo del imperialismo estadounidense tras la caída de la URSS abrió una nueva era en la que el liberalismo se convirtió en la ideología política dominante. El movimiento obrero y la izquierda socialista pasaron el periodo postsoviético a la cola de movimientos y políticos liberales, cuya dirección sólo produjo derrotas y desmoralización, alimentando la reacción derechista.

El argumento central de este documento es que la tarea de los revolucionarios a lo largo de los últimos 30 años y hoy es hacer que el movimiento obrero rompa con todas las variantes de las fuerzas liberales y sus conciliadores centristas. Esto no es un invento nuevo, sino la lección central del leninismo adaptada a la realidad de hoy.

Un hilo conductor crucial del documento (y de la conferencia) es la necesidad del método marxista: basar la intervención de los comunistas en una comprensión materialista de la situación mundial y de los obstáculos que se interponen en la lucha por el socialismo. Sin ello, es imposible responder correctamente a la pregunta: “¿Qué hacer?”


En la época del imperialismo, es vital tener una estrategia revolucionaria para los países del Sur Global. El imperialismo estadounidense aprieta aún más las tuercas en la medida en que decae, reforzando la opresión nacional a escala internacional. Este proceso alimenta el crecimiento de fuerzas nacionalistas “antiimperialistas” en América Latina, África y Asia. Pero los nacionalistas sabotean a cada paso la lucha por la liberación nacional, sacrificándola en nombre de la propiedad privada. Por esta razón, la victoria contra el imperialismo exige un programa y una dirección comunistas. Sin embargo, esto se ve obstaculizado por dos tendencias no revolucionarias en la izquierda. La primera apoya el nacionalismo como progresista, lo que encadena a los trabajadores a la burguesía nacional. La segunda, en reacción a la primera, se “opone” a la burguesía nacional desechando la lucha por la emancipación nacional.

Desde su fundación, la LCI se mantuvo firmemente en la segunda tendencia, al tratar la lucha por la liberación nacional no como una palanca para la revolución, sino como una piedra en el zapato. El documento “En defensa de la revolución permanente—¡Por una dirección comunista de la lucha antiimperialista!” (página 72), adoptado por la conferencia, repudia este rumbo y ofrece un programa para romper con ambas tendencias. Para ganarle las masas a los nacionalistas burgueses, los comunistas deben impulsar la lucha contra el imperialismo, mostrando en cada etapa que romper con el nacionalismo es una condición necesaria para la victoria. La guerra actual en Gaza lo muestra candentemente: contra Hamás y contra los nacionalistas laicos que han conducido al pueblo palestino a tantas muertes y derrotas, sólo con una dirección comunista será posible obtener la liberación nacional palestina y echar a los imperialistas del Medio Oriente (ver declaración en la página 63).

El documento “En defensa del II y el IV Congresos de la Internacional Comunista” (página 58) defiende a Lenin, Trotsky y la Comintern de primera época contra las críticas revisionistas de la LCI. En particular, defiende la táctica del frente único antiimperialista contra nuestro rechazo sectario a su uso y contra su abuso por los estalinistas y otros oportunistas.

En cuanto a la liberación de la mujer en las neocolonias, nuestro programa anterior se basaba en denunciar ideas y prácticas retrógradas en vez de combatir las condiciones materiales que las mantienen: centralmente, el saqueo imperialista. Esto no era marxismo sino prédica liberal que nos colocaba en un bloque político con ONGs “progresistas” pro imperialistas. El documento “Revolución permanente y liberación de la mujer” (página 64), endosado por la conferencia, corrige este enfoque.

Nuestra conferencia también adoptó las posiciones resumidas en “Puerto Rico: ¡Por la independencia y el socialismo!” (página 66) y “La Guerra de las Malvinas/Falklands: El enemigo principal era el imperialismo” (página 68), que corrigen capitulaciones clave de nuestra tendencia al imperialismo.


No es ningún secreto que la LCI lleva décadas desorientada políticamente. La pandemia provocó el colapso de nuestro partido, pero esto sólo fue la gota que derramó el vaso. La presentación de apertura de la conferencia por parte del secretario del Secretariado Internacional, el camarada Perrault, “Por qué colapsó la LCI y cómo la reforjamos” (página 15), expone cómo la lucha por ofrecer una vía independiente y revolucionaria a los obreros y los oprimidos nos obligó a llegar a la raíz de nuestra desorientación y nos condujo a esta conferencia histórica.

Esta presentación motiva el tercer documento principal de la conferencia, “El revisionismo postsoviético de la LCI” (página 7), que demuestra cómo durante los últimos 30 años la LCI rechazó la necesidad de que el marxismo guiara las luchas de la época. La LCI afirmaba defender el comunismo y la revolución, pero éste no es el criterio fundamental para la dirección revolucionaria. Como explica el documento “¿Qué es la dirección revolucionaria?” (página 6), dicho criterio consiste en la capacidad de proporcionar una vía de lucha que avance los intereses históricos de la clase obrera en un momento y un lugar determinados.

A la luz de lo anterior, revisamos la lucha de 1995-1996 dirigida contra Jan Norden y otros camaradas cuyas expulsiones llevaron a la creación del Grupo Internacionalista (GI). La lucha contra Norden fue aprincipista, y las expulsiones condujeron a dos organizaciones, el GI y la LCI, que compartían el mismo programa centrista y la misma desorientación fundamentales.

La crisis de décadas dentro de nuestra organización es un reflejo de la crisis más amplia de la izquierda en la era postsoviética. Quienes quieran avanzar la lucha por el socialismo hoy día estarán obligados a encarar los mismos problemas que nosotros ya enfrentamos. En este espíritu, invitamos a nuestra conferencia al grupo australiano Bolshevik-Leninist, con el que hemos establecido trabajo conjunto y debates basados en nuestra lucha por rearmarnos. Sus saludos aparecen en la página 17.


La conferencia votó que el Grupo Espartaquista de Japón dejara de ser una sección de la LCI, ya que no había funcionado como tal durante mucho tiempo. Nuestros camaradas ahí se mantienen como simpatizantes y seguiremos trabajando con ellos en la lucha por plantar la bandera del trotskismo en Japón. Nuestra conferencia eligió un nuevo Comité Ejecutivo Internacional de la mitad del tamaño que tenía el anterior (y décadas más joven), compuesto por los cuadros que dirigieron el rearme de nuestro partido.

Hoy, el telón se levanta para mostrar una LCI transformada. Sin duda, es necesario seguir luchando en todo nuestro partido para consolidar a las distintas secciones en torno a la política adoptada. Sin embargo, emergemos de años de lucha interna más decididos que nunca a desempeñar un papel decisivo en las batallas venideras. Miramos al futuro desafiantes y prestos, equipados con el arma que puede cambiar la historia: un programa para la IV Internacional, partido mundial de la revolución socialista.